Cruces ferroviarios: las omisiones escandalosas
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Una de los más indeseables rasgos de nuestra cultura -como sociedad- es la inexplicable tendencia de -parafraseando la voz popular- esperar hasta que se haya ahogado el niño para tapar el pozo. Dicho en otras palabras, lo nuestro no es la prevención, no importa cuántas veces tropecemos con la misma piedra.
Lo anterior ha quedado de manifiesto esta semana de forma incontrovertible con los dos accidentes -aunque cabe cuestionar si los hechos califican en dicha categoría-, ocurridos en sendos cruces ferroviarios, en los cuales el tren ha arrollado vehículos de carga.
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Primero fue un tráiler, de doble remolque, cuyo conductor ignoró todas las medidas de precaución existentes e intentó cruzar las vías que se ubican sobre el bulevar Nazario Ortiz Garza, casi en su confluencia con Vito Alessio Robles; ayer, otro camión de carga fue impactado por una locomotora en la carretera Los Pinos.
¿Cómo es posible que este tipo de accidentes sigan ocurriendo en nuestra región? La pregunta no es fácil de responder, aun cuando tengamos una batería de hipótesis plausibles para explicar el fenómeno.
Y no es fácil, porque nos encontramos ante hechos en extremo absurdos cuya ocurrencia tiene que llamarnos necesariamente a sorpresa, en primera instancia, y a indignación enseguida.
Hagamos un esfuerzo por enumerar las cosas que están mal en esta película:
En primer lugar debe decirse que los cruces ferroviarios donde se registraron los hechos carecen de señalización adecuada, ya no digamos de mecanismos que contengan el tráfico vehicular una vez que el tren se ubica a una distancia del crucero en la cual resulta riesgoso el cruce.
En segundo lugar queda claro que los conductores de las unidades siniestradas, pese a que debieran haber pasado por un proceso riguroso de examinación para obtener su licencia -pues conducían unidades de transporte de carga-, claramente exhibieron una imprudencia rayana en lo suicida.
Por otro lado, pese a lo ocurrido un día antes, a ninguna autoridad parece haberle parecido necesario implementar un operativo mínimo de vigilancia en los sitios donde las vías del tren se superponen a una avenida.
Pero no solo eso: tampoco la larga historia de percances de este tipo, registrados en el pasado reciente, ha sido suficiente para que las autoridades locales y/o estatales consideren la necesidad urgente de intervenir para poner fin a esta situación.
Dicho lo anterior, es evidente que estamos ante un pozo en el que ya se han ahogado demasiados niños. ¿Acaso es necesario que lleguemos a un cierto número de personas muertas a causa de estos percances para que, entonces sí, se proceda a “tapar el pozo”?
Cabría esperar que el cuestionamiento anterior no se convierta en una frase más de esas que se lleva el viento y que, más allá de quedar sin respuesta, es incapaz de generar alguna reacción entre quienes tienen la obligación de atender este segmento de la agenda pública. Ojalá no sea mucho pedir.