Para Eduardo Figueroa,
con respeto y admiración
Hacia 1891 el poblano Ignacio León (1843-1928), llegó a Saltillo proveniente del Noviciado de San Simón, Michoacán. Se le asignó al templo jesuita de san Juan Nepomuceno desde donde compuso autos, misterios, misas solemnes, y zarzuelas sacras. Obras a su nombre son El día de fiesta y El hijo de María. En 1914 las fuerzas carrancistas desterraron a los jesuitas como solo los carrancistas podían hacer. Hay una carta fechada el 19 de agosto de 1915, en la ciudad de México, del padre Rafael Vargas al padre José Barchina, de Roma, en la que se muestra un vislumbre de este proceder: “El Colegio de Saltillo está enteramente destruido. Abrieron una calle por en medio. Por eso hubo que tirar la capilla, la enfermería, un hermoso dormitorio. Teníamos sepultados en la huerta a nuestros Padres que murieron en ese Colegio. Los sacaron de las sepulturas, para buscar dinero.”
Durante su estancia en el colegio de San Juan, el padre Ignacio León fue maestro de los hermanos Vito, Miguel, José y Ricardo Alessio Robles. Miguel formó parte del gabinete de Eulalio Gutiérrez como responsable de la Justicia de noviembre de 1914 a enero de 1915. José fue ascendido a general brigadier de caballería del ejército Huertista en 1914. Ricardo (1888-1924) fue pianista. Marchó a la ciudad de México en 1904 al Conservatorio Nacional, por lo que no presenció la expulsión de sus maestros. Tras graduarse en 1923, Ricardo permaneció en la Ciudad de México enseñando solfeo en las escuelas primarias y disfrutando de la amistad del escritor Salvador Novo. Éste, en sus memorias La estatua de sal menciona a “un pianista miembro de una acaudalada familia de abolengo...”, quien es Ricardo Alessio Robles, al decir del escritor Sergio Tellez-Pon
Aunque Eduardo Gariel fuera regiomontano (1860-1923) se las arregló para dejar honda huella musical en Saltillo. Todo empezó con la apertura de la Escuela Normal para Profesores de Coahuila en 1894. Ahí Gariel fue contratado como maestro de música, y habiéndose avecindado en Saltillo, tomó como alumnas de piano a las señoritas Purcell O’Sullivan. La familia advirtió el talento de Gariel, patrocinando su viaje y estancia en Leipzing donde perfeccionó sus estudios musicales. A su regreso a Saltillo, fundó una academia de piano y, lo más importante, una casa editorial en la que, entre otras linduras, publicó la obra integral para piano de Genaro Codina (1852-1901). Sí, el de la Marcha de Zacatecas. Además, dirigió el Ateneo Fuente (1912-1913), y fue recitalista de piano. En 1917 se mudó a México donde Carranza lo nombró director del Conservatorio Nacional. Sin embargo, el apoyo fue mínimo, por lo que en 1920 regresó a Saltillo. Aquí intentó fundar un conservatorio mientras continuaba su labor pedagógica. Es autor de una abundante obra didáctica y literaria iniciada casi desde su llegada a Saltillo: En 1895 entregó a la Imprenta de Díaz de León, Sucesores, CdMx, el libro Chopin, la tradición de su música, consideraciones sobre algunas de sus obras y maneras de interpretarlas. Desde entonces su labor escriturística fue febril, hallándose registradas las siguientes dos últimas en Coahuila: Observaciones al Plan de Estudios del Conservatorio Nacional, y La enseñanza del solfeo en el Conservatorio es antipedagógica, ambas ediciones del Gobierno del Estado de Coahuila, fechadas en 1912.
Como director de la Normal, Eduardo Gariel invitó al pianista Praxedes Reyna (1867-1931) a encargarse de la cátedra de canto. Reyna es importante porque, además de dirigir su propia academia de música, y de fundar la primera orquesta de cámara de Saltillo, fue discípulo de Carlos Julio Meneses, el pianista más virtuoso del porfiriato, director de coro de Ángela Peralta (1882-1883), y director de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Nacional. Chisme al margen: la orquesta del conservatorio con Meneses al frente, hacía las veces de orquesta de capilla al servicio del Presidente Madero. Éste pedía a Meneses la frecuente interpretación de la Obertura solemne 1812, de Tchaikovsky. Coda del chisme: a diferencia de Madero, la preferida de Villa era Las tres pelonas, que ordenaba interpretar a su banda de alientos, a falta de orquesta.
Dejemos para la siguiente entrega a un nutrido puñado de talentosos músicos y de las primeras orquestas sinfónicas saltillenses