De aquí y de allá (pequeñas anécdotas de cronista)
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- I -
Viajaba el Cronista por la región minera de Coahuila. En el automóvil iban con él su esposa y sus hijos, entonces pequeñitos.
-Los niños tienen sed −me dijo mi señora.
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En esos momentos atravesábamos uno de los pequeños pueblos de la zona carbonífera. En una esquina vi un comercio que ostentaba en su frente un gran letrero: “Refresquería”. Entré y pedí al encargado seis refrescos.
-Aquí no vendemos refrescos −me respondió mostrando extrañeza por mi petición−. Nada más hay cerveza y mezcal.
Salí estupefacto pensando que había visto mal. Pero no, el letrero estaba muy claro y bien visible: “Refresquería”. ¡Extraña refresquería era aquélla, donde no se vendían refrescos!
Unos días después pregunté cuál era la razón de esa sinrazón. Me la explicaron: los reglamentos de policía prohíben que haya cantinas a tantos o cuantos metros de las entradas de las minas. Las cantinas se ponen, de cualquier manera, pero son bautizadas con el nombre de “refresquerías”. Para estar dentro de la ley, sabe usted.
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- II -
Por tierras de Sonora anduvo este Cronista hace unos días. En Caborca oyó narrar los hechos y los dichos de “El Soteleño”, un pintoresco personaje del lugar.
Pasaba el Soteleño por un rancho y vio a una señora de edad madura que trabajosamente trabajaba en partir leña. Fue hacia ella y le dijo:
-Señora: no puedo consentir que en mi presencia una mujer esté partiendo leña. Permítame usted el hacha.
La señora, agradecida, se la entregó. Sin decir palabra, el Soteleño aventó el hacha a la azotea de la casa y luego se retiró tras despedirse quitándose el sombrero.
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Iba una vez en su vieja camioneta por un camino del Estado, y lo detuvo una patrulla. El oficial le pidió al Soteleño sus papeles.
-No traigo gasolina, voy a traer papeles −respondió.
-Ni siquiera lleva luces atrás −dijo el policía.
Y replicó el Soteleño a modo de justificada explicación:
-Poco camino p’atrás.
Llegó a pedir un taco en una casa. Los dueños, avaros, le dijeron en la puerta:
-No tenemos nada, Soteleño. Estamos limpios.
Hosco, enojado, masculló el Soteleño:
-Pos que pinche familia tan aseada.
Recordé a Miguel Alemán, el que fue presidente de México. La escritora Pita Amor le mostró el desnudo que le había pintado Diego Rivera. Alemán hizo notar que el artista no había pintado el vello púbico de su modelo. Respondió muy molesta Pita Amor:
-Es que Diego, más que mi cuerpo, pintó mi alma.
Y comentó, lacónico, el veracruzano:
-Pos que alma tan lampiña.