Don Chu. No ‘don Chuy’

Opinión
/ 17 abril 2024

El padre Joaquín Antonio Peñalosa, querido amigo ya ido con quien jamás me reuní, lamentaba que no hubiera ataúdes donde se pudiera estar de rodillas. “Porque hasta muerto −explicaba− seguiría yo de rodillas dando gracias a Dios por tantas bendiciones que me ha enviado”.

Lo mismo digo yo. Nueve vidas podría tener, como los gatos, y las nueve no me alcanzarían para agradecer los incontables dones que de la vida (es decir de Dios) y de Dios (es decir de la vida) he recibido.

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Entre esos bienes, lo he dicho muchas veces, está el de ser un cómico de la legua. Comparto la ventura de todos los juglares que en este mundo han sido, desde Micer Berceo, que cantaba para ganarse un vaso de bon vino y para poder folgar con fembra placentera, hasta el irlandés Walter Starkie −con él recorrí el camino de Santiago−, que tocaba en su violín música de su tierra y luego pasaba el sombrero entre la gente. Así viajó por toda Europa, y escribió luego maravillosos libros que llegué a aprender casi de memoria.

Dime tú, querido lector: de no haber sido yo un caminante ¿habría yo oído hablar alguna vez de don Jesús Valdez, conocido más bien como “don Chu” −así, sin la ye−, originario y vecino de Huásabas, un pueblo de la sierra de Sonora?

Este señor don Chu fue político en la primera era del PRI, cuando el PRI era. Alcalde de su solar nativo, cuando andaba en campaña organizó un mitin, al cual no asistió su compadre más querido. El ausente fue luego a disculparse. Y le dijo don Chu:

-No se preocupe usté, compadre. Me sobró burrada.

En la misma campaña las fuerzas vivas de Huásabas −las muertas ya pa’ qué− le ofrecieron a don Chu un almuerzo. Las viandas las preparó un jamaiconcito. Así, “jamaicones”, son llamados los homosexuales en la sierra sonorense. Muy modoso se le presentó a don Chu el experto en el arte culinario, y con voz atiplada le describió el menú a fin de que escogiera:

-Hay menudo, cabeza, tamales, huevos, enchiladas, tacos, tostadas, quesadillas y frijoles.

Contestó don Chu acomodándose bien en la silla al tiempo que se aflojaba el grueso cinturón para que nada le estorbara la capacidad ventral:

-Así en ese orden está bien.

Don Chu, ya lo dije, fue electo alcalde. El primer día de su gestión −un primero de enero− fue a darle la enhorabuena su compadre, aquel que faltó al mitin. Llegó cubierto con el tradicional sombrero de fieltro, de ala ancha, que usan para las ocasiones especiales los campesinos acomodados de Sonora.

-Descúbrase usted, compadre le espetó don Chu antes de saludarlo.

Confuso y apenado, el compadre se quitó el sombrero. Y añadió el flamante munícipe para justificar la orden:

-Si no se quita el sombrero por respeto al alcalde, que soy yo, al menos quíteselo por esa reata encerada que tengo atrás de mí.

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La “reata encerada” que don Chu tenía tras de sí era don Benito Juárez, cuyo hierático retrato presidía por entonces todas las oficinas públicas.

Dime, lector amigo; dime, lectora queridísima: si no anduviera yo en la legua ¿llegaría a tener noticias de gente como don Chu, llena de ingenio y genio popular? Aun así, lo mejor para el caminante es el regreso.

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