Claudia, entre la voluntad de AMLO y Trump
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“Acúsome, padre, de que anoche hice el amor con una mujer casada”. Eso le dijo el joven Pitorro al padre Arsilio en el confesonario. Preguntó el buen sacerdote: “¿Quién es ella?”. “Señor cura –declaró el penitente en tono de reproche–. Los pecados para usted; los nombres para mí”. “Ni me digas –opuso el padre Arsilio–. Debe haber sido con la esposa del tendero. Y si no, con la del hortelano o el confitero”. Terminada la confesión un amigo de Pitorro le preguntó cómo le había ido con el párroco. “Bastante bien –dijo él–. Me impuso une penitencia leve y me dio tres buenos tips”... No gusto de incurrir en la práctica que los ingleses llaman name-dropping, consistente en poner en los escritos propios el nombre de otros autores, sobre todo extranjeros, como medio para dar autoridad a las opiniones del firmante. Hoy, por excepción, cito a Tessagy A. Getro, filósofo eslovaco. Dijo: “Las mujeres se resignan al sexo con tal de tener matrimonio. Los hombres se resignan al matrimonio con tal de tener sexo”. A este respecto evoco al individuo que en una casa de mala nota le dijo a la suripanta que le ofreció sus servicios: “Iré contigo al cuarto, pero a condición de que lo hagas como mi esposa”. Inquirió la meretriz, interesada: “¿Cómo lo hace tu esposa?”. Respondió el sujeto: “Gratis”. (Nota filológica. En el argot plebeo el hecho de obtener gratuitamente los servicios de una daifa recibía el nombre de “cachuchazo”, quizá por la expresión “de gorra”, que designa a lo que se recibe sin costo o contraprestación, como en el dicho “A la gorra no hay quien corra”). Digo todo esto porque cada mujer debe lidiar generalmente con un hombre. Doña Mariquita, originaria y vecina de la Villa de Arteaga, Pueblo Mágico cercano a mi ciudad, Saltillo, vivía en eterno pleito con don Pacífico, su esposo. Le decía: “Y ni pienses que cuando te mueras te voy a guardar luto. Ese día me pondré el vestido amarillo, me compraré un kilo de naranjas y me sentaré a comérmelas en la puerta de la casa”. Claudia Sheinbaum no tendrá que lidiar con un sólo hombre, sino con dos, uno de afuera y de adentro el otro: Donald Trump y López Obrador. El primero tratará de imponerle su voluntad; el segundo seguirá imponiéndole la suya. El poder del bad hombre que ocupará por segunda vez la Casa Blanca habrá de durar quizá 4 años; el del autócrata que vive en La Chingada, pero que permanece aquí, durará décadas. Sigue ejerciéndolo a trasmano de la corcholata que escogió para que lo sucediera, y se perpetuará a través del hijo a quien perfila ya como futuro Presidente. El que ha dicho torrentes de palabras contra la corrupción y el nepotismo incurre en ambos vicios, como lo muestran los casos de Segalmex y de Andy. Quisiera tener a mano otro autor extranjero para citarlo en este punto, pero no conozco a otro. Mejor cambio de tema... Al cardenal Galissa le fue diagnosticada una rara enfermedad que sólo podía curarse, dijeron los doctores, si el paciente tenía trato de carne con mujer. Manifestó el purpurado: “Haré tal cosa sólo si se cumplen tres condiciones: “La primera: que la mujer sea célibe o viuda, no casada, para no añadir al pecado de fornicación el de adulterio. La segunda: que nadie se entere de que he faltado a mi voto de castidad, a fin de no causar escándalo en los fieles. Y la tercera y más importante condición sine qua non: que la mujer esté buenota”... “¿Se siente usted capaz de hacer feliz a mi hija?”. Tal pregunta le hizo el papá de la muchacha al pretendiente que le pedía la mano de la chica. Respondió el galancete: “¡Uh, señor! ¡Hubiera usted visto lo feliz que la hice anoche en mi departamento!”... FIN.
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