El cambio de paradigma en favor de Trump ha muerto
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Al cierre de 2025, las encuestas ubican al presidente estadounidense por debajo de los 40 puntos de aprobación, y algunas encuestas lo sitúan por debajo de los 30 puntos
Por Ezra Klein, The New York Times.
En enero, hice una predicción: “Sospecho que estamos en o cerca del punto más alto de la vibra Trump”. Ahora, a medida que este largo año termina, creo que puede decirse de forma más contundente: el cambio de paradigma en favor de Trump ha muerto. Y ya se alcanza a ver lo que le vendrá.
El vibe shift —cambio de paradigma o cambio de estado de ánimo colectivo— en favor de Trump consistió en que la cultura y las instituciones estadounidenses se acercaron al presidente Donald Trump y al trumpismo con una fuerza que, por su estrecha victoria electoral, no se pude explicar. Fue Mark Zuckerberg al afirmar que el mundo corporativo era demasiado hostil a la “energía masculina”. Fueron los ejecutivos de empresas que usaron a Trump como excusa para arrebatar a sus trabajadores el control de sus compañías. Fue la creencia de que la coalición de Trump en 2024 —que abarcaba desde Stephen Miller y Laura Loomer hasta Elon Musk y Marc Andreessen y Robert F. Kennedy Jr. y Joe Rogan y Tulsi Gabbard— era la llegada de algo nuevo y no, como muchos pensaron en 2016, el último tirón de algo viejo.
Al cierre de 2025, las encuestas ubican a Trump por debajo de los 40 puntos de aprobación, y algunas encuestas lo sitúan por debajo de los 30 puntos. Los demócratas arrollaron a los republicanos en las elecciones de este año y ganaron con facilidad las gobernaciones de Nueva Jersey y Virginia, y superaron a sus rivales en prácticamente todas las elecciones.
Una serie de republicanos moderados rompieron con el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, para llevar al pleno un proyecto demócrata de prórroga de las subvenciones de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio. Marjorie Taylor Greene se retira. Elon Musk dijo que lamentaba haberse unido al gobierno para dirigir el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental. Joe Rogan calificó de “locura” la política migratoria de Trump. La derecha está en guerra consigo misma por los archivos del caso Epstein y por cuánto racismo antisemita y antiindio es demasiado racismo.
Hace un año no dejábamos de escuchar que Trump ahora era cool. ¿Alguien lo dice ahora?
Hay mucho que decir sobre dónde y cómo encalló el trumpismo. Pero un punto de partida es este: la victoria electoral de Trump y su impulso cultural estaban en conflicto. Trump ganó las elecciones de 2024 por un margen pequeño: el 49,9 por ciento del voto popular y una ventaja en los estados disputados tan escasa que un vuelco de 175.000 votos habría dado las elecciones a Kamala Harris. Encuesta tras encuesta, el costo de la vida fue lo que impulsó la victoria de Trump.
Pero la victoria de Trump dio confianza y amparo a ejecutivos, multimillonarios, celebridades e instituciones cuyas frustraciones y resentimientos se habían intensificado durante la era de Joe Biden. Si Trump pudo recuperar el poder, ellos también. Y lo hicieron: las empresas desmantelaron burocracias de diversidad, equidad e inclusión que en realidad nunca quisieron; los comediantes se sintieron liberados de la policía del lenguaje; las pruebas de pureza de la izquierda dieron paso a la alegre crueldad de la derecha. La fuerza de la corrección cultural dio a MAGA un impulso que los resultados electorales nunca justificaron. Eso creó las condiciones para la extralimitación.
“Los resultados de las elecciones no sugieren que el público desee un viraje abrupto a la derecha”, escribí en ese momento. “Pero Trump y su equipo están conectados a la máquina de vibras de internet, y quieren aprovechar el momento que perciben. Dudo que hubiera modestia ideológica en algún gobierno de Trump, pero soy particularmente escéptico de que la veamos en este”.
Ahora el trumpismo le falla tanto a los votantes como a la imagen que proyecta. Le falla a los votantes de la forma más obvia: Trump se presentó a las elecciones prometiendo precios más bajos. Pero también se postuló con políticas —aranceles y deportaciones— que elevan los precios al encarecer los bienes y la mano de obra. Trump tampoco intentó persuadir a los estadounidenses de que debían soportar precios más altos para subsidiar la fabricación nacional, aumentar los salarios de los estadounidenses o para aislar a China.
En lugar de eso, Trump mintió a sus votantes. Prometió que los estadounidenses no pagarían nada y lo ganarían todo. Entonces llegó el Día de la Liberación y los mercados empezaron a inquietarse y el precio del café a subir, y Trump ha quedado atrapado entre sus creencias arraigadas sobre el comercio y su reconocimiento de que los estadounidenses no quieren pagar los costos de sus políticas. Da marcha atrás en los aranceles cuando la presión amenaza los mercados o cuando las restricciones a la exportación de China amenazan a los fabricantes estadounidenses, pero no ha abandonado el proyecto.
