Café Montaigne 309: Se extinguen las librerías... arriba la época de la involución

Opinión
/ 12 septiembre 2024

Hace días se publicó la noticia del posible cierre o mudanza de la librería “Carlos Monsiváis” en la entidad. Aún no se da el hecho, pero mueve a reflexión. O mejor escrito, parece una defunción anunciada. Un acta de defunción por el significado y símbolo de llegar a pasar dicho e infausto acontecimiento. Pero siendo francos, a nadie le interesa. Hoy la sociedad ha dejado de ser inteligente, los celulares son los “inteligentes”. Hoy ya no hay lenguaje para comunicarse, hay lenguaje no verbal: “emoticones”. En fin, hay involución, la civilización ha terminado.

Todo lo sólido se desvanece en el aire. No hay asideros en ningún área. La vida se hizo volátil e instantánea. Es el “yaismo”. Todo tiene y debe de ser “ya”, en este instante. ¿Pasan uno o tres segundos? Pues es una eternidad y al pasar, lo anterior tan deseado, ya no importa; importa lo nuevo, el aire, el humo, la nada, la cual se nos ofrece engolada en la red de internet.

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Vida y memoria líquida la definió el filósofo Zygmunt Bauman. Este pensador nacido en Polonia y unido recientemente a la eternidad, precisó con sapiencia y suficiencia de conceptos y estilo, la vida la cual nos rodea hoy: la precariedad de los vínculos humanos en la sociedad digital. Como no hay rumbo, todo es maleable, líquido. El compromiso, el cual hicimos en la mañana, en la tarde es roto unilateralmente al recibir “información” la cual nos hace desligarnos de aquello lo cual horas antes era prioridad.

Y esta vida inmediata, esta vida líquida, este “yaismo”, ha impactado en todo nuestro ámbito y en todas las aristas de nuestra vida cotidiana. Con la llegada de internet y de las diversas plataformas digitales, las cuales ahora señorean los aires, la televisión como la conocí en su momento, casi ha desaparecido. En los años setenta, ochenta e incluso hasta los años noventa, la televisión no pocas veces era o fue el fuego aglutinador del hogar, fue el tótem como antes lo fue la fogata para nuestros ancestros.

Eran tiempos en los cuales la publicidad era parte fundamental y activa en esta forma de vida cotidiana. Los fenicios, los comerciantes, los húngaros, los hermanos judíos, aquellos pueblos con vocación de mercaderes, vendían sus productos mediante la televisión y sí, su consumo era grande. Así se formaron imperios y emporios.

En ese entonces (lo digo y lo escribo como si fuese una antigualla, como si fuesen tiempos remotos), estos grandes mercaderes, estos corporativos diseñaban largas y costosas campañas de publicidad para posicionar sus productos y mercancías en el ánimo del consumidor potencial. Este consumidor estaba siempre al otro lado de la pantalla. Y para poder llegar a él de una manera sólida y bien armada, hacían falta buenas campañas de publicidad. Insisto, las cuales por lo general las diseñaban y enmarcaban... escritores.

¿Recuerda usted aquel eslogan de “Coca-Cola, la chispa de la vida”? Pues sí, dicho eslogan publicitario llegó para quedarse por lo contagioso de su refrán. La frase no es gratuita ni fue creada de la nada y no se ha evaporado con el tiempo. Son palabras bien medidas, dictadas por Jomí García Ascot, escritor, amigo de Gabriel García Márquez. Y usted lo sabe, el Nobel le dedicó precisamente su gran obra “Cien años de soledad” a García Ascot. Y ya mencionado a García Márquez, por años, este escritor estuvo ganando sus pesos de manutención en diversas agencias de publicidad en el país.

ESQUINA-BAJAN

Sin duda, esta es una historia secreta de muchos escritores. De escribir y vender libros de poemas nadie vive. Bueno sí, ahora las becas oficiales y las subvenciones del Estado posibilitan la manutención de los adocenados poetas, los cuales no pocas veces se convierten en burócratas sin brillo, sin garra y sin crítica.

Esta historia de la vida secreta de muchos pensadores y literatos está por escribirse. Usted lo sabe, abonados en las agencias de publicidad de los años ochenta y noventa del siglo pasado, estuvieron grandes y buenos escritores como Gabriel García Márquez, Guillermo Fernández, Francisco Cervantes, Salvador Novo, Álvaro Mutis y el mismísimo sabio Fernando del Paso, como no, Premio Cervantes.

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A Salvador Novo, prolífico escritor con ideas, se le debe aquel eslogan tatuado en la memoria de hombres viejos como yo: “Los tres movimientos de FAB: remoje, exprima y tienda”. Pero ¿sabe usted de quién era la voz de este comercial? Una voz incomparable, “Toña, la Negra”. Sí, la cantante de la cual no sabemos su nombre o, al menos, no lo recordamos jamás, pero sí su nombre artístico con el cual es historia: “Toña, la Negra”. Cuando negro era sinónimo de orgullo, daba pertenencia y jamás asomaba eso llamado racismo.

Hoy decir negro, güero, japonés, chino, etcétera, da motivo a una falta de respeto y queja en derechos humanos, ¡puf! Así las cosas de la modernidad líquida. A Xavier Villaurrutia se le debe un eslogan eterno: “Mejor mejora mejoral”. Mejores tiempos a estos, sin duda. ¿Una librería más, una librería menos en la entidad? ¿A quién le importa?

LETRAS MINÚSCULAS

De 40 y tantas librerías que existían en la mancha urbana de Monterrey (año 2000) y sus alrededores, hoy sobreviven cinco. La población debe de ser de más de 3.6 millones de humanos... que no leen.

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