Carta a tres esposas
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Conseguí al fin la película que así se llama, “A letter to three wives”, hecha en 1949 por Joseph L. Mankiewicz. Me interesaba verla porque creo que esa película fue la única en la cual Linda Darnell mostró una vaga calidad de actriz.
Desdichada mujer fue ella. Su niñez quedó ensombrecida por la ambición de su madre, que quiso ser estrella de cine sin lograrlo, y cuyos sueños idos regresaron al nacer su hija Monetta, niña de hermosura singular. A los 4 años la hizo tomar clases de baile, y luego la obligó a estudiar música y declamación.
Muy desarrollada para su edad, la jovencita ganó un concurso nacional de belleza a los 14 años, y fue contratado por la Century, pues la señora dijo que su hija tenía 21. Empezó a hacer papeles de ingenua al lado de galanes ya consagrados, como Tyrone Power o Richard Widmark. Pronto se convirtió en imán de taquilla. Al público le gustaba su exótica belleza. Tenía una larga cabellera negra y una tez de alabastro. Era como la diosa de un extraño paraíso.
Pero en aquella selva que era el Hollywood de los años cuarenta se necesitaba algo más que una cara bonita y un cuerpo escultural. Y eso era todo lo que tenía Monetta, ahora convertida en Linda. Empezaron a darle papeles cada vez de menor importancia. Baste decir que tuvo que hacer roles de india y mexicana. Sufrió intensamente por su declive, y trató de encontrar en el matrimonio una salida. Sufrió más cuando supo que no podía tener hijos: su aparato reproductivo no se había desarrollado. Se divorció y se hizo amante de Howard Hughes con la esperanza de hacerlo su marido. Pero Hughes tenía más interés en los aviones que en las mujeres, y el amorío no duró. La actriz cayó en una profunda depresión; recurrió al alcohol como remedio a su soledad y su fracaso. Incursionó sin éxito en el radio y la televisión; trabajó en cabarets para pagar las cuentas. En abril de 1965 fue a Chicago a visitar a su antigua secretaria. Con ella estaba viendo en la televisión uno de sus filmes cuando la casa estalló en llamas. La actriz recibió quemaduras de tercer grado en el 90 por ciento de su cuerpo, y murió días después. Tenía 44 años, y estaba ya acabada.
“Carta a tres esposas” es la historia de tres mujeres de la buena sociedad en un pequeño pueblo del centro de Estados Unidos. A punto de salir en una excursión en barco reciben la carta de una amiga (que nunca aparece en la película) en la que les anuncia que ese día escapará de la ciudad con el esposo de una de ellas, sin decirles cuál. Todas tienen motivos para pensar que quien se irá es su marido, y pasan el día haciendo recuerdos de su vida. Al final la verdad se revela en modo inesperado que no voy a decir, porque quizás alguna vez te toque ver en la tele esa película, y no quiero que este artículo sea lo que se llama un spoiler.
Tampoco en este film la actuación de la Darnell es sobresaliente. Y no lucen mucho las otras dos esposas, Ann Sothern y Jeanne Crain. La que se lleva la película es una actriz cuyo nombre ni siquiera aparece en los créditos. Es Thelma Ritter, que casi siempre hacía papeles breves, y además generalmente de criada. Pero hacía su trabajo con tal dedicación y oficio tan consumado que mereció ser nominada al Oscar seis veces en 12 años. Te voy a dar el nombre de algunas películas donde puedes ver a esta soberbia, humilde actriz: “Milagro en la calle 34” (la versión de 1947, con Maureen o’Hara y Edmund Gwenn); “Los inadaptados” (1961, con Clark Gable y Marilyn Monroe), y “El hombre de Alcatraz” (1962, con Burt Lancaster y Karl Malden). Ahí observarás cómo una actriz de primera puede hacer papeles de segunda y hacer que las llamadas “estrellas” se vean de tercera.