Bill Gates viajó a España en el 2000, último año del pasado siglo según unos, primero de éste según otros, y en Madrid visitó la Real Academia de la Lengua. Este señor llegó a ser el hombre más rico del mundo, si se toma en cuenta únicamente el dinero para hacer la calificación. A su lado Carlos Slim era un pobrete. En aquel tiempo Bill Gates señoreaba la empresa Microsoft. Alguien me ha asegurado que ese consorcio recibe todavía la octava parte de un centavo de dólar por cada teclazo que doy a mi computadora. Y doy muchos teclazos cada día, de modo que parte de su riqueza la debió Gates a mi actividad de escritor. Nadie sabe para quién trabaja.
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En la Academia Española hizo el ilustre visitante una profecía y un ofrecimiento. El vaticinio consistió en decir que los ordenadores −así se llaman en España las computadoras− harán desaparecer los libros, e incluso provocarán que el papel no se use ya, al menos para propósitos editoriales. El ofrecimiento de Gates a los académicos de España fue que nos hará el favor, a los 400 millones de personas que hablamos castellano, de conservar la letra eñe en los teclados.
Humilde letra es ésa, que los extranjeros tienen problema para pronunciar, y aún algunos nacionales. Los andaluces y los yucatecos, por ejemplo, no dicen “niño”, sino “ninio”.
-¡Arrímate, ninio! –le gritaba insistente un capitalino, con fingido acento de Andalucía, a Lorenzo Garza en el curso de la faena a un toro difícil.
-Lo haré –le respondió el Ave de las Tempestades, harto ya– si tu vieja se me arrima a mí.
La letra eñe no llena ni siquiera una página del diccionario. Empieza esa página con la propia letra “ñ” (cuyo nombre, “eñe”, no se consigna ahí; hay que buscarlo en la letra e), y termina con “ñuzco”, nombre que