Café Montaigne 284: José Agustín

Opinión
/ 29 febrero 2024

La muerte es rara y a nadie interesa. Bueno sí, al involucrado, cuando llega. La muerte llega sin pedir permiso. Así es la muerte. Y al menos para mí, es benefactora. Es decir, no la conozco aún, pero la muerte es silencio, paz, descanso sin fin, existencia plena (es una contradicción, pues); la pura vida en la muerte. Sin contradicción de por medio. Hablo de la muerte hoy, porque mucha gente a mi alrededor ha muerto. Mi panteón particular es ya inmenso. Al parecer, en dicho panteón... sólo falto yo.

No es dramatismo. Es la vida. Y la vida desemboca en la muerte. Sin duda. A últimas fechas, y como siempre, la política le gana a la cultura en todas sus manifestaciones. No quiero recordarlo todo, pero mi memoria cultural le gana y siempre a la política. En fechas recientes murió la gran Cristina Pacheco, el injustamente olvidado Héctor Carreto, y claro, José Agustín. ¿Los ha leído usted, señor lector, los conoce, los admira? Para mí son amigos. No de libros, a ellos les tomé la mano, les dije de mi admiración, tengo sus firmas en sus libros, tengo sus palabras tatuadas en mi memoria... en fin. Es la vida. Sólo la vida para vivirla.

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Hoy me detengo, amén de explorarlo en una saga de textos, en José Agustín (1944-2024). Y como siempre, estoy viejo y tengo una memoria prodigiosa. Eran los buenos años de la cultura en Coahuila: dirigía la institución don Javier Villarreal Lozano (†) y una colaboradora estelar, Conchita Recio. Quien esto escribe, igual andaba allí metiendo su cuchara. ¿El año? No lo recuerdo, caray, pero estuvo en Saltillo y en Monclova el buen José Agustín. ¿Sabe usted quién lo presentó? El inolvidable Héctor Cabello (†). Una gira en la memoria, permanente.

¿Santo de mi devoción? Jamás lo fue el narrador José Agustín. Debo de tener la mayor parte de su obra en mi biblioteca. ¿Dónde? No lo sé. Pero, en honor al maestro, he leído (ojo, leído, no releído. Si la leí en su momento, no recordaba nada. Nada) su obra la cual, dice la leyenda, la escribió a los 16 años y la publicó en la veintena, “La Tumba”. No una novela, sino un opúsculo. La leí de un tirón. Recordaba vagos pasajes, sólo eso. Y usted lo sabe, luego de la publicación de este relato u opúsculo, se acuñó el término de la literatura de la “onda”, es decir, “agarra la onda”, “no seas ruco, agarra la onda”, “métete a la onda”. En fin, sí, ese lenguaje ya perdido que hoy todo mundo tiene en la lengua vía la boca de trapo de Andrés Manuel López Obrador, quien engatusa, miente, engaña, acusa, vilipendia... desde su púlpito diario.

Vamos al grano: en la página 45 del texto de José Agustín, “La Tumba”, en un diálogo entre dos protagonistas principales, Dora y Gabriel Guía (el narrador), se lee: “Okay, pásame la onda”. Así la grafía, literal. Y esto desembocó en eso llamado así, “la literatura de la onda”. Y en honor a la verdad, y usted lo sabe si me ha leído, mis apetencias, mis gustos, mis apuestas son otras... poco leo ya lo mexicano.

La leí “La Tumba” de un tirón, por disciplina, pero previsible todo. La gente dice de su “lenguaje innovador”, “renovador” o algo así. Caray, es simplemente el caló, el “slang” de los defeños, sujetos ellos a una sola parcela de su triste y patética realidad. Pero vamos, me voy a detener en su lenguaje. Es mucho decir, en fin. Varias frases al azar: “Las pescas al vuelo, ¿eh? Mira la chose es simple, seguramente voy a reprobar”. Una más: “Este Jaime Jaimito quiere poner en práctica las teorías del Kama Kostra o como se llame. Le digo chitón, perrito ¿qué mosca picóte? Pero no me hace caso...”.

ESQUINA-BAJAN

La transcripción es literal y fiel. Hay muchas aristas por explorar en este escritor, al cual sus fanáticos mataron. Es literal. Nunca se repuso de ello. Cito de memoria. Ni tengo internet ni me interesa. Hubo una presentación del maestro en Puebla en un teatro (pudo haber sido en Marte), sus fanáticos jóvenes enloquecieron (los jóvenes enloquecen por todo, hoy por el mundo virtual) y se subieron en bola a abrazarle y pedir autógrafo. Se hundió el foso. El maestro Agustín fue directo al hospital. Luego, la decadencia, el morir en pedazos, la afasia, el dolor, la nada...

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El relato lo he leído con un vino tinto de dudosa estirpe. Lo hice por placer y en honor al maestro Agustín, al cual lo atendí en Coahuila por orden de Javier Villarreal. Muchos datos, varias aristas insospechadas las cuales, claro, no recordaba. Una de ellas: aparece un “Café Viena” citado dos veces. Sí, como el “Viena” de nosotros del señor Molina. Y usted recuerda: el “Viena” de Saltillo aparece en las crónicas de Salvador Novo. En fin. Lo leo y lo recuerdo todo. Es mi vejez, pues.

La novelita / relato / estampa de José Agustín, si usted lo pasa por el tamiz o los espejuelos de lo políticamente correcto hoy, no aguanta ni un segundo. Hay violencia de género (lo que eso signifique), hay pederastia, sexo por calificaciones, sexo por amor, sexo por borracheras, sexo gratis, sexo incestuoso... pero es lo de menos. El texto entretiene. No poca cosa hoy.

LETRAS MINÚSCULAS

El texto, claro, es una pálida y buena imitación de “El Guardián en el Centeno”, de J.D. Salinger. Libros para el olvido, pero que hablan desde un “sótano de una casa semiderruida, comiendo plátanos, bebiendo wiskín...”, transcripción literal. Sin palabras.

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