Vargas Llosa: el último ‘pararrayos celeste’

Opinión
/ 15 abril 2025

Me ha dolido su muerte... Los genios como Mario Vargas Llosa deberían ser eternos

Los genios no deben morir. No deberían morir. Los genios como Mario Vargas Llosa deberían ser eternos. Conocí (caray, ¡cuánta pretensión!) a Vargas Llosa desde el inicio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la mundialmente famosa FIL. Fui a la FIL desde su fundación, primero como vendedor de libros, luego como escritor, luego como reportero. Asistí, y sin fallar, a la cita anual, al menos los primeros quince años. Fue cuando conocí a Mario Vargas Llosa (1936-2025).

En la FIL en Guadalajara hay dos eventos los cuales nadie debe de perderse: el cóctel para autores e invitados, el cual ofrece la editorial, la poderosa editorial Alfaguara, y un evento sólo para avispados: ir a bailar al “Salón Veracruz”. Enclavado en pleno centro de Guadalajara, el salón es un congal. Así de sencillo. Es un buen congal para bailar, sacar a bailar a señoritas de muy buen ver y ya luego, pues tratar de enamorarlas. ¿No se puede o no aceptan el amor de un sólo día o la noche de pasión? Pues queda un recurso irresistible: un puñado de pesos en la mano.

TE PUEDE INTERESAR: Mis anécdotas con Mario Vargas Llosa

De hecho, las señoritas, las cuales allí van a trabajar cotidianamente, se quejan de eso cuando saben de la fiesta de los escritores de la FIL. No pocas veces las escuché espetar entre ellas: “Oye, Jazmín, esto va a estar muy jodido en la semana. Vienen escritores y periodistas y ni pagan”. Caray, no siempre verbo mata carita. Aquí en un año, el Nobel de las letras, Mario Vargas Llosa, y su entonces esposa bailaron un par de piezas. Uno de los hombres mejor vestido y más elegante sobre el planeta Tierra (el otro es el gigante de un solo ojo, Salman Rushdie) bailó sobre un ladrillo. Recuerdo a Televisa haber filmado ese momento memorable. Quien esto escribe también bailó... pero los compañeros reporteros me pidieron amablemente bailara en otro sitio, para filmar al maestro. ¡Ni pez!

Estuve siempre en sus ruedas de prensa. A todo mundo trataba con galanura y donaire. Respondía todos los cuestionamientos y tenía una paciencia franciscana al respecto. Decía del otro evento el cual es imperdible, pero sólo se entra (ignoro al día de hoy si hay otra dinámica) bajo invitación expresa: el coctel para autores, editores e invitados especiales de la editorial Alfaguara. Fui a varios de ellos. Fue entonces cuando me acerqué con mi libro bajo el brazo a solicitar la firma de Mario Vargas Llosa en una de sus obras.

Él bebía un buen whisky. Yo traía una cerveza en la mano. Me dijo, me sentara. Y sí, empezamos a platicar (¡cuánta pretensión!). Le dije de mi admiración y de sus letras las cuales más atesoraba en aquel momento. Él me escuchaba y, en unos minutos, brindamos un par de ocasiones. Luego, me firmó mi libro y me preguntó galantemente por mis letras y de dónde era.

Le dije rápidamente de ello y sí, le comenté de mi origen: Saltillo, aunque siempre trabajando en Monterrey. Vargas Llosa me reviró: “No conozco Saltillo, pero en Monterrey tengo buenos amigos. Al parecer es cercana la ciudad”. Y aquí es donde entra en estas apretadas líneas mi amigo, don Armando Fuentes Aguirre. “Catón” estuvo con Vargas Llosa en una cena pantagruélica en el Museo Marco en Monterrey a invitación expresa, recuerdo, de Nina Zambrano.

El episodio me lo contó de viva voz don Armando Fuentes en una tertulia de postín en fecha pretérita. Imagino, don Armando lo contará en sus letras. Debo de tener la mayor parte de la obra de Mario Vargas Llosa en mis anaqueles. Al momento de redactar estas apresuradas notas, no encuentro por ningún lado dos libros un tanto extraños, por decirlo así, dos libros poco conocidos de su pluma: “Carta de Batalla por Tirant lo Blanc”, editado por Seix Barral, y “Diccionario del Amante de América Latina” para Paidós. Dos joyas poco conocidas del maestro.

TE PUEDE INTERESAR: Mario Vargas Llosa en VANGUARDIA: Así fueron sus columnas para este periódico

Me ha dolido su muerte. Ayer, al saber de ello (me avisó puntualmente el escritor Armando Oviedo Romero), destapé una buena botella de vino tinto, la cual apenas me supo a nada. Tuve la necesidad de abrir una botella de ron a la cual le vi el fondo. He llorado su partida. Atesoro en mi memoria, entonces, sus palabras y su firma en su libro.

Los genios no deberían morir. Mario Vargas Llosa, tal vez y sólo tal vez, fue el último pararrayos celeste... ya es eterno.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM