Dignidad humana: El necesario enfoque en la planeación de las ciudades

Opinión
/ 3 diciembre 2025

Dentro del mismo entorno se crean comunidades separadas que en apariencia comparten la misma ciudad, pero que habitan ciudades distintas: una, marcada por diversas carencias; otra, por la comodidad

Uno de los valores más importantes del ser humano –y de más necesario reconocimiento en contextos sociales– es la dignidad. Este valor, intrínseco a la naturaleza humana y ajeno a cualquier diferencia cualitativa, nos ubica en la más básica noción de igualdad.

La percepción de la dignidad ajena, dentro de su complejidad, parte de algo realmente simple que tiene que ver con el ejercicio de contrastar con la propia dignidad. Es decir, es un valor que se refleja naturalmente en terceras personas por ser común en esencia.

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A tal grado puede entenderse su objetividad que la dignidad nos puede servir como una clara “unidad de medida” para estandarizar libertades y derechos. Su utilidad desde esta perspectiva es notoriamente valiosa para materializar conceptos como la justicia social.

La ecuación no es compleja. Mis libertades son tan amplias como las de terceras personas. Mis derechos tienen el mismo alcance que tienen los derechos de las y los demás. Sus límites se ubicarán donde compiten con libertades y derechos ajenos.

Esto resulta tan claro porque todas y todos tenemos la capacidad natural de identificar cuando las propias libertades y los propios derechos se ven rebasados por los que asisten a terceras personas, capacidad que funciona igualmente en el sentido inverso.

Sin embargo, en el contexto de ciudad pareciera que esta claridad se diluye, reflejándose en desigualdades desproporcionadas que se perpetúan a partir de la insensibilidad de los instrumentos de gestión pública y la invisibilidad cotidiana de las realidades ajenas.

Quienes viven en espacios que cuentan con entornos bien diseñados, con suficiencia de servicios, con buena conectividad, con equipamiento urbano suficiente, difícilmente llegan a percibir la realidad de las periferias, que contrasta notoriamente con la primera.

Nadie puede ser sensible a una realidad que no percibe, que se encuentra excluida de su campo visual. Esa invisibilidad complica aún más la posibilidad de comprender, en términos de dignidad, todo aquello que debería ser aquilatado, al menos desde la equidad.

El diseño de las ciudades, lamentablemente, ha ayudado mucho a que esta invisibilidad se profundice, perpetuando desigualdades lamentables, así como una perniciosa falta de sensibilidad, particularmente desde una –aparentemente– funcional zonificación urbana.

Esta zonificación, que por años ha guiado el diseño de las ciudades en nuestro país, deriva en una separación territorial entre quienes cuentan con recursos económicos limitados y quienes pagan altos valores de suelo; una evidente fragmentación social.

No es común encontrar vivienda de interés social compartiendo espacio con vivienda destinada a segmentos de población de alto poder adquisitivo; por el contrario, la presencia de esta última parece ser razón suficiente para excluir del entorno a la primera.

Las consecuencias de lo anterior son preocupantes. Dentro del mismo entorno se crean comunidades separadas que en apariencia comparten la misma ciudad, pero que habitan ciudades distintas: una, marcada por diversas carencias; otra, por la comodidad.

La pregunta que válidamente puede hacerse una persona que radica en una zona donde la normalidad es la vivienda precaria y la deficiencia cotidiana en los satisfactores urbanos, al advertir la diversa contrastante realidad, es: ¿Por qué donde vivo no vivimos así?

Habrá quien encuentre respuesta satisfactoria en una razón de carácter económico, con la que se puede afirmar que “esa otra realidad cuesta y está disponible para quien pueda pagarla”. Pero habría que preguntarnos si el mercado debe determinar esa posibilidad.

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Conviene aquí analizar si existe algún contrapeso eficaz para las dinámicas propias de mercado, que si bien son naturales y necesarias, deberían encontrar límites cuando llegan a trastocar la dignidad humana, a la que me refiero al principio de esta colaboración.

Efectivamente lo hay; tiene capacidad de ser un contrapeso efectivo que cuenta con todos los recursos e instrumentos necesarios para ello. Se llama gobierno local. Es en este ámbito en que se pueden establecer controles de mercado reivindicando a la persona.

Por supuesto, no es tarea fácil, pero ya el simple hecho de que la función pública ponga a la dignidad humana en el centro de la planeación de las ciudades y de sus dinámicas, hace viable la construcción de un entorno humano y digno.

No hay manera de equivocarse cuando la prioridad es humanizar las ciudades; acierto necesario para transitar hacia un futuro posible.

jruizf@henka.com.mx

Abogado por la U.A. de C., especializándose en Derecho Ambiental y Gestión Urbanística. Cuenta con Maestría en Gestión Ambiental por la U.A.N.E. Cursa actualmente estudios de Doctorado con enfoque en Derecho a la Ciudad. Ha colaborado en los Institutos Municipales de Planeación de Torreón y de Saltillo, así como en la Delegación Coahuila de SEMARNAT. Ha representado a México en diversos foros internacionales, entre ellos el SWYL Program y la Tokyo Conference, organizados por el Gobierno de Japón. Se desempeñó como Director Operativo de COPERES y Presidente de la Representación Coahuila de la Asociación Mexicana de Urbanistas. Es catedrático a nivel Licenciatura y Posgrado en instituciones como la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad Iberoamericana.

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