Coahuila y Edomex, breve reflexión sobre tres datos duros
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La tarde del pasado domingo, apenas cerraron las casillas en Coahuila y en el Estado de México, de inmediato los medios de comunicación y las redes sociales literalmente fueron inundados con todo tipo de juicios, críticas y sesudas reflexiones en torno a dichos comicios. Todo el mundo echó su cuarto a espadas.
Imposible hacer aquí mención, ni siquiera breve, a las numerosas opiniones expresadas en torno al tema. Muchas, es cierto, son similares, aunque a veces difieran en matiz o enfoque. No faltan desde luego las que son resultado de alguna aguda observación.
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Como la que encontró una interesante veta al sumar los sufragios obtenidos el domingo por Morena y sus aliados en ambos estados y comparar la cifra con el total de votos de la alianza “Va por México”. Y sorprendentemente los números son casi iguales (3 millones 548 mil para Morena y 3 millones 494 mil de la alianza, es decir, una diferencia realmente mínima), con lo cual se da a entender que el resultado de la jornada fue en realidad un empate técnico. En apariencia, nada para nadie.
Tres datos incontrovertibles, de los llamados “duros”, ameritan varias consideraciones y que bien vale la pena apuntar aquí.
El primero se refiere a la baja participación ciudadana registrada en las elecciones del pasado domingo. De acuerdo con la información disponible, en Coahuila resultó dicha participación del 56.4 por ciento y en el Estado de México fue de 50.1 por ciento. Es decir, en el primero acudió a las urnas un número de electores apenas ligeramente arriba de la mitad de los votantes incluidos en la lista nominal, y en el Estado de México exactamente la mitad.
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Esas cifras, que desde otro ángulo revelan un alto índice de abstención, a muchos les parece un indicador negativo. Se desesperan porque ante lo que parece ser una derrota, tal dato les hace suponer que todo está perdido y carece ya de sentido continuar dando la pelea.
Tremendo error. La verdad es exactamente lo contrario. Todo estaría perdido si participara un número de electores cercano al cien por ciento y la elección derivara en derrota. Entonces sí, el panorama sería más que sombrío. Pero habiendo un número tan elevado de ciudadanos que no vota, las posibilidades que se abren para el futuro son enormes porque ¡hay muchísimos electores por convencer!
Otro dato significativo es el papel jugado en las elecciones de ambos estados por el partido denominado Movimiento Ciudadano, MC. En el Edomex no postuló candidato propio a gobernador ni aceptó formar parte de la alianza. ¿Puede alguien suponer que esta actitud corresponde a un partido realmente fuerte, que presume ganará la próxima elección presidencial? Por supuesto que no.
Idéntica actitud asumió MC en Coahuila y aunque aquí sí postuló candidatos a diputados locales obtuvo el último lugar entre los ocho partidos participantes, incluida la UDC, un partido local. Su votación, escasamente de 2 por ciento, no llegó al umbral legal para acreditar legisladores de representación proporcional y no tendrá derecho a financiamiento público estatal. A la luz de estos datos duros, ¿cómo explicar la actitud arrogante de esta formación política?
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El tercer dato a considerar es el relativo a las encuestas sobre intención del voto. Este instrumento llegó tarde a México. Las primeras encuestas se empezaron a levantar a partir de la elección presidencial de 1988, cuando los comicios aquí comenzaron a ser competitivos. El hecho es que desde entonces han proliferado. En Coahuila se conocieron a lo largo del reciente proceso electoral nada menos que 16 encuestas con resultados difundidos periódicamente, es decir, que aquellas fueron públicas. ¿Con qué propósito? ¿Quiénes las ordena y paga, por qué es tan crecido su número? Al ciudadano común cada vez le queda más claro que estos ejercicios demoscópicos se han convertido en un instrumento de manipulación, equiparable en la práctica a una modalidad de fraude electoral, en una herramienta de falsificación y engaño. Algo habrá que hacer al respecto.