Saltillo: El edén de ayer
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-I-
¿Quiénes son esos señores de tanta proceridad que reunidos están en el Palacio Municipal de Arteaga? Son la aristocracia de la Villa. Una parte de ella, quiero decir, porque la aristocracia de Arteaga está compuesta por la totalidad de sus habitantes. Aristócratas son todos, en efecto. Sucede que los tlaxcaltecas se establecieron en el poniente del Valle de Saltillo, y así los arteaguenses no reconocen otro origen que el español. Cuando el gobernador Flores Tapia hizo el bulevar que se llama de Los Fundadores, encargó al talentoso artista César Ledesma que hiciera dos estatuas: la una, representación del conquistador venido de la España; la otra, efigie de nuestros antepasados tlaxcaltecas. En un extremo y otro del dicho bulevar habrían de ser colocados esos monumentos. El del español quedaría en Saltillo; en Arteaga se pondría el del indio. Pues bien: los de la villa protestaron con airadas voces. Si en Arteaga jamás vivieron indios no los querían ahora ni en estatua. Hubo de ser cambiado el proyecto original. En Arteaga quedó el español y acá en Saltillo el indio.
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La tía Chita dice todavía con tono desdeñoso al referirse a los que de otras partes han llegado a Arteaga:
-Es pura gente de Hidalgo.
Lo dice porque el Cura de Dolores llevaba consigo a una muchedumbre de gente del pueblo, sin timbre ninguno de nobleza.
-II-
Aquellos señores que al principio dije se han juntado en el recinto del Ayuntamiento para recibir a un distinguido visitante: el general Rubén García. No trae encomienda militar el mílite; viene en calidad de viajero ilustrado. Llegó a Saltillo procedente de Torreón. Comió en Paila; llegó aquí y miró con ojos de hombre que sabía viajar aquella pequeña ciudad que era la nuestra allá en el año 42 del pasado siglo. Escribiría después:
“...Saltillo es el oasis después de cinco horas de yermos que aburren y de brasas atmosféricas que abochornan. Al llegar surgen ya grandes árboles; a la lechuguilla suceden los magueyes, se refresca la temperatura y las flores asoman en lugar del abrojo. ‘Se vende aguamiel’, rezan algunos letreros.
“...Clima frío el de la capital de los sarapes policromados. Tabernáculo de recuerdos en que se guarda la memoria del patricio de Cuatrociénegas, don Venustiano Carranza; aire que evoca el de mi Puebla, o al encantador de México. Un rato en Saltillo es una bendición para los pulmones y un regalo para la vista...”.
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-III-
Todo en Saltillo le gusta al general García. A los niños los mira rubicundos; le encantan “las mujeres con ‘chapas’ al natural en sus mejillas”. Visita el Palacio de Gobierno, “pleno de historiales”; va al Ateneo; le maravilla el lago de la Alameda, con su mapa de la República. Tres personajes lo atienden y guían por la ciudad: “el bardo de la melena hirsuta, Eduardo L. Fuentes, autor de ‘Oraciones Rojas’ que en realidad son amores blancos; el profesor José de la Luz Valdés, lirida de impenitente romanticismo; y el ingeniero Valle Arizpe (don Jesús), pulcro y de tan caballerosas maneras como su hermano Artemio, sólo que mientras éste se ha dedicado a ensartar añoros aquél se ha dedicado a ensartar pesos...”.
-IV-
En los breves días que está en nuestra ciudad, el general Rubén García se ha enamorado de ella. “... Salí del Edén...”, dice cuando se aleja de Saltillo.