Calores y bochornos
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A quienes son de Mexicali se les llama “cachanillas”, pues cachanilla es el nombre de una planta que abunda en la región. Pero otro nombre reciben los mexicalenses (hablo de los varones, nada más): se les apoda “huevosfríos”, por la costumbre que tienen de llevar entre las piernas una lata o botella de cerveza helada cuando van manejando su vehículo.
Mexicali, en efecto, es uno de los lugares más tórridos de la República. Ahí escuché esta frase:
-La semana pasada tuvimos una onda fría de 28 grados.
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Villahermosa, Tabasco, es otra ciudad muy calurosa. Solía decir don Alfonso Taracena, gran historiador tabasqueño:
-En Villahermosa tenemos meses de 45 grados. Y luego empieza el calor.
Por acá en estos lares coahuilenses tampoco curtimos malas vaquetas. Oí decir de un agente viajero que allá en los años cuarenta del pasado siglo visitó Monclova. Llegó a un hotel, y antes de registrarse le preguntó al administrador:
-¿Tienen agua caliente?
-Sí, señor –respondió el tipo–. Lo que no tenemos es agua fría.
Y es que en el tinaco el agua alcanzaba casi el punto de ebullición.
El calor de Monterrey es igualmente proverbial. Recuerdo a mis amigos regiomontanos de tiempos de la juventud. En aquellos ayeres las casas no tenían aire acondicionado. La única defensa contra el calor era un abanico de los que traían retratado a Pedro Infante. Para estudiar en tiempo de exámenes, aquellos amigos míos se iban por la noche a la Alameda o a alguna plaza, y sentados en una silla playera abajo de un farol del alumbrado público estudiaban hasta la madrugada.
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Saltillo fue famoso por su clima. “The air conditioned city”, rezaban los folletos de propaganda de la Universidad Interamericana, la de Cuquita Galindo. Pero eso se acabó cuando las huertas se acabaron, y con el pavimento de las calles y el crecimiento de la población. Desde luego nuestros calores no son tan calurosos como los de otras partes. Hace unos días hubo una interrupción de la energía eléctrica en cierta colonia de Monterrey donde un pariente mío vive. La familia tuvo que irse a un hotel para poder dormir. Aquí en Saltillo el calor cede cuando se mete el sol, y hasta debes cubrirte con la colcha en la madrugada.
Al parecer el mundo se está sobrecalentando. Para hacer frente a ese calor universal tendremos que ser como aquel tipo tan friolento que toda la vida se la pasó en su casa, sentado en un sillón y cubierto hasta las orejas con cobijas. Así, no tuvo ocasión de pecar nunca, y cuando murió se fue al Cielo. Pero sintió gran frío en la morada celestial, de modo que le pidió a San Pedro que mejor lo mandara al infierno. Quizás ahí ya no tendría frío. El portero celestial obsequió los deseos del friolento, y lo envió al averno. Días después fue a ver cómo le estaba yendo. Seguramente se estaría muriendo de calor entre las infernales llamas. Tocó la puerta, y un diablo la abrió. Cuando San Pedro le iba a preguntar por el friolento, oyó venir desde adentro la temblorosa voz del tipo:
-¡Cierren esa puerta!