De carpas y carperas

Opinión
/ 22 agosto 2025

¡Qué calle aquella, colmada de historia y de leyendas!... En la calle de San Juan de Letrán había carpas tan insignes como catedrales. La más celebrada, a la que todavía alcancé a ir, era la México

Recuerdo que me indigné cuando a la calle de San Juan de Letrán le asestaron el burocrático nombre de “Eje Central Lázaro Cárdenas”. En ese momento, creo, empezaron a morir el ánima y el estilo de la Ciudad de México, aula preciosa en la cual fui estudiante de la vida.

¡Qué calle aquella, colmada de historia y de leyendas! Alcancé a ver todavía a sus beneméritas prostitutas. Me contaban los señores de edad que en sus tiempos aquellas señoras cobraban un peso por ejercer su caritativa profesión. Un día salió la canción “Aventurera”, de Agustín Lara, y las mujeres empezaron a cobrar dos, por aquel consejo que enhoramala les dio el Flaco de Oro: “Vende caro tu amor...”. Los parroquianos llamaban mal consejero al Músico Poeta, y lo acusaban de traidor a su sexo por haber causado aquella gravísima inflación.

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Había entre las damas ambulantes algunas que se decían francesas. Te decían en voz baja cuando pasabas junto a ellas:

–Tgeinta pesos, por las tges cosas.

Jamás pude saber cuáles eran aquellas “tges cosas”. Y no por falta de curiosidad, debo decirlo, sino de efectivo. Las mexicanas –oí decir–, cobraban 10 pesos, pero aclaraban siempre, “por una sola cosa”.

Gran memoria dejaron de sí los pachucos, cinturitas o chulos (padrotes, para decirlo en términos más llanos) de la calle de Letrán. El de mayor leyenda fue Pepe Cora, hermano de Susana, la conocida actriz. Este Pepe Cora fue el verdadero y auténtico “Suavecito”, que luego inmortalizó en el cine Víctor Parra. Medía 2 metros de estatura, pero se movía con movimientos pausados y sinuosos, como de serpiente, y hablaba con voz dulce, sin subir nunca el tono. De eso le vino, quizás, el remoquete. Con el tiempo el Suavecito se convirtió en guardaespaldas de Cantinflas, que disfrutaba haciéndolo narrar las aventuras de su pasado oficio borrascoso.

En la calle de San Juan de Letrán había carpas tan insignes como catedrales. La más celebrada, a la que todavía alcancé a ir, era la México. Ahí salía –figura principal– una señora gorda, la única bailarina a la que he visto bailar sin mover los pies. Se plantaba la robusta señora, rica en carnes, en el centro del escenario; empezaba a sonar la música y ella, sin moverse de su lugar, empezaba a agitar las carnes del vientre, las ubérrimas ubres y todas las adiposidades de su cuerpo –sobre todo las de la geografía posterior–, y así, de frente y de perfil, mirando a la distancia y sin enmendar el terreno, hierática como los buenos toreros, aquella señora bailaba en una fantástica y arrebatada agitación de carnes que el público saludaba con grandes ovaciones. Artista sin par era aquella señora, y bailarina de gran mérito. Yo la comparo con Anna Pavlova. Claro, dentro de su especialidad.

Al final de la función se presentaba “una bonita acuarela musical con actuación de toda la compañía”. El público pedía siempre una canción de coplas picarescas:

Si tu marido es celoso

dale a cenar chicharrón,

a ver si con la manteca

se le quita lo ca... lla, mujer calla,

deja de tanto llorar,

que al cabo toda la noche

nos vamos a desquitar.

Niñerías todas éstas, si se comparan con lo que hoy vemos y oímos en la tele.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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