La cadena de mamá
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Por: Abril Medina Martínez
Mamá había olvidado su computadora una vez más. Ya era una costumbre desagradable. Odiaba cuando lo hacía, pues al regresar a casa, o en los pocos minutos que le tomaba llevársela de nuevo al trabajo, parecía echar humo por todas partes. Ni siquiera mi presencia podía calmarla. Traté de llamarla mientras me acercaba a su escritorio para guardar el aparato. A medida que avanzaba, noté que las notificaciones de su correo resonaban insistentemente, como si fuera algo para preocuparme.
Comencé a leer por encima de los chats, sin abrirlos, para darme una idea de lo que pasaba. Mis sospechas se hicieron realidad cuando leí las palabras “informes” y “trabajo” en cada uno de los mensajes. La preocupación no desapareció, pues sabía que en cualquier momento mamá cruzaría la puerta enojada. Continué leyendo mientras escuchaba el tono sin respuesta del número de mi madre. Me detuve cuando su bandeja dejó de repetir las mismas palabras y aparecieron cosas como: “maldita vieja, ¿por qué me envías eso?” ó “tú deberías morir”.
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Conté catorce mensajes diferentes, pero todos insinuaban lo mismo. Abrí uno de los chats. Mamá había enviado el documento de un caso en la estación de policía. La respuesta del destinatario era una risa innecesariamente larga que terminaba en un insulto para ella. Abrí el documento. Era una carta que comenzaba con el nombre completo de mi madre:
“Hola. Karina Castillo Cervantes, soy Eimy. Te contaré exactamente lo que me pasó, ya que estás muy interesada. Tenías absoluta razón sobre mi caso. Mi padre abusó de mí todo el tiempo que estuve viviendo con él”.
Mis ojos querían salir de sus cuencas. ¿Cómo era posible que alguien se riera de algo así? Continué leyendo:
“Papá siempre me odió por el simple hecho de ser mujer. Si no fuera porque venía en el mismo saco que mi hermano gemelo, mi padre hubiera hecho que mi mamá no me tuviera. Soporté que me llamara Lilith, nombre que literalmente significa monstruo de la noche. Mi mamá y mi hermano trataban de alivianar esa carga llamándome Lili, pero papá siempre se los prohibió”.
Si ya estaba enojado por la forma en que le contestaban antes a mi madre, este caso terminó por sacarme de mis cabales. Mamá nunca me contaba nada sobre su trabajo y entiendo la causa:
“Mi mami siempre trató de educarme de la manera que más me permitiera sobrevivir. A los cinco años me enseñó a cocinar y servirles a mi papá y hermano. Ya para los diez, podía encargarme de la casa cuando ella salía”.
Volví a intentar comunicarme con mi madre. Quería pedirle perdón por enojarme con ella todas las veces que me mandó a tirar la basura o recoger mi habitación.
“Un día mi mami salió a comprar lo que faltaba para la comida. Jamás volvió. Creí que simplemente desapareció y nos abandonó a mi hermano y a mí. Desde ese momento, la odié con toda mi pequeña alma”.
Mamá seguía sin atender el teléfono. Se me empezó a nublar la vista a causa de las lágrimas que no quería soltar. Mi madre de verdad es la más fuerte por soportar tantos casos así.
“A partir de ese momento me convertí en el perro de mi padre. Realmente estaba viviendo en el mismo infierno. No tenía una cama para dormir. Él me encadenaba por la noche para que no pudiera escapar y yo subsistía a base de sobras o huesos que aventaba a mi plato”.
Mi estómago se revolvió con el simple hecho de imaginar cómo un padre podría ser capaz de hacer algo así. Dejé de insistir con las llamadas y comencé a mandarle mensajes a mi madre, pidiéndole que regresara pronto y que yo prepararía la cena esta vez.
“Afortunadamente para mí, papá enfermó de cáncer, pero por lo que me enteré después, vendió mi alma al diablo para poder vivir más años”.
