Ay calaca, calaquita...
COMPARTIR
Guardo en la memoria una de las tradiciones más emblemáticas de este México nuestro, y la disfruto a placer porque con ella recorro caminos que conocí desde niña, de la mano de mi madre, de las historias que fueron escritas en el ayer por personas que ni siquiera conocí, pero que sé que existieron porque Rosario me habló de ellas. Nunca me ha ensombrecido el día de muertos, porque me quedó clarísimo que eran encuentros de luz entre los seres amados que habían pasado a otra vida y los que estamos aquí, y que hay una fecha en la que se dan un abrazo. El 1 y el 2 de noviembre tiene lugar esa singular visita. El día primero arriban los niños y el 2, los adultos.
Se trata de una festividad que refleja el alma colectiva entrelazada a una cultura que guarda profunda relación con el nadir de la vida del hombre. Nos viene la tradición de nuestro pasado prehispánico, de las ceremonias en honor a Mictlantecuhtli, Dios del inframundo, que realizaban los pueblos mesoamericanos. Era un culto de reverencia, no de miedo a la muerte. Al arribo de los españoles y del catolicismo, se sincretizan las tradiciones con las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos.
TE PUEDE INTERESAR: El poder es canijo... Pregúntenle a Nicolas Sarkozy
Esta celebración me sabe a azúcar, a aroma de pan recién horneado, a collares amarillos de flor de cempasúchil, a velas y veladoras, a manteles blancos, a canastos y canastillos de fruta de temporada, a calabaza en tacha y a camote en piloncillo, a atole blanco de masa, a tamales de dulce y de manteca, a barro, a música que brota de instrumentos de cuerdas y de viento y a Llorona y a Sandunga, y a Dios nunca muere, y a polka y redova... ¿A usted que le evoca, estimado leyente?
México es un país de alma grande, con raíces profundas y entrañables. En México no le lloramos a la muerte, la celebramos por todo lo alto. Nos la comemos en las calaveritas de azúcar, la escribimos en versos con jocosidad e ingenio, la vestimos de gala en las catrinas, la exhibimos en el papel multicolor de china, la paseamos en carros alegóricos.
Los altares de muerto son fiesta para la vista y también para el espíritu de un pueblo que sabe ser feliz, que ha aprendido a lidiar con el quebranto y hasta lo invita a brindar con tequila, con charanda, con mezcal, con sotol, con licorcito de frutas... “El alcoholito disipa las tristecillas de adentro”, decía mi tío Ernesto, “nomás no abuses”, respondía su hermana, mi madre. Y venían las carcajadas, la copita en alto y el “SALUD” festivo como sonido de campana de llamada a misa de domingo.
En 2008, la UNESCO declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el Día de Muertos. Qué maravilla, un tributo a los ancestros que ha alcanzado reconocimiento de celebración nacional. Une familias, hace comunidad espiritual, nos vincula con lazos nacidos de la emoción y del afecto.
Disfrute estas fiestas, acuda a los diferentes museos, centros culturales, escalinatas, donde se elevan altares de muerto, súmese a lo que nos fortalece como patria, mantenga viva la memoria de lo que nos define como pueblo, que no se pierda en el olvido. Si es usted padre o madre de familia, lleve a sus niños, muéstreles la riqueza de su tierra, haga que se enamoren de ella, así se transmiten las tradiciones para que perduren. Explíqueles el significado de esparcir las flores de cempasúchil, cuénteles que son la guía que les muestra el camino a los difuntos para encontrarse con el mundo de los vivos, que el copal purifica el ambiente y aleja a los malos espíritus. Que en los altares se ponen fotografías y cosas de los difuntos, que les pertenecieron en su vida terrena para mantenerlos vivos en el recuerdo. Que el pan que se pone en las mesas expresa la generosidad del anfitrión, y que su forma redonda representa el ciclo de la vida y la eternidad. Rebane el pan para sus hijos y pídales que aspiren el aroma de azahar, de naranja o de anís, que emana del mismo. Que se familiaricen con lo que representa. Siembren en su corazón que recordar a nuestros muertos es señal de respeto y de cariño.
El Día de Muertos es un puente de encuentro entre generaciones y es fundamental que lo conservemos, porque en el mundo de hoy, tan fuertemente globalizado, con tanta tecnología de por medio, con el andar de prisa de la modernidad, con la superficialidad que le va imponiendo su sello, el declive está a la vuelta de la esquina. No permitamos que se lleve nuestra esencia.
TE PUEDE INTERESAR: ‘Me vale...’: la apatía como fuerza demoledora en la democracia
La celebración del Día de Muertos en nuestro país es más que una fecha de calendario, no es relleno, ni pegote, es lo nuestro, lo que nos hermana sin importar el transcurrir del tiempo. Es esa flama primigenia que no debe apagarse nunca. Salvaguardemos el tesoro, es invaluable.
Y ya “pa” cerrar, amigos, les regalo estos versitos que me nacen desde adentro, “pa” saludar a la Huesos con regocijo y contento. Decirle que es bienvenida, que sabemos de su oficio, pasarnos “pal” otro lado sin aviso de por medio, ni hablar así ya está escrito, pero mientras eso llega, la invitamos al jolgorio, a las risas y a la fiesta. La fiesta, huesuda eterna, se hace en tu honor, bien lo sabes, tú eres la merita estrella. Ábrele el paso, flaquita, a la visita que viene, del más allá, “pa” reunirse, un ratito con los suyos. Que se acuerden las visitas de su estancia en esta tierra, y que brinden a lo grande porque la VIDA ES MUY BELLA.