Corea del Sur: La lección para la democracia

Opinión
/ 18 diciembre 2024

La caída de Yoon Suk-yeol resuena como una advertencia: cuando un gobierno pierde su conexión con el pueblo y se aferra al poder... su destino está sellado

El expresidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, obtuvo el poder en mayo de 2022 tras unas elecciones presidenciales sumamente cerradas, donde apenas ganó por menos de un punto porcentual. Este arranque tan ajustado marcó su mandato desde el inicio, convirtiéndose en un gobierno frágil, con escasa legitimidad y una ciudadanía polarizada que desconfiaba de él. Lo que debía ser un periodo de crecimiento para una de las democracias más robustas de Asia, pronto se convirtió en un símbolo de advertencia sobre lo que sucede cuando la voluntad popular es ignorada y la transparencia queda en duda.

Los primeros problemas surgieron rápido. Kim Keon-hee, su esposa y primera dama, se vio envuelta en un escándalo que sacudió la opinión pública. Recibir un bolso Christian Dior valorado en 2 mil 200 dólares, en violación de la estricta ley anticorrupción surcoreana, fue sólo la punta del iceberg. Aunque el gobierno intentó minimizar las críticas, el episodio alimentó la percepción de que la administración Yoon representaba una élite alejada de las preocupaciones reales del pueblo.

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El verdadero punto de quietud llegó en abril de 2024, cuando la oposición arrasó en las elecciones legislativas, arrebatándole la mayoría parlamentaria a Yoon y evidenciando el rechazo de la ciudadanía. En lugar de optar por el diálogo o el reconocimiento de sus errores, el mandatario tomó una medida que sorprendió al mundo: decretar la ley marcial. Justificó su decisión argumentando riesgos a la seguridad nacional y la supuesta interferencia de Corea del Norte, un enemigo histórico.

Sin embargo, la medida tuvo el efecto contrario: el Congreso rechazó la ley marcial, y millones de ciudadanos se volcaron a las calles para defender sus libertades. Las protestas fueron masivas, pero lo que más llamó la atención fue su carácter pacífico y creativo. Aunque participaron todas las generaciones, la juventud surcoreana encabezó las movilizaciones con un símbolo inesperado: el K-pop.

Las calles se llenaron de bastones luminosos, coreografías improvisadas y cánticos de canciones populares. Los artistas del K-pop no sólo respaldaron públicamente las manifestaciones, sino que dieron un paso más allá: pagaron las cuentas de restaurantes y camiones de comida para que los manifestantes pudieran comer gratis. Este gesto de solidaridad no sólo fortaleció la moral de los ciudadanos, sino que demostró cómo la cultura puede ser un vehículo de resistencia política.

Pero esta historia va más allá de las luces de neón y los bailes. El proceso que vivió Corea del Sur deja una lección universal sobre la democracia. En un mundo donde las tensiones geopolíticas están en su punto más álgido, con Estados Unidos, China y Rusia midiendo sus fuerzas, y un conflicto constante entre las dos Coreas, la estabilidad política del país adquiere una relevancia global. Corea del Sur no es sólo un líder tecnológico y cultural; es también un bastión de la democracia en Asia.

El intento fallido de imponer la ley marcial fue un recordatorio de lo frágil que pueden ser las instituciones democráticas si no se defienden con firmeza. La organización pacífica de la ciudadanía y la firmeza del Congreso, al rechazar una medida autoritaria, son ejemplos claros de cómo una democracia puede resistir incluso en sus momentos más críticos.

En este contexto, la caída de Yoon Suk-yeol resuena como una advertencia: cuando un gobierno pierde su conexión con el pueblo y se aferra al poder mediante decisiones extremas, su destino está sellado. La legitimidad no se puede imponer, y el poder, tarde o temprano, regresa a su origen: el pueblo.

Corea del Sur también demuestra el poder de la juventud y la cultura en los movimientos sociales. Los jóvenes no sólo exigieron libertad y justicia, sino que utilizaron herramientas de su generación, como la música, la tecnología y la solidaridad, para amplificar su mensaje. En un mundo donde la apatía política parece ganar terreno, la juventud surcoreana envió un mensaje claro: la democracia se defiende en las calles, en las urnas y en cada acto de resistencia pacífica.

La situación en Corea del Sur debe leerse también como un mensaje geopolítico. La región Asia-Pacífico es un escenario estratégico clave, con potencias en disputa y conflictos históricos latentes. La estabilidad de Corea del Sur no sólo impacta a su población; tiene consecuencias para el comercio global, la tecnología y el equilibrio de poder. Por ello, defender la democracia en países como Corea no es sólo un asunto local: es un imperativo global.

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La democracia no es un regalo eterno. Su permanencia depende de instituciones sólidas, ciudadanos vigilantes y líderes comprometidos con el respeto a las reglas del juego. El caso de Yoon Suk-yeol y la movilización del pueblo surcoreano es una lección para el mundo: los gobiernos autoritarios no tienen lugar en una sociedad consciente y organizada.

Corea del Sur nos recuerda que la democracia, aunque imperfecta, sigue siendo el sistema que mejor garantiza la libertad y la justicia. Pero protegerla exige vigilancia, unidad y resistencia. Porque cuando un gobierno olvida que su poder emana del pueblo, es el pueblo quien lo recuerda.

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