Café Montaigne 285: Reflexiones sobre el amor
Ando retrasado en todo. Pido disculpas, pero la vida aprieta en la ventana. Así de sencillo, máxime cuando escribo estas letras y estoy a días (espero llegar vivo) de cumplir mis únicos (1) 59 años. 159 años muy raspados. Digo que son 159 porque eso se me hacen: una eternidad. ¿Vivir eternamente como los vampiros? Me da harta flojera. Un aburrimiento eterno. En buen castellano, es una “güeva”. ¿Resucitar, creer en la resurrección eterna? Caray, ni de locos. Yo con este “chingadazo” de vida tengo. Y sobrado. Corrigiendo el texto, le digo y aclaro: ya tengo 159 años. ¡puf!
Sigo la máxima que me enseñó el abogado, el hombre que más sabe sobre derecho electoral en el norte de México, don Gerardo Blanco Guerra. Su aforismo invulnerable es el siguiente: hay que irnos de la tierra con las maletas vacías, las cuentas del banco limpias y la vida muy raspada. En honor a la verdad, habito el tercer estrato: 59 años son muchos años y, aún así, me sigo raspando mi vida. Y como me la sigo raspando, no puedo dejar de lado una pasión funesta y vital: el amor. O lo que creemos que es amor. O lo que definimos es amor. Para bien o para mal. Siempre para mal.
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Le prometí a usted, lector, que iba a pedir espacios especiales para presentarle letras más amplias y dilatadas sobre todos los temas en las páginas de VANGUARDIA. Ya las pedí... y me estoy tardando en cumplir. Prometo meter acelerador a esto. Y muchas notas, apuntes se me han quedado en mis libretas con motivo de presentarle aquí un buen texto sobre eso llamado amor. Acaba de pasar el día fatídico del 14 de febrero e insisto, me quedé con las ganas de sistematizar mis notas y ofrecerle a usted un panorama literario, artístico y musical sobre el amor y sus bemoles. No las recomendaciones de siempre, sino “mis” recomendaciones.
A vuela pluma entonces en esta tertulia de “Café Montaigne” abordo lo anterior. Por lo demás, siempre es buena fecha para hablar sobre el amor. O los celos. O las traiciones. O el sexo. O el amor casto. O el amor filial. O la amistad más allá de la muerte. En fin. Siempre, las “letras arden”. “Letras que arden”, así titulé el texto que no terminé como una colaboración especial por la fecha antes referida.
Cuando le platiqué de mi proyecto a una grata, buena amiga y excelente lectora, me dijo: “Ay qué padre, Jesús. Habla sobre el amor, sobre el amor romántico, el bonito...”. Lea usted lo siguiente: “Señores, ¿os gustaría escuchar un bello cuento de amor y de muerte?”. Líneas poderosas, votivas, las cuales obligan a prestar todo oídos y querer saber la historia completa de un episodio que ya se adivina desde su arranque novelesco, es toda una tragedia. Usted lo sabe, es el inicio de uno de los más bellos poemas de amor, “Tristán e Isolda”, y el texto remite inmediatamente a la concordancia y matrimonio entre amor y muerte.
¿Y el amor pleno, feliz y romántico, como dijo mi amigo caramelo? Ja, el amor feliz nunca tiene historia. Nadie habla de él. Sólo nos ocupamos y sentimos el aguijón del dolor en el amor mortal, el amor emparentado con la muerte y la negrura de la noche, la cual acecha y devasta siempre a los desventurados amantes...
ESQUINA-BAJAN
¿Amor romántico? Tal vez. Pero ¿no será acaso que a los amantes en turno les sobra serotonina y dopamina y les hace falta oxitocina? Esto y no otra cosa es la radiografía bioquímica del amor, según los científicos. ¿Y si entonces nos atacamos de Prozac para nivelar ambos niveles? ¿Se me va a tildar de agente forense y sepulturero del amor, entonces? ¿Es bueno el amor romántico, en contraparte del amor carnal y sexual?
Muchas notas en mi tintero, pero lea lo siguiente: por los pechos, labios y vulva de una mujer se han perdido haciendas, reinos, reputaciones, empresas... hasta países. El británico monarca Eduardo VIII dejó a su país tirado “por la mujer a la que se ama”. Caray, ¿exceso de serotonina o estaba enfermo de amor romántico, o es realmente lo mismo lo anterior? Esto se pone bueno.
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Ahora bien, usted lo sabe, es uno de los mayores ejemplos de la poesía del romanticismo (no es como usted lo imagina, lo que usted imagina es exceso de estupidez, ñoñería. El romanticismo es otra cosa), es el gran lord Byron (1788-1824). Todo mundo ha leído su gran poesía, por lo demás. Pero pocos saben que su vida, sus diarios, su biografía, es más apasionante que cualquier libro sobre sexo, amor o como se le quiera llamar.
En pocas palabras (le digo, ya me acabé el espacio y tengo mucho que ofrecerle), lord Byron, el llamado padre del romanticismo, mantenía un amorío incestuoso con su media hermana. Estuvo casado con varias esposas. Tuvo una hija de la cual nunca se hizo cargo (con Clara Clairmont hermana de Mary Shelley, sí, la autora de “Frankenstein o el moderno Prometeo”) y un buen dato: conservaba como un “suvenir” de sus amantes (hombres o mujeres), un mechón de su vello púbico en una caja. Al parecer dicen los biógrafos... más de 250. ¡Una buena parafilia!
LETRAS MINÚSCULAS
Para algunos humanos (para mí, usted lo sabe, y una vez más lo confieso), el sexo, y no el amor, es fundamental. Para genios como Salvador Dalí o Franz Kafka, era un tormento. Escribió Dalí: “El sexo no es para mí”.