Ciudad y pertenencia. Un vistazo al Ágora ateniense
Uno de los propósitos más importantes del Urbanismo es entender mejor las ciudades, para lo cual existen diversas aproximaciones analíticas. Entre la gran diversidad de estas encontramos las geográficas, las sociológicas, las políticas y las económicas.
Tanto para planear el futuro de las urbes como para poder evaluar objetivamente posibles soluciones a problemáticas urbanas, el estudio de las ciudades debe echar mano de todas las disciplinas y ciencias disponibles para la mejor toma de decisiones.
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Una de las aproximaciones más interesantes es la histórica. Esta va desde el análisis evolutivo de la ciudad que se estudia hasta la observación documental de referentes históricos relevantes por la forma en que lograron alguna forma de consolidación.
Un referente histórico indispensable en el estudio de las ciudades lo es Atenas. La actual capital de la nación helénica fue en tiempos de la Grecia clásica un moderno, eficiente e innovador centro urbano, cuna de temas hoy tan trascendentales como la democracia.
La forma urbana de la ciudad partió de un modelo orgánico, guiado por las presiones de crecimiento en una topografía accidentada. Una creciente población demandaba vivienda cercana al corazón de Atenas, por lo que se dio una expansión descontrolada.
Durante el siglo 5 a.C., Hipodamo de Mileto, considerado Padre del Urbanismo, propuso e implementó un modelo de ciudad planificado basado en una traza reticular, que refleja claramente el pensamiento matemático y lógico de la sociedad ateniense.
Este modelo permitió una eficiente organización de la polis, conectando la zona urbanizada con los campos de cultivo y pastoreo, así como con el puerto del Pireo, además de garantizar la centralidad de los puntos nodales de la vida ateniense.
Es precisamente uno de estos puntos el que conocemos con el nombre de Ágora. El Ágora ateniense era el corazón de la vida pública en Atenas. Era una plaza abierta en la que convergían la actividad política, social, económica y cultural de la polis.
Como punto de encuentro de los atenienses, era el centro político en el que la ekklesia (asamblea) se reunía para debatir y votar sobre asuntos públicos. Era también un centro comercial y un lugar de socialización y educación, así como el centro religioso de Atenas.
Estas características hacían imposible la vida en sociedad si esta no se daba en el Ágora. La importancia social, política y económica de esta plaza pública le convirtieron en algo más que un lugar. Estar en el Ágora se convirtió en una verdadera prerrogativa ciudadana.
Tal era el valor de esta prerrogativa que la prohibición de acceder a ella significaba una de las sanciones más severas que podía aplicarse a un ateniense. Expulsarle del Ágora era anularle socialmente. Significaba, además, una pérdida parcial o total de derechos.
Esta figura se denominaba atimia (privación del honor). Era impuesta por incumplir deudas de orden público, por fraude, por corrupción, por deserción y por inmoralidad. Si bien la sanción podía ser parcial o temporal, sus efectos eran devastadores para el atimado.
Otra figura similar era el ostracismo. Esta era una medida política preventiva aplicada a personas que ponían en riesgo la estabilidad y las instituciones políticas y democráticas atenienses. No era impuesta por un tribunal, sino por el voto de la ekklesia.
Se celebraba anualmente una Asamblea en el Ágora para decidir si era viable el proceso. De serlo, se votaba individualmente escribiendo el nombre de la persona que consideraba peligrosa en un ostrakon (pedazo de cerámica).
Los ostrakon eran dispuestos bocabajo para permanecer anónimos. Estos eran contados por Arcontes (magistrados atenieses). Si al menos seis mil votos eran emitidos contra una persona específica, esta era exiliada de la polis por hasta 10 años.
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Se le daba a la persona 10 días para abandonar Atenas. La persona que era sujeta a ostracismo no perdía su estatus ni su patrimonio, lo recuperaría pasados los diez años de exilio. Sin embargo, si trataba de regresar se le aplicaba la pena de muerte.
Si bien estas prácticas no son vigentes, podemos imaginarnos con claridad lo que significaría perder el derecho al disfrute de la ciudad. La comparación es útil para reconocer el valor de lo que aporta la ciudad, así como la relevancia de su funcionalidad.
Conviene frecuentar ejercicios de análisis como este para reconocer el valor de nuestras urbes y sus dinámicas, así como para poder vislumbrar de mejor manera para nuestras ciudades un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org