Calladitos nos vemos más bonitos

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El martes pasado perturbé el orden público con una tontería que publiqué en mis redes sociales. Me disculpo, no era mi intención.
Como el 90 por ciento de las cosas que “posteo” en Twitter o Facebook, mi aportación tenía el único afán de divertirme y sacarle una sonrisa a quien lo leyera; y aunque así fue casi en su totalidad, hubo un segmento que se lo tomó un poco demasiado en serio.
Mi comentario tenía que ver con la presunta mala costumbre de los habitantes nativos de esta Saraperópolis de la que tanto se quejan los avecindados en ella, la de no contestar los saludos ni dar los buenos días, ni tener esas pequeñas muestras de cortesía y civilidad que otros encuentran tan preciadas.
¿En verdad somos tan secos y hoscos los moradores de este valle de penurias y asfalto picado?
Lo pregunto porque si la respuesta es afirmativa, lo más seguro es que sea un acto inconsciente. Quizás, como oriundos de la tierra de Acuña, el vate melancólico por excelencia, vamos siempre embargados por un pensamiento profundo, por un dolor existencial, lo que aunado a las vicisitudes cotidianas nos hacen deambular por ahí en total ensimismamiento, mirando al vacío cuántico.
No sería entonces falta de empatía, sino que un simple “buenos días” no bastaría para sacarnos del modo autómata.
Yo traté de ser irónico con el asunto pero no faltó quien se llevara semejante tontería al terreno donde deberíamos estar debatiendo –no sé– cosas más serias, como los límites de la libertad de expresión, el derecho a la muerte digna, o la construcción del monorriel Saltillo-San Antonio de las Alazanas.
Pero sucede que a los saltilleros nos encanta disertar sobre nuestra manera de ser, siempre con una mirada muy autocrítica, excepto si el comentario viene de un fuereño, en cuyo caso lo tomaremos a agresión y procederemos a mentar madres a diestra, siniestra y también “sin ésta”.
Lo cierto es que no dejo de sentir cierto orgullo recóndito por ese rasgo de hosquedad que se nos imputa, pues es típico de las grandes urbes del mundo. Y a ver: no estoy diciendo que nuestro polémico SaltiYork sea una de las “grandes urbes del mundo”, sólo que compartimos con éstas -o nos arrogamos a título personal- el sacrosanto derecho a la patanería.
Los habitantes de la CDMX, Londres y principalmente los neoyorquinos, se han ganado a pulso la fama de comportarse con sus semejantes como orcos con colon irritable. “Being miserable and treating other people like dirt is every New Yorker’s God-given right”, dice el alcalde Lenny en “Los Cazafantasmas 2”. Y creo que aplica también para los hijos de Zapalinamé (si no me cree, póngase al volante, de preferencia un viernes por la tarde).
Y no, tampoco estoy diciendo que sea algo bonito, pero si hemos de tener complejos, que sean al menos complejos de primer mundo.
La verdad es que no creo que ser parco sea nada por lo que tengamos que estarnos disculpando. Creo, en primer lugar, que es un estado a la defensiva y si tal cosa hemos desarrollado, por algo habrá sido. Quiero decir, no en balde se desarrollan los mecanismos de defensa. Y ya sea porque la vida en esta región solía ser muy dura, o porque a base de vernos la cara terminamos por desconfiar del prójimo, no veo yo motivo de bochorno.
Y si además somos alérgicos a los protocolos y sobre todo al “chit chat”, a la charla anodina, a la plática trivial, a la conversación sobre el clima, pues hasta lo celebro, pues los años me han enseñado que la economía al hablar es un síntoma de inteligencia.
¿Saben quién no es económico para hablar en absoluto? ¡Exacto!
La agencia Bloomberg dio cuenta del bochorno al que, como de costumbre, nos sometió el Presidente cada vez que tenemos visitas distinguidas.
El martes, durante la conferencia de prensa ofrecida por los tres mandatarios de América del Norte (México, EU, Canadá), nuestro “Chanfle” hecho Presidente, AMLO, dilapidó 28 minutos –¡prácticamente media hora!– en contestar una sola –¡una!– pregunta de los reporteros.
Le preguntaron algo concreto sobre migración, pero como es su cochina costumbre largó una perorata incoherente sobre cualquier cosa que se le vino ocurriendo: vacunas para la malaria, becas para niños con discapacidad, “su” tren maya (sic), cigarrillos electrónicos, la manera en que las series de tv glamorizan la vida criminal.
La situación, según se nos reseña (aunque basta con ver el video) se volvió muy incómoda para el Presidente Biden y el Primer Ministro Trudeau, pues comenzaron a mirar a todas partes en evidente exasperación. Agregue el hecho de que los jefes de estado estaban escuchando en traducción simultánea, al inglés, esa retahíla de dislates en voz de una intérprete que se escuchaba tan incrédula como el resto de los invitados.
Si en México ya nos acostumbramos y resignamos a que el tiempo presidencial se derroche en naderías y gansadas (nunca mejor dicho), para las naciones invitadas, que sí tienen una agenda, con mandatarios que no pueden permitirse semejante desperdicio del tiempo, debió ser una experiencia tan sorprendente como tortuosa.
Y así, luego de acaparar el tiempo y no permitir al Presidente de los EU responder al resto de las preguntas que le formularon, López se excusó.
El problema es que AMLO cree ser una persona brillante, preparada, culta, interesante, elocuente, articulada. Pero es sólo es un apolillado saco de “sabiduría popular” (que no es sabiduría) y dicharachos mal recitados. Cree que es un estadista dictando cátedra entre sus iguales (se siente el Niño Dios hablando entre los doctores) y sólo hizo un ridículo mayúsculo del cual deja constancia para la posteridad la prensa internacional.
Admirador de Castro, AMLO quizás sueña con dar una conferencia récord como hiciera el dictador ante la ONU en 1960, durante cuatro horas y media. Pero ni para tirano le alcanza la labia a López Obrador, muy apenas para cantinflear, aunque ello le basta para recibir la ovación de sus incondicionales y de la prensa aduladora. que retroalimentan su ilusión de brillantez y su burbuja de autoengaño.
La gente pensante se reserva siempre lo que piensa y cuida muy bien lo que deja escapar por la boca. Por eso, cuando no se es muy brillante lo mejor es escuchar el doble de lo que se habla, para así aprender algo y al menos aparentar un poco de inteligencia.
O como dicen: Es mejor permanecer callado y parecer pendejo, que abrir la boca y confirmarlo.