En los comienzos de la Revolución Industrial (1760-1830), en Manchester, Inglaterra, tuvo expresión concreta un capitalismo que no conocía ni reconocía límite alguno. Se le conoce como capitalismo o liberalismo “manchesteriano”. La competencia entre los productores era feroz, la libertad del mercado era absoluta y la regulación mínima; terreno propicio para explotar a los trabajadores. La abundante oferta de mano de obra se traducía en salarios de hambre, en jornadas laborales agotadoras, sin ninguna prestación ni seguridad social. Hablar de derechos sindicales se consideraba subversivo.
Los abusos de aquella Revolución Industrial sobre la clase trabajadora fueron tales que resultaron en diversos alzamientos que, con el paso de los años, se concretaron en diferentes modalidades de organización socialista, desde la Socialdemocracia Europea, hasta el Socialismo Soviético.
Para mediar entre la dictadura del mercado y una posible dictadura del proletariado, en 1891, el Papa León XIII publicó su encíclica Rerum Novarum, que proponía armonizar la libertad de las personas y de las empresas con el respeto a la dignidad humana, en especial de los trabajadores. Así inició lo que, con el paso de los años, se conoció como “Doctrina Social Cristiana”.
Desde entonces, y hasta el colapso del bloque soviético, el mundo se movió en ese péndulo. Los extremos poco ayudan y suelen expresar meras reacciones frente a los abusos del otro extremo. El advenimiento de los derechos humanos, reconocidos como derechos universales al término de la Segunda Guerra Mundial, dio paso a un Estado nacional rector y regulador de la actividad económica: el Estado, como monitor del péndulo; desarrollo económico, pero respetando a la persona; la economía al servicio de la persona, no la persona al servicio de la economía. Algunos fueron más aplicados que otros.
En México, como suele ser costumbre, las cosas se hicieron a la mexicana. La economía se ajustó a los usos del sistema político, cuya regla fundamental era y es la corrupción. El control del Estado rector sobre el péndulo de la economía se define en tanto satisfaga el interés superior de la corrupción. Encuentro en ello el origen de muchas de las grandes fortunas, aunque no de todas. En este escenario, México se dispone a recibir una avalancha de inversión extranjera que ronda los 40 mil millones de dólares, el llamado nearshoring. La razón fundamental de ello radica en el enfrentamiento entre Estados Unidos y China y el regreso a casa, o lo más cerca que se pueda, de muchas de las empresas que se habían instalado en China.
He podido escuchar un mucho de todo, especialmente de aquellos que a todo pulmón claman para que se den toda clase de facilidades a esa inversión, cueste lo que cueste porque el dinero manda. Es lamentable que se sumen a ese coro los cuatro candidatos a gobernador de Coahuila. Favor de no molestar a la inversión extranjera por ningún motivo, cueste lo que cueste.
El concepto de “desarrollo económico” es un tabú intocable, incuestionable. Pareciera que nadie quiere ser portador de malas noticias, menos aun apostar a esa cosa rara que llamamos verdad, una verdad sustentada en datos que los respaldan: un mundo finito no puede sostener un desarrollo infinito. Una economía que debe estar al servicio de la persona y no al revés.
Los costos concretos están a la vista. Los suicidios están al alza, así como el consumo de drogas. Los niños pasan el día solos en comunidades y colonias populares porque sus padres tienen que salir muy temprano a trabajar y regresan tarde, sólo así pueden tener un ingreso mínimo para sobrevivir y formar parte de una sociedad de consumo que nos bombardea a todas horas para que consideremos el consumo como la cumbre del éxito. ¿Qué importa que tu consumo te deje siempre insatisfecho porque quieres más y más? ¿Qué importa que el único saldo verdadero consista en más y más deudas impagables?
VANGUARDIA publicó en portada el 27 de abril: “Alarma contaminación industrial de madrugada”. El Economista, unos días antes, señalaba en portada, que sólo 4 millones de empleados formales en el país tienen contrato colectivo legítimo. La Jornada decía en su portada “Pagará México alto costo ambiental con el arribo de empresas”. Se alerta sobre la tala, el acaparamiento de agua y el consumo masivo de energía. Economistas de la UNAM recién demostraron que el trabajador manufacturero devenga su salario en sólo 24.6 minutos de labor. La mano de obra barata sigue siendo el principal atractivo, “ventaja” que se corona con la cercana vecindad con Estados Unidos.
Ante esto y como cereza en el pastel, el director de la Organización Internacional del Trabajo para México y Cuba, alabó el llamado Pacto Coahuila porque genera confianza en los inversionistas. Están para llorar. En un mundo que oscila entre democracias fuera de control y diversas formas de autoritarismo, México, este pequeño enclave donde todavía sobrevive la “dictadura perfecta” con cara de modernidad democrática, se alza como tierra de progreso y oportunidades. Nada más alejado de la realidad. Se vende a Coahuila barato, para que los pocos ganen a costa de los muchos. ¡Cuidado, Coahuila! No todo lo que brilla es oro. Es momento de explorar con valentía nuevas alternativas que ofrezcan un futuro verdadero, no meros abalorios. La pereza mental de los gobernantes incentivada por la corrupción es el principal obstáculo.