Conciliar, no dividir
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“Soy nudista” –le dijo una linda chica a Babalucas. “¿De veras? –se interesó el badulaque–. ¿Y cuántos nudos sabes hacer?”... El nuevo paciente del doctor Duerf le informó: “Tengo doble personalidad”. Le pidió el célebre analista: “Acuéstese en el diván. Acuéstese en el diván”... “Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo”. La frase, creo recordar, es de Jean Cocteau. En tiempos de juventud temprana hice de Victor Hugo uno de mis autores predilectos. Me gustaba su grandilocuencia, pues yo mismo –actor de “altas comedias” y participante en concursos de oratoria– era grandilocuente. Leí “La Leyenda de los Siglos”, y sus largas tiradas líricas se me desleían en la mente lo mismo que en la boca un algodón de azúcar. Victor Hugo era, en efecto, sonoroso. Sucedió que en una ceremonia en su homenaje hicieron fila ante él los representantes de diversos países. Uno a uno lo iban saludando. “Soy el embajador de Inglaterra”. Y Victor Hugo, altílocuo: “¡Inglaterra! ¡Ah, Shakespeare!”... “Soy el ministro de España”. “¡España! ¡Ah, Cervantes!”... “Soy el enviado de Italia”. “¡Italia! ¡Ah, Alighieri!”... Siguió un hombre de turbante, babuchas y caftán. “Yo vengo de la Mesopotamia”. Y Victor Hugo, tras una vacilación que no duró más de un segundo: “¡Mesopotamia! ¡Ah, la Humanidad!”. No hay que subestimar, sin embargo, la grandilocuencia. Cocteau es hoy mariposa que clavan en alfiler los eruditos para diseccionarlo, en tanto que Victor Hugo, aunque su nombre no se nombre, vive en Broadway con “Los Miserables” y en el cine, repetidas veces, con “El Jorobado de Nuestra Señora de París”. Humo de pajas son los escritores que escriben para los escritores. Los que perduran son los que escriben para la gente. Aquí muchos poetas de suplementos culturales caerán en el olvido –cayeron ya, o ya van cayendo–, y a Jaime Sabines lo seguirán leyendo las muchachas y muchachos amorosos, e igual lo leeremos siempre quienes hemos tenido una tía como la tía Chofi. Pero vuelvo a Victor Hugo. Dijo esto: “El arte es la región de los iguales, y la obra maestra es igual a la obra maestra”. ¿Quién es mejor, Shakespeare o Cervantes? ¿Tolstoi o Dostoievski? ¿Dickens o Balzac? No se les puede comparar. Son incomparables. Toda esta perorata, que se sale de mi usual palabrería, me sirve para pedirle al secretario de Gobernación, precandidato presidencial que se sabotea a sí mismo, que no compare Nuevo León con Tabasco, ni exalte las virtudes de una región a costa de otra, pues cada parte de nuestra República, tan grande, tan diversa, tiene sus propias cualidades y características, y no es posible decir cuál es mejor que otra. En todos los estados del País he estado, y de todos puedo hacer cumplido elogio, pues todos tienen excelencias de las cuales ufanarse. Desde luego cada viejito alaba su bordoncito, y yo hago el encomio de Coahuila y de Saltillo con particular vehemencia, pero cada mexicano hace lo mismo con su solar nativo. No ande amarrando navajas el encargado de la política interior de México. Su tarea es arreglar problemas, no causarlos; calmar las aguas, no agitarlas; conciliar, no dividir. Para eso de provocar desuniones está el Caudillo, su señor... Terminó el erótico trance en el consultorio del médico, la bella paciente le dijo al facultativo mientras procedía a vestirse: “La verdad, doctor, siempre pensé que la inseminación artificial se hacía artificialmente”... Unos esposos mexicanos que vivían en Estados Unidos obtuvieron por fin la ciudadanía americana. Le preguntó el marido a la mujer: “¿Sabes lo que significa esto?”. “Sí –respondió ella–. Significa que en adelante tú lavarás los platos, y que cuando hagamos el amor yo estaré arriba”. (Cowgirl o woman on top se llama esa posición)... FIN.