Amor de muelas
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Por: Fátima Sanmiguel Dávila
La he esperado tanto. Mi mamá siempre me repite que tengo que lavarlos. Si no los cepillo tres veces al día, el Hada de los dientes no querrá llevárselos. Siempre me pongo muy triste cuando dice eso porque la he esperado desde que mi madre dijo que me visitaría cuando estuviera en edad de mudar dientes. Esa noche por fin pude verla.
Desde el primer momento ella ha sido mi favorita. Santa y el Conejo de Pascua están bien, pero el Hada me hace tener emociones distintas. Cada vez que mis compañeros dicen que ellos no creen en ella, si no en el Ratón Pérez, me resulta estúpido, ¿Cómo un ser tan hermoso y bello como el Hada podría ser una rata? Tontos.
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El Hada es bonita, sus alas son del color del arcoíris; por donde ella pasa deja un rastro de brillos, tiene una voz melodiosa y un cabello largo, brillante y suave. Sus dientes son los más relucientes y blancos que puede haber. Es tan generosa y amable que hace el menor de los ruidos para no despertarte, luego se lleva tu pequeño dientecito —si es que no está sucio o con caries— y deja una moneda a cambio. Sin duda ella es un ser divino.
Mi primer diente se me cayó en el recreo después de pelearme a golpes con un niño del salón por insultarla a ella, mi diosa, a la que tanto amor me hacía sentir.
—Creer en ella es de ñoños. Las hadas no existen; en cambio las ratas sí. Yo mismo he visto una en mi cocina. ¿Tú cuándo has visto un hada? Eso era estúpido. Obviamente al Hada no la puede ver cualquiera. Es una criatura maravillosa que no va a dejar que cualquier niño mocoso ni de boca hedionda disfrute de su belleza. Pero sé que no soy un mocoso. Yo sí tengo higiene bucal, yo sí podré mirar su encanto y recordar ese momento para siempre.
Esta noche pulí por última vez mi diente y lo escondí bajo mi almohada. Tomé muchos suéteres y colchas para ponerlas debajo de mis cobijas y que pareciera que estaba durmiendo. Me metí al armario a esperar, impaciente, su llegada.
Mi madre había apagado la luz al verme “dormido”, por lo cual solo quedaba un pequeño foco en forma de estrella. La diminuta lamparita estaba al lado de la ventana.
Me quedé viendo la estrella de la pared, un poco perdido y con mucho sueño. Hasta que su luz amarilla fue interrumpida por la criatura. En su lugar había una figura blanca y estirada. Su cabeza pegaba en el techo, si es que eso era su cabeza. No, eran sus dientes; bueno, toda ella era dientes, toda su apariencia. No pude mirar su deslumbrante sonrisa; de hecho, no miraba ojos, nariz, oídos, nada. Mi Hada era un ser de dientes. Lo que no era dientes, era... ¿Lodo? No, era viscoso, y le escurría la baba también. Esa mucosidad de color café manchaba el piso y dejaba un hedor terrible a cada paso. Pero era ella, mi Hada.
Sus alas no eran de arcoíris. Parecían las de una mosca. No tenía cabello ni soltaba brillos. En su lugar dejaba una estela de líquido marrón. Cada que se movía se escuchaban los dientes chocando entre sí. Sus brazos cubiertos de encías y colmillos se acercaron a los suéteres que me remplazaban en el colchón. Acarició levemente el cuerpo falso y se quedó observándolo. Creo que ahí se dio cuenta del engaño.
El Hada empezó a buscarme. Debajo de la cama, del escritorio y la ropa sucia amontonada en un rincón. Solo se escuchaba cada vez más alto el rechinar de los dientes, tiritando de ira. Chocaban y chocaban. Luego, el aroma a limpio. Ella olía a menta y me invadió hasta el cerebro. Fue un nocaut que me dejó paralizado de pies a cabeza, pero con los ojos bien abiertos. Entonces supe que mamá tenía razón. El Hada no se llevaba dientes con caries. Lo descubrí cuando la tuve encima y abrió las puertas del clóset.
Sabía que no era un niño mocoso. Si lo hubiera sido, no me habría mirado siquiera. Un ser tan mágico como el Hada no perdería tiempo con ellos. Si fuera un niño mocoso, no me habría abierto la boca y con su mano llena de dientes hurtado hasta el aliento. Si fuera un niño mocoso, no se los habría llevado todos. Cada uno de ellos. Hasta las muelas del juicio. Para ella yo era especial sin duda; pero me había dejado aquí por entero.
Decepcionado, los primeros días me dejé vencer por el dolor, luego por un sentimiento de abandono. A fin de cuentas, los dientes sólo eran huesos. Tal vez formaciones de calcio bonitas y sólo eso.Sin embargo, su belleza no pude olvidarla jamás y añoré que la volvería a ver. Soñaba que sí. Cada que miraba a un niño emocionado por su primer diente flojo lo envidiaba demasiado, pues el Hada iría a visitarlo pronto. Entonces comprendí. La dentadura postiza era un cebo sin gracia. En cambio, una que no sea producto de la ortodoncia era la trampa perfecta.
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La infancia era mi límite, así que empecé a pelearme con cuanto bullying de mi edad anduviera por el barrio. A puño limpio formé una gran colección de colmillos y molares. Aunque perdiera, siempre había algún tarado que no creyera en la Rata Pérez ni en el Hada.Después de algunos meses recuperé la sonrisa y también mi oportunidad. Con la suma de todos esos dientes que no eran míos, armé la trampa y me puse a esperarla, pero ya no a escondidas. Ahora estaba preparado. Con una gran ofrenda. Ilusionado por el rencuentro.
Por más frascos y cajas que reuní con dientes, el Hada nunca regresó. ¿Ésta prefería calidad a cantidad? No, sólo más a otros que a mí. Yo había superado mis expectativas en reunir piezas dentales, pero también mi infancia cuando entendí que sí era un niño mocoso.
FÁTIMA AZENETH SANMIGUEL DÁVILA (Cuatro Ciénegas, 2007). Estudia tercer semestre en el CBTa No. 22, la carrera Técnica en Servicios de hospedaje. Siempre se la pasó en las nubes pensando historias, escenarios y posibilidades. Ha publicado en Vanguardia relatos como “Poder”, “El Bueno, El Malo y El Azul”, “La oscura durmiente”, “Descargado” y “Proyecto mamá”. Ha ganado Primer lugar en las ediciones VI y VII del Concurso para Relato de Terror a intramuros, además de ganar la convocatoria “Cuéntame y te cuento” en 2015. Cuando conoció el taller literario de su preparatoria, empezó a plasmar todos esos mundos en el papel. Su futuro no lo tiene claro, pero de lo que sí está segura es que quiere seguir explotando esta habilidad y pasión.