El resultado ha sido un régimen arancelario que ha elevado los precios, confundido a las empresas y alienado a los aliados, pero que ha conseguido muy poco. Estados Unidos perdió empleos en el sector manufacturero en 2025. El giro para aislar a China duró poco: después de todo el tumulto, el arancel añadido a la mayoría de los productos chinos es del 20 por ciento y Trump ahora vende chips avanzados de Nvidia a China. El mercado laboral se debilita. Los déficits van en aumento. Puede que Trump califique su gestión económica como “súper sobresaliente”, pero una encuesta reciente de NPR/PBS/Marist reveló que solo el 36 por ciento de los estadounidenses aprueban su forma de dirigir la economía, y los demócratas han conseguido una ventaja de cuatro puntos en ese tema.
Luego está la energía. Admito que me sorprendió que la macabra respuesta de Trump a los asesinatos de Rob y Michele Singer Reiner suscitara tanto oprobio en la derecha. Trump responde habitualmente a la tragedia personal con crueldad narcisista. Hay una enfermedad en su alma. Pero esa enfermedad era, se nos dijo reiteradamente, lo que la cultura ansiaba. Pienso, aquí, en el artículo de portada de la revista New York, “La mesa de los chicos crueles”:
La postura política más visible de este grupo es una reacción a lo que considera las obsesiones puritanas de la izquierda por vigilar el lenguaje y hablar de identidad. Un chiste sobre puertorriqueños o la eugenesia, o sobre acostarse con Nick Fuentes podría provocar una risotada entre un grupo de fumadores afuera de Butterworth’s. Al recordar su experiencia en uno de los bailes, una mujer me dice que saltó la cuerda de terciopelo a una sección VIP “como una mexicanita”. Luego suelta una carcajada. Esta es la postura que ha atraído a los recién llegados a la causa.
La ofensa puede ser refrescante cuando se inyecta en el conformismo. Pero la crueldad como cultura dominante repugna a la mayoría de la gente. “El tema de la migración, tal y como se ve, es horrible”, dijo Rogan en octubre. “Cuando detienes a gente delante de sus hijos —gente común y corriente que lleva aquí 20 años—, todo el mundo que tenga corazón no puede aceptarlo”. Los videos de Nick Fuentes pueden tener una carga transgresora en los chats grupales de MAGA. Pero ¿cuántos estadounidenses se verán reflejados en un movimiento político dirigido en parte por un supremacista blanco célibe que piensa que Hitler es genial?
En el primer mandato de Trump, hubo un anhelo constante de un candidato que volviera a la normalidad. Muchos demócratas creían que Joe Biden o alguien parecido derrotaría a Trump en las encuestas y restablecería una forma más conocida de competencia política. Eso bastó para ganar las elecciones de 2020, pero no para pasar página del trumpismo. En lugar de eso, volvió con más fuerza en 2024. La normalidad no es suficiente. El Partido Demócrata tendrá que representar algo nuevo, en lugar de replegarse a algo viejo.
Hace un año, los demócratas entendían a la MSNBC y The Washington Post, pero parecían desconcertados por YouTube y TikTok. Pero los demócratas más jóvenes y menos cautelosos —Zohran Mamdani en Nueva York, James Talarico en Texas, Gavin Newsom en California— están demostrando que los demócratas pueden ganar la guerra de la atención.
Lo que me ha llamado la atención de todos ellos es la forma en que encarnan una energía diferente de todo lo que ofrece el trumpismo. La expresión que define el segundo mandato de Trump —la expresión que eligió para su retrato oficial— es el ceño fruncido. La sonrisa de Mamdani es ahora su opuesto omnipresente, lo bastante potente como para reducir a Trump a un ronroneo amistoso en el Despacho Oval. El atractivo de Talarico radica en su cristianismo; la respuesta a su figura refleja, en parte, el anhelo de una política explícitamente moral y espiritual frente a tanta insensibilidad y nihilismo. Newsom se ha catapultado a la posición de favorito para 2028 al seguir dos impulsos aparentemente contradictorios: se burla de Trump en las redes sociales, al tiempo que organiza auténticas conversaciones con figuras de derecha como Steve Bannon, Michael Savage y Charlie Kirk. Se trata de una política de resistencia incongruentemente casada con un pluralismo indagador, que ha mantenido a Newsom en lo alto de mis redes sociales durante todo el año.
La política, por supuesto, es algo más que solo vibras. En Nueva Jersey, Mikie Sherrill se postuló con la promesa de declarar un estado de emergencia para congelar las tarifas de los servicios públicos. Mamdani se postuló con la promesa de proveer atención infantil gratuita y la congelación de los alquileres. Talarico critica la economía de la indignación de las redes sociales y la corrupción de la política de los grandes capitales. Newsom está adoptando la abundancia y un enfoque de combatir el fuego con fuego en la redistribución de distritos.
La reacción política siempre busca la fuerza opuesta al régimen actual. Lo cerrado y lo cruel están de salida. Lo que venga ahora, sospecho, se presentará como abierto, amistoso y asertivamente moral. Pero también tendrá que ofrecer de forma creíble lo que Trump y el trumpismo no han conseguido: soluciones reales a los problemas a los que se enfrentan los estadounidenses.
Ezra Klein se unió a Opinión en 2021. Presenta el pódcast The Ezra Klein Show y es autor de Why We’re Polarized y, junto con Derek Thompson, de Abundance. Anteriormente, fue fundador, editor jefe y posteriormente editor general de Vox. Antes de eso, fue columnista y editor en The Washington Post, donde fundó y dirigió la sección Wonkblog. Está en Threads. c. 2025 The New York Times Company.