Aparté la mirada del computador y eché mi silla para atrás, no sabía lo que estaba leyendo. Estaba comenzando a asustarme y Mamá no me respondió ni una sola vez.
“La primera señal que presencié fue que sentí que me observaban desde un punto en específico de mi habitación. Mi armario. A veces era una criatura pálida, con los ojos hundidos y demacrados y la boca abierta con los dedos largos y huesudos, pegados a la puerta de mi armario; otras era un espectro oscuro que posaba sobre la pared. Y en las malas noches, una figura con cuernos y ojos rojos brillantes. Siempre lloraba gritando por el auxilio de papá, quien entraba a portazos y me daba una paliza por interrumpir sus actividades junto a mi hermano”.
En este punto de la lectura, estaba desesperado por volver a ver a mamá y que me explicara toda esta locura. ¿Qué clase de caso investigaba? Y si seguía activo, que lo dejara de una vez por todas. “Mientras lloraba toda la noche, ese demonio se quedó observándome desde el armario. Inmóvil. Después de un rato dejé de tenerles miedo, ya que eran los únicos que me acompañaban en mi desgracia”.
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Llevé las manos a mi cabeza por la conmoción y la sugestión hizo efecto. Comencé a escuchar ruidos extraños. Mi corazón estaba por abandonar mi pecho y salir corriendo a buscar a mi mamá. Entonces me paré en seco y cerré la puerta del estudio mientras trataba de recuperar el ritmo normal de mi respiración.
“Mi felicidad no duró mucho. Mientras leíamos en la noche, mi padre entró gritando que me callara. En cuanto vio a la criatura supo de qué se trataba y fue corriendo a su habitación; de inmediato volvió con agua bendita y se la tiró. El demonio se retorció de dolor hasta desaparecer. No sé de dónde saqué la fuerza, pero usé la cadena con la que dormía para sujetarla alrededor del cuello a mi padre. La apreté tan fuerte como pude mientras obtenía golpes y arañazos. Me dejó malherida, pero el infeliz murió.
“Ahora que sabes lo que pasó, reenvía este documento a quince personas para librarte de la maldición y que mueran en tu lugar antes de las 23:59 horas”.
Una risa nerviosa pero escandalosa salió de mi garganta; ahora entendía todo. Las catorce personas habían contestado a la broma de mamá. Estaba aliviado, pero ahora ella me iba a escuchar cuando llegara.
Más tarde, la puerta del estudio se abrió de par en par. Era ella, mi madre. Estaba completamente asustada; su maquillaje se corrió hasta el cuello porque también iba llorando. Quise moverme, pero una respiración caliente que provenía de una enorme boca abierta me detuvo. Desvié la mirada hacia el ordenador y leí: 24:05 horas. La criatura se dirigió rápidamente hacia mamá, giró lentamente hacia donde estaba yo y me llevó entre sus dientes.
La maldición tuvo efecto. Poseído por el demonio, asesiné a mamá luego de no reenviar un email satánico.
Ahora que sabes lo que pasó y como ya nadie usa el correo electrónico más que para cosas de trabajo, relee esta historia a cinco personas antes de las 23:59 horas del Halloween para librarte de su embrujo. Claro, nada más falta que ya nadie lea...
ABRIL MEDINA MARTÍNEZ (Cuatro Ciénegas, 2006). Estudia en el CBTa No. 22 el quinto semestre de la carrera Técnico en Ofimática. Ama dibujar, pintar y leer textos cortos. Ha publicado en Vanguardia (2022) y La Tamalera (2023) su cuento ganador del X Premio Estatal de Cuento Naturaleza y Sociedad, “El último tour a casa”, así como “Tradiciones de quinceañera” en la revista escolar. Con este relato obtuvo Segundo lugar en el VII Concurso para Relato de Terror, organizado a intramuros por el Taller literario del plantel. Actualmente es miembro veterano del club “Ficciones desde el desierto”, pues cursa su último año de preparatoria.