Cultura y Pop: Van Gogh y su museo
Van Gogh comprendió que le quedaba mucho por aprender. Primero tomó clases en Amberes, y después, a los 33 años, en 1886, se mudó a París, donde los impresionistas estaban poniendo de cabeza lo que se entendía por arte
Es difícil de creer, pero Vincent Van Gogh sólo vendió un cuadro en vida. Algunos más los regaló, pero la inmensa mayoría de los aproximadamente 900 que pintó se los heredó a su hermano Theo, que sin embargo murió tan sólo seis meses después de él, sin haber tenido tiempo de continuar la promoción su obra.
La viuda de Theo, Johanna, fue quien empezó a vender los cuadros para que su valor se reconociera, y perdurara el recuerdo de su marido como comerciante de arte.
Aún así, Johana se quedó con muchas piezas esenciales para comprender la obra de Van Gogh. Esta colección privada fue el origen del Museo Van Gogh de Ámsterdam, inaugurado en 1973, y que ha sido tan exitoso, que en 1999 estrenó un segundo edificio, dedicado a exhibiciones temporales, y en 2014 inauguró una nueva entrada, llena de cristal y luz.
La colección de Van Gogh, sin embargo, permanece en el edificio original, donde las obras están organizadas de manera que se advierta el desarrollo de Van Gogh como artista.
A Vincent Van Gogh le llevó tiempo resolver que quería ser pintor; pero una vez decidido, se dio a la tarea con el ardor que definía su carácter. Por entonces era 1881, Van Gogh tenía 28 años, y vivía en el campo holandés, que en verano puede ser muy hermoso, y que en invierno quizá a alguien le parezca muy romántico, pero que no se distingue ni por sus colores ni por su vivacidad. Van Gogh, sin embargo, admiraba la vida sencilla de los campesinos y la idealizó en sus primeros cuadros —oscuros y naturistas— que el visitante ve en la primera planta del museo. Su sala principal alberga la obra que Van Gogh consideraba su tarjeta de presentación al mundo del arte, “Los Comedores de Patatas.”
Este cuadro es importante, pero visto en retrospectiva. Si Van Gogh hubiera tenido éxito con él y seguido por esa senda, ahora mismo sería un pintor igual que los colores de ese cuadro—bastante oscuro. Sin embargo, para nuestra suerte, fue acribillado con críticas del tipo, “Es una broma, ¿verdad?”
La respuesta le sentó como un sartenazo en la cabeza.
Van Gogh comprendió que le quedaba mucho por aprender. Primero tomó clases en Amberes, y después, a los 33 años, en 1886, se mudó a París, donde los impresionistas estaban poniendo de cabeza lo que se entendía por arte. A la transformación que sufrió su obra está dedicada la tercera planta del museo (la segunda se ocupa de su correspondencia.) Fue llegar Van Gogh a París, encontrarse con los sofisticados y cosmopolitas impresionistas, y darse cuenta de que él mismo era tan campesino como sus comedores de patatas.
En su museo se advierte cómo Van Gogh comenzó a absorber todo lo que había a su alrededor: sus cuadros se llenan de las técnicas impresionistas, de personajes coloridos, y de las calles de París. La transformación es maravillosa. Pero justo a la mitad de esta planta, Van Gogh, abrumado por la gran ciudad, huye hacia la Provenza francesa en 1888, a los 35 años, con la idea de fundar una colonia de artistas. Y aquí aparecen sus primeras obras maestras: los girasoles bañados en el sol del mediterráneo, los paisajes en los que el viento sopla, su cuarto en Arles, las noches llenas de estrellas en movimiento, la silla en la que se sentaba su amigo Gauguin—que en realidad es un retrato del pintor francés.
Entonces llega el momento de subir a la cuarto planta, que es cuando la salud mental de Van Gogh entra en declive. Aquí, el visitante se da cuenta de que Van Gogh continúa pintando los mismos motivos que al principio —campesinos, flores y paisajes— sólo que para entonces ha encontrado su lenguaje.
La cuarto planta del Van Gogh es uno de los lugares más hermosos que podemos encontrar en un museo.
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Lo que se ve aquí es a un ser humano en la cúspide de sus poderes creativos y en la madurez de una técnica extraordinaria. Agobiado por la depresión, cuando Van Gogh puede pintar se siente feliz, y lo hace con poder y libertad. Reinterpreta los cuadros de otros, celebra el nacimiento de su sobrino pintando almendros en flor, y cuando mira a través de la ventana con barrotes donde está recluido ve a un hombre segando, y lo que pinta es un radiante sol verde que refleja que la muerte es menos dolorosa tras una vida llena de frutos. “Estas pinturas,” le escribió a su hermano Theo, “te dirán todo lo que no puedo decir con palabras.”
Van Gogh murió en 1890, a los 37 años. Marea pensar que hizo toda su obra en un lapso de tan sólo nueve años. Visitar su museo en Ámsterdam es atisbar el misterio que significa ser artista.
(La National Gallery de Londres tiene ahora mismo una exhibición temporal, “Van Gogh. Poetas y Amantes,” en la cual se profundiza en su estancia en Arles. La próxima semana hablaré de ella.)