Bálsamo de pesadumbres

Opinión
/ 14 marzo 2024

Lord Feebledick regresó a su finca rural después de la cacería de la zorra. Iba mohíno y enojado pues su caballo, en vez de galopar junto a los otros, se salió de la cabalgata para montar a una yegua corriente, sin dar tiempo a milord de desmontar. El desairado papel que hizo en el curso del caballuno trance motivó la risa de los cazadores, e incluso de la zorra. Otra sorpresa se llevó lord Feebledick. El entrar en la alcoba vio a su esposa, lady Loosebloomers, abrazando y besando salivativamente a un hombre alto, rubio y que vestía ropas clericales. Milord recordó el proverbio que dice: “Abrazos, besos y no más, eso nunca lo verás”, y le preguntó a su esposa, amoscado: “¿Quién es ese hombre?”. Respondió lady Loosebloomers: “Recuerda, Feebledick, que te dije que iba a traer a la casa un pastor alemán”... De vez en cuando todos necesitamos que nos den una palmadita en la espalda como muestra de afecto, congratulación o reconocimiento. Un gesto así, una palabra amable, obran milagros. Son una sonrisa del alma que alegra y estimula a quien la recibe, y acendra la calidad de aquel o aquella que la da. Yo tuve hace unos días un regalo así. Lo muestro hoy no a modo de jactancia, sino de gratitud. Un bello corazón ha de tener la persona que me envió este mensaje, con el cual me impartió el santo sacramento de la bondad humana. Por enésima vez leo lo que una gentil lectora me escribió. No pongo aquí su nombre, pues no tengo permiso para hacerlo, pero sí sus iniciales a fin de que se entere de lo feliz que me hizo con sus letras. He aquí el mensaje: “Apreciable Sr. Catón: Somos una pareja de 78 años. Mi marido es uno de sus seguidores desde hace mucho tiempo. Anduvo buscando su último libro, ‘México en mí’, y finalmente lo encontró. Los tiene todos. Como está peleado con la tecnología no lee por Internet. Prefiere hacerlo a la antigüita. A partir de haber sido pensionado temo que abra el periódico porque empieza el día de mal humor. Solamente cuando oigo sus carcajadas sé que ha llegado a su columna. En este momento está leyendo su libro, y no puede emitir palabra porque la risa no lo deja. Lo está disfrutando inmensamente. ¡Qué buena medicina para ahuyentar los pensamientos pesimistas! Tampoco yo me pierdo sus cuentos y ‘Mirador’. Me encantan su sensibilidad y forma de escribir. Creo estar en el lugar mismo a donde su relato nos lleva. Muchas gracias por hacer más agradables los momentos de dos personas mayores. Reciba un saludo afectuoso y nuestro deseo de que siga compartiendo con todos nosotros los dones que Dios le dio. Mucho éxito con ‘México en mí’, y que sigan muchos más. G.R. de A.”. Un mensaje así, tan expresivo y generoso, es bálsamo de pesadumbres y voz de aliento para seguir haciendo la tarea. De todo corazón, y de toda alma, gracias... Al principiar la noche de bodas el enamorado galán le dijo lleno de emoción a su dulcinea: “¡Te besaré los labios, amor mío, como muestra de que eres mi mujer, y te besaré los pies para mostrar que eres mi reina!”. “¡Uh! –acotó ella–. ¡Te saltaste todo lo mejor!”... En el conocido Bar Ahúnda dos bebedores intercambiaban confidencias. Dijo uno: “Yo conocí a mi esposa un mes antes de casarme con ella”. Masculló el otro, rencoroso: “Yo la conocí un mes después”... El novio de Glafira, la hija de don Poseidón, fue a hablar con el severo genitor de la muchacha. Le informó: “Vengo por mero trámite a pedirle la mano de su hija”. El granjero se encrespó. Le preguntó, irritado: “¿Quién dice que por mero trámite?”. Replicó, imperturbable, el mozalbete: “La cigüeña”... FIN.

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