Chespirito: Sin querer queriendo

Opinión
/ 10 junio 2025

En medio de la crisis de los setenta surgía el talento de Chespirito, quien escuchaba el consejo de Nietzsche cuando aseguraba que el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa

Ahora que se estrenó la serie biográfica del gran Roberto Gómez Bolaños en una plataforma de streaming, se me agolparon de pronto un montón de recuerdos de épocas gloriosas que jamás volverán. Lo primero que me vino a la mente fue la pregunta que un amigo de primaria del Colegio La Salle de Monclova me hizo hace casi 50 años: “¿Viste anoche al Chavo del 8?”. Yo le contesté: “¡Sí, estuvo muy bueno!”. Pero hoy acepto que le mentí: Y es que entonces no teníamos televisión, pero me apenaba aceptarlo ante mis compañeros de escuela. Tiempo después, mi madre, quien con dificultades pagaba la colegiatura, con muchos esfuerzos compró un televisor.

Desde entonces, jamás me perdí capítulo alguno de “El Chavo”, que se transmitía todos los lunes a las 8 por el canal 8. Años después, “El Chavo” y todos los que vivían en su vecindad visitaron Monclova, y a mi madre, que era reportera de un periódico local, le pidieron entrevistarlos y me llevó con ella. Ahí tuve la oportunidad de conocer a Chespirito y a Quico. Guardo una fotografía de ese suceso.

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Eran los inicios de los setenta y se había esfumado de México el sueño del desarrollo estabilizador que el país disfrutó por casi 25 años. Fue esa época idílica en donde a nuestros padres les dijeron que pronto alcanzaríamos el primer mundo, y ahora tocaba pagar el precio. En medio de esa crisis surgía el talento de Chespirito, quien escuchaba el consejo de Nietzsche cuando aseguraba que el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa. Y como motivos para llorar había muchos, Chespirito eligió hacernos reír.

Lo hacía con historias sencillas, ligeras y poco complicadas, pero que, en forma irónica, denunciaban la pobreza y las desigualdades de México. Fue así que creó al “Chavo del ocho”, un niño abandonado, siempre de 8 años, que vivía en pobreza extrema, durmiendo en apenas un barril de madera y que su máximo sueño era comerse una torta de jamón. Ahí convivía con don Ramón, un viudo siempre desempleado, y con su hija, la Chilindrina; con doña Florinda, también viuda y quien vivía con su hijo, Quico; con la señora quedada, doña Clotilde, “la bruja del 71”.

“El Chavo” hacía rabiar al rentero de la vecindad, el señor Barriga, y al querido actor saltillense, “el Profesor Jirafales”, soltero y eterno enamorado de doña Florinda. Por cierto, debo decir algo que puede no gustar a los puristas, pero Rubén Aguirre debe ser el saltillense y coahuilense más conocido en el mundo. Más que los próceres como Zaragoza, Madero y Carranza.

Pero dejando eso de lado, hoy los personajes y elementos de Chespirito se encuentran presentes en el imaginario popular de Latinoamérica: “El Chavo”, “El Chapulín Colorado”, “El Chómpiras”, “El doctor Chapatin”, “Chaparron Bonaparte”, “la Chiripiorca”, “el Chipote Chillón”, “El Chanfle” y la “pastilla de Chiquitolina”. Lo mismo sucede con sus frases memorables, que son parte de nuestro vocabulario: “Se me chispoteó”, “Fue sin querer queriendo”, “Es que no me tienen paciencia”, “Tómalo por el lado amable”, Bueno, pero no se enoje”, “Y ahora, quién podrá defendernos”, “Lo sospeché desde un principio”, “No contaban con mi astucia”, “Mis antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo”, ¡Síganme los buenos!, entre otras.

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Por ahí he sabido de algunos pocos que ponen en duda su calidad de genio creador. A ellos, les decimos que a Chespirito poco preocupan sus dichos, pues su “escudo es un corazón”. Él fue un hombre que se retiró a tiempo y que vivió sus últimos años alejado de los reconocimientos y manteniendo un bajo perfil. Hoy quizás se encuentre en una vecindad más grande y sin pobreza, un lugar en donde se ha reunido por fin con su gran amigo don Ramón para disfrutar de su anhelada torta de jamón.

Cuando Gómez Bolaños murió, en el 2014, mi hija Regina, que recién cumplía 11 años y ya era fanática de Chespirito −junto a sus hermanos Sofía y Rodrigo−, recibió la noticia de su fallecimiento mientras estábamos juntos. Ella, muy triste y con lágrimas, me preguntó si era cierto. Yo le contesté que moría Roberto Gómez Bolaños, no Chespirito, pues él y sus personajes viven en la eternidad. Me preguntó: “Papá, ¿por qué la gente tiene que morir?”. De nuevo tenía que ser “El Chavo” quien me hizo contestarle que así era la vida, que siempre se nos va sin querer queriendo.

@marcosduranfl

Columna: Dogma de fe

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