De cal y Canto

Opinión
/ 15 marzo 2024

Don Alberto del Canto es dueño de la gloria de haber fundado nuestra ciudad. De raíz portuguesa, su familia tuvo solar en la Terceira Isla. Pero sangre de ingleses corría por sus venas: el Canto de su apellido, rodado, llega a algún remoto Kent de la Inglaterra. No cumplía aún don Alberto los 30 años cuando fundó Saltillo. Vivió vida desaforada y muy intensa, según eran los tiempos y los hombres. Se le achacaron grandes crímenes y mancebías, y no sé cuántas cosas se dijeron de él y de la esposa de Diego de Montemayor, falsos testimonios que al final salieron ciertos.

Ganó su vida don Alberto arriesgándola en la cacería de presas, es decir, haciendo cautivos a los indios para venderlos como esclavos en el trabajo de las minas. En esas andaba cuando cayó en manos de Montemayor, señor de tierras que ahora son de Nuevo León. Muy disgustado por la invasión de sus dominios -y de su cama- don Diego lo hizo llevar hasta el lugar que hoy es Cerralvo, y ahí lo metió en prisión muy rigurosa. A buscarlo fueron los hombres de Del Canto, y exigieron a gritos su liberación. Como don Diego respondió sólo con cuchufletas, y después con dicterios altisonantes, los soldados de don Alberto comenzaron a disparar sus mosquetes sobre las puertas y ventanas de la cárcel. Pensando seguramente que quitando la causa se quitaría el efecto, Montemayor ordenó que se diera muerte a don Alberto y se arrojase su cuerpo desde la azotea para convencer de ese modo a los violentos atancantes de la inutilidad de sus esfuerzos. Pero un viejo y prudente jefe de tropas de don Diego pensó con razón que matar a Del Canto traería venganza y muertes. Se abrazó entonces con el preso, para que no pudieran dispararle, y abrazado lo sacó por la puerta y lo llevó a los suyos.

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Así vivían y así andaban continuamente cercados por la muerte aquellos recios hombres del ayer.

Por 1577 deben haber llegado al valle del Saltillo aquellos primeros padres fundadores de nombres rotundos y sonoros: Cristóbal de Sagastiberri, Juan Navarro, Santos Rojo, Miguel de Zitúa, Juan de Erbáez, Manuel de Mederos, Agustín de Villasur. Con ellos y con su capitán Del Canto vino Baldo Cortés, primer cura que fuera del Saltillo. Como los otros él recibió en merced vastas tierras de pan ganar, como decían, y fue don Baldo de seguro quien levantó el primer templo con paredes de barro y techo de carrizos y palmas para que aquellos rudos soldados labradores dieran gracias a Dios de haber hallado reposo en sus fatigas y le pidieran protección contra los fuertes embates de los belicosos aborígenes moradores de estas tierras.

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