El otro día estaba platicando con un amigo y colega del medio de la cocina, que además fue mi maestro. Recordando los viejos tiempos en los que trabajamos juntos en su restaurante, yo como cocinero y él como mi chef, nos acordamos de otro personaje que laboró a nuestro lado.
Voy a omitir su nombre por una sencilla razón, usted no lo conoce y no vale la pena llenar este espacio con ello. Pero entre la plática concluíamos que era una muy buena persona, excelentísima persona, tenía un entusiasmo y una iniciativa que daba miedo, porque precisamente era eso, de miedo.
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Una vez preparamos una masa para pizzas, la receta indicaba que era para cuatro pizzas, pero este sujeto preparó solamente dos; eran tan grandes que no cupieron en nuestro horno. Tuvo la iniciativa de hacerlas más grandes para acabar más rápido.
Otro día preparamos un fondo de res, que es prácticamente un caldo que se cocina con los huesos de res a muy baja temperatura y por varias horas. Cuando llegó el momento de colarlo, tiró todo el caldo y dejó solamente los huesos.
En este punto, ya debe haberse darse cuenta de qué clase de persona estoy hablando. Así es, mis estimados lectores, me refiero a esas personas que son conocidas como “pendejos”.
Ahora no digo que esta clase de individuos sean malos, y es que en algunos casos no lo hacen para causar daño o afectar, es sólo que en su intento o intentos de querer “ayudar” terminan arruinándolo todo. Como dice el dicho, “más ayuda el que no estorba”.
Y es que un pendejo no sabe que es pendejo, cree que es una persona lista, lo mejor, por eso hace pendejadas por todos lados, porque si supiera que es pendejo no las haría.
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Esta clase de personas no deben ser suprimidas de la sociedad. Al contrario, deben ser objeto de estudio y análisis para entender por qué un individuo hace un uso tan poco o básicamente nulo de su materia gris, al punto que no sólo hace daño a los demás, sino incluso a sí mismo.
No saquemos a estas personas de nuestras vidas, es bueno y sabio mantenerlos cerca, como el ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer. A veces, un detalle tan pequeño lo convierten en algo garrafal.
Debemos aprender a lidiar con estas personas, pero antes de aprender a lidiar, hay que aprender a identificarlos, no sea que en una de esas nosotros seamos parte de ese muy selecto grupo.
Pero lo interesante y más aterrador aún, es que dentro de ellos existe algo más, un subgrupo al que este personaje del que hablaba líneas arriba quizás perteneciera. Por eso digo que su iniciativa daba miedo. Me refiero a los pendejos con iniciativa.
¿Cuántas de esas personas conocemos? Existe algo que se conoce como el síndrome de Dunning-Kruger. Justin Kruger y David Dunning fueron dos psicólogos de la Universidad de Cornell, en Nueva York, que publicaron en “The Journal of Personality and Social Psychology” en 1999 sus investigaciones sobre este tema.
Ellos basaron su estudio en los siguientes principios: primero, los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades. Y segundo, los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás. En palabras simples, pendejos.
Si bien Kruger y Dunning dieron muchas pautas en su estudio, analicemos un poco más a fondo al espécimen que nos interesa, ese que tiene “iniciativa”.
Primero, siempre son personas que creen saberlo todo acerca de todo, o pueden resolverlo todo de la misma manera. Ya han pasado por una situación similar, entonces para ellos la situación es la misma siempre, basta con apagar y encender como dicen los genios de la informática para arreglar el problema. El problema no se resuelve y ellos terminan diciendo una de sus icónicas frases: “yo creía que sí se podía”.
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Segundo, siempre lo van a culpar a usted y, ¿sabe qué?, es cierto, porque a pesar de que fue error de ellos, fue producto de su estupidez, usted es el responsable, ya que los dejó actuar solos. Ellos no tienen la culpa, usted la tiene porque si sabía que la iban a regar, ¿por qué los deja actuar? Si ya saben cómo soy, pa’ qué me invitan.
El gran Napoleón Bonaparte tenía una clasificación para esto: él catalogaba a sus soldados en 4 tipos: inteligentes con iniciativa, inteligentes sin iniciativa, ignorantes sin iniciativa e ignorantes con iniciativa.
A los inteligentes con iniciativa, Napoleón les daba las funciones de comandantes generales, de estrategas. A los inteligentes sin iniciativa, los dejaba como oficiales para recibir órdenes superiores, para cumplirlas con diligencia. A los ignorantes sin iniciativa, los colocaba en el frente de batalla, como dicen “carne de cañón”. Pero a los ignorantes con iniciativa, Napoleón los odiaba, no los quería cerca, esos eran los peores.
Napoleón decía que este tipo de personas son capaces de cometer enormes barbaridades y luego, de manera disimulada, intentar ocultarlas. Y a veces ni eso. Hacen lo que no debe hacerse, dicen lo que no deben, se meten con quienes no deben y después dicen que no lo sabían.
Pueden hacer perder buenas ideas, buenos proyectos, buenos clientes; constituyen, por lo tanto, un enorme riesgo para el desarrollo y el progreso de cualquier empresa y gobierno, porque son extremadamente astutos para ocupar cargos sin ninguna idoneidad. Por eso tenemos hasta presidentes tan “carismáticos”.
El problema no está en ellos, sino en nosotros al permitir que sigan operando. Ya sea desde un compañero de trabajo, un empleado o hasta un presidente de un país muy, muy lejano. Siempre habrá dos pendejos: el que comete la pendejada y el otro que lo deja.
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Como dijo una vez Ruy Barbosa de Oliveira: “Existen tantos burros mandando sobre hombres inteligentes, que a veces nos hacen pensar que la estupidez es una ciencia”.
Por favor, no sea parte de este grupo de personas. Si no sabe, no entiende o no conoce algo, es mejor decirlo. Es preferible quedar como tonto una vez que quedar como pendejo toda la vida. Y es que aunque cambien, aunque traten de “mejorar”, sepa usted que este mal ya no se quita. Como dice mi papá, “si es pendejez, no gripa”.
Todos tenemos cierto grado o nivel de ella, unos más otros menos, y el que diga lo contrario es el que más tiene. Recuerde cómo decía el gran Hermenegildo Torres, alias el Maistro Torres, fundador del PUP (Partido por la Unificación de los Pendejos): “lo malo no es ser pendejo, lo malo es apendejarse. Pero quien lo reconoce, ¡tiene cincuenta por ciento de descuento!”. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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