‘Me vale...’: la apatía como fuerza demoledora en la democracia
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No puede ser, pero es, es un estado de ánimo en el que no se siente absolutamente nada, no hay atracción ni rechazo hacia ninguna de las situaciones o asuntos que se tienen en frente. Se llama indiferencia. En el ámbito político que es al que voy a referirme, se caracteriza por la ausencia de interés, desapego, apatía respecto a todo lo que tenga que ver con instituciones, valores. La gente se siente ajena a su propia comunidad.
Las personas indiferentes no se involucran ni de lejos en el debate público, les valen una pura y dos con sal los acontecimientos políticos. Su pasividad los lleva a mantenerse al margen de cuanto suceda a su alrededor. No hay conexión alguna con el sistema político, son forasteros en su tierra.
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La indiferencia política es sinónimo de desinterés en lo público. Ante la problemática que se vive ni se inmutan, vuelven la cara hacia otro lado. Se convierte en un obstáculo que impide la generación de cambios en un país. Esto les va de perlas a los políticos en turno, se apoltronan a sus anchas, al cabo que no hay presión alguna de quienes les pagan la dieta y todo lo demás con lo que se llenan el buche.
La indiferencia lleva a la gente a que deje de informarse, y esto provoca una desconexión de la realidad, y entonces se le abre de par en par la puerta a la comisión de injusticias, al estancamiento social y económico, al arribo de la innovación y el progreso, pero lo más estrujante es la pérdida de libertades y de derechos esenciales para la vida democrática de los pueblos.
¿Por qué asumir esta actitud que se revierte y daña al que la alimenta? Hay una realidad que no puede soslayarse, es cierto, la democracia no está pasando por sus mejores momentos. La política se ha ido convirtiendo en algo deleznable, y ha ello han contribuido sin duda alguna el hartazgo que se vuelca en indiferencia. Es más que evidente el abandono de los valores e instituciones democráticos. La gente ya no cree ni en partidos políticos, ni en gobiernos, ni en gobernantes, y la respuesta es la apatía. A muchos ciudadanos ya les da lo mismo vivir en un régimen democrático que en uno autoritario. ¿Por qué? Porque los beneficios de la democracia no se ven materializados. Así de llano y de claro.
Así lo sustentan estudios y encuestas realizadas en 18 países latinoamericanos entre 2013 y 2017, y esto lo subrayo, porque no es de ahora, sino que se viene manifestando de tiempo atrás y se recrudece. Las preferencias de ese entonces por la democracia las manifestaba una mayoría, pero muy débil. El desafecto se asocia con el pobre desempeño del sistema político. Y es que hay una verdad de a libra, estriba en que la democracia se convierte en solo un referente abstracto cuando no rinde resultados y desmotiva.
No hay interés hacia elementos esenciales como son el Estado, entendido como hecho político, el gobierno, en general todo aquello que esté relacionado con el fenómeno de poder público. Hay una desconexión generalizada, un rechazo marcado... y el precio de esa desafección lo paga muy alto el propio ciudadano. El ciudadano es víctima de su propia actitud.
Me voy a permitir compartirle el texto de un profundo conocedor del tema, que fue el filósofo, teórico marxista, político, sociólogo y periodista italiano, Antonio Gramsci en febrero de 1917. Uno de los cofundadores del Partido Comunista de su país: “La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿Si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?”
Lo invito, muy respetuosamente a que lo lea con detenimiento, estimado leyente. Su vigencia es conmovedora, estrujante. Es una tragedia deslindarse de los deberes ciudadanos. Las tasas de abstención electoral evidencian la desconexión política. El alejamiento de lo público se revierte y al que daña es al ciudadano, se lo lleva al despeñadero.
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La apatía política se está convirtiendo en una fuerza demoledora de la democracia. ¿A dónde va la sociedad de hoy con esa espada de Damocles sobre la cabeza? ¿Cuál es el destino de una nación que abdica de su soberanía, de su derecho a auto determinarse? El soberano es el PUEBLO, no el GOBIERNO.
¿De verdad la falta de compromiso y de participación activa en los procesos políticos, construyen algo? Los problemas que afectan a las comunidades, las injusticias y las inequidades que abaten a mayorías enteras ¿se solucionan con indiferencia? La respuesta a lo que no sirve para vivir con dignidad ¿es el silencio, el ostracismo social?
La desilusión y la desesperanza no se vencen con inmovilidad. El desaliento se combate con acción, con convicción de que una situación que daña, se enfrenta con inteligencia y determinación, y se vence. No hay de otra. El miedo se traga, se digiere y se manda a ya sabe dónde. No se vale desentenderse de la patria. Que priven las luces, no las sombras.