Compartir un legado
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Aquellas ventanas largas, el olor de la duela, los techos largos, las barras de madera y los espejos. Ésta era nuestra casa, la calle de Hidalgo 419 en la Zona Centro de Saltillo, ahí comenzó la historia de la danza clásica para muchas generaciones, nuestra maestra, la legendaria Carmela Guerra de Webber, pionera de la danza en Coahuila.
Llegué como muchas niñas más a este mágico espacio, lo que nunca advertí fue que además de ser un espacio donde podría habitar mi amor por el ballet clásico, encontraría mi primer familia de la danza.
Con unos ojos grandes y expresivos, además de una sonrisa picaresca y brillante, se entregaba totalmente a la práctica en la barra, su lugar favorito era la ventana que daba a la calle, donde al estirarse con la pierna a la barra, se le veía completamente entregada a la música y al momento donde su espíritu se expandía como la música misma. Velia, mi gran amiga, hermana, madre, que siempre cuidó de mí, me inspiró y alentó a dar un poco más, a forjar mi carácter y a hacer fouettes como el momento más sagrado y feliz de nuestro día.
Me senté a platicar con ella en el Flor y Canela, quería hablar con ella sobre lo que significa recibir el legado de Carmelita, pues ella junto con Julia, fueron las últimas alumnas, que más que alumnas hijas, la acompañaron hasta el último momento. Al final hemos hablado de todo, hemos recordado cada pequeña memoria, y a las demás amigas-hermanas, Miroslava, Citlali, Marcia, Martha, Anabel, Marilyn, Maribel, Diana.
Creo que aunque hay mucho que podría compartirles sobre lo importante que ha sido recibir y continuar un legado en el mundo de la danza, me parece que en mi corazón, lo que más deseo compartir es la importancia de los lazos fraternales que se crean en las clases de baile, pues estos salones, en aquellas presentaciones y en los momentos mágicos, quienes practicamos hemos reído y llorado, nos hemos emocionado y alentado. Al final nada es más relevante que el amor que cultivamos.
Velia ha continuado este legado a través de su espacio Dance Point. Cuando hablamos de las clases y los grupos, puedo ver claramente su emoción y su pasión, no sólo como bailarina, sino como maestra, y su inmensa preocupación por que la danza no sea vista como un asunto de relleno, sino como una práctica que alimenta el alma, que te da valores, estructura y hábitos para la vida.
Se pregunta: ¿Cómo podríamos hacer entender a los papás que la danza no es transitoria? ¿Cómo podemos hacerles ver lo que yo veo cuando la cara de una de mis alumnitas se ilumina al hacer su clase? ¿Cómo hacemos entender que es el alma lo que se enciende?.
La veo, la recuerdo y mis ojos se llenan de lágrimas de emoción al entender su preocupación, pero también su gran amor y pasión por enseñar. Por qué ser bailarín y ser maestro de danza no es lo mismo, se requiere mucha paciencia y determinación para pasar esa llama. Probablemente eso es lo que Carmelita vió en ella, esa capacidad, no sólo para bailar, sino para entregar la llama interna de la danza a otros.
Carmelita nos regaló algo más que técnica, nos regaló la capacidad de interpretar, de llenar el espacio con nuestra presencia, de entender la grandeza y el regalo de estar paradas en un teatro, si ella creía en ti, sentías que todo era posible. Así crecimos, en el lugar más lleno de amor, una familia que se acompañaba cada día, toda la tarde hasta que caía la noche en ese salón que jamás olvidaremos.
De fondo escucho Brahms Waltz Op. 39 No. 15, cualquiera que haya pasado por aquél salón, habrá disfrutado de ser viento y mar con esta pieza. Y yo recuerdo mis días brillantes como la sonrisa de velia, haciendo un waltz, fouettes y una reverencia final para nuestra gran maestra Carmela.