Boda en el MUNAL: El ‘teatro’ del Servicio Exterior Mexicano
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Parte de nuestro cuerpo diplomático recupera su papel de theorós, como espectadores de fiestas religiosas en el teatro del escarnio político
André Breton, tras su visita a México, expresó lo siguiente: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”. Y en muchos aspectos, la cita mantiene su vigencia a 86 años del encuentro del escritor francés con nuestro país.
En su columna del 8 de diciembre, “La (no) boda fifí en el MUNAL”, publicada en El Universal, Claudio Ochoa Huerta develó el sainete protagonizado por Martín Borrego Llorente −integrante del Servicio Exterior Mexicano− y el diplomático rumano Ionut Valcu. La farsa consistió en maquillar la boda celebrada el 4 de octubre entre Borrego y Valcu como un evento conmemorativo del 89º aniversario de las relaciones diplomáticas entre Rumania y México, utilizando recursos públicos y usufructuando el Museo Nacional de Arte (MUNAL) como la sede.
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A la pantomima de la “celebración de las relaciones entre Rumania y México” asistieron 70 invitados ―casi todos diplomáticos― incluyendo a Alicia Bárcena, quien entonces era secretaria de Relaciones Exteriores y hoy secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales. A la celebración en el MUNAL le antecedió una misa para los novios en la Capilla de los Ángeles de la Catedral de la CDMX.
Obviando el retorno al régimen patrimonialista del Estado −en el cual los funcionarios de la burocracia dorada y sus allegados se apropian de los recursos públicos−, me parece irónico y surrealista que involuntariamente los diplomáticos que protagonizaron el evento ―incluida la excanciller― le hacen honor a la palabra del griego antiguo que designaba a los embajadores, así como su relación con distintas palabras que constituyen su campo semántico.
Para hablar de los embajadores, en la Antigua Grecia se usaba el término “theorós”. En aquella época, entre las costas e islas del Mediterráneo se designaba como theorós a aquel embajador que era enviado de su polis como espectador a las fiestas religiosas de otra ciudad Estado. Tanto el elemento de “espectador” como la asistencia a las “fiestas” eran esenciales para la definición de embajador. Esto, debido a sus raíces etimológicas: “théa” (homonimia para expresar tanto “visión” como “divino”) y “horán” (“ver), las cuales también integran a la palabra “theoría” (visión, vista, contemplación, especulación mental).
La homonimia “théa” ―que se utilizaba tanto para hablar de lo divino como del objeto sensorial obtenido por medio de la vista― hoy en día nos puede parecer extraña, sin embargo, para los griegos el “ver” y lo “divino” estaban asociados; pensemos en las apariciones de los dioses como Zeus o Atenea en la “Ilíada”, o un ejemplo más cercano en tiempo y espacio para nosotros, la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego en 1531. De esta dualidad “visión/divinidad” emana el concepto de “theorós” como un embajador espectador de las fiestas religiosas.
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Otras palabras que integran el campo semántico de “theorós” y “theoría” son “theorikós” ―referente a las fiestas o espectáculos; dinero dado por el Estado a los atenienses pobres para que pagasen su asiento en el teatro; fondo para espectáculos―; “theátron” ―lugar de espectáculo, teatro; conjunto de espectadores público; objeto de espectáculo―; y “theatrízo”, lo cual significa escarnio.
Desde sus orígenes en la antigüedad, la diplomacia ha evolucionado para convertirse hoy en día en una síntesis de arte, técnica y habilidad de negociación con el objetivo de mantener las relaciones sanas entre los Estados. Lo sucedido en el MUNAL el 4 de octubre es un retroceso de más de 2 mil años, en donde parte de nuestro cuerpo diplomático recupera su papel de theorós, como espectadores de fiestas religiosas en el teatro del escarnio político.
X: @areopago480
Correo electrónico: areopago480@gmail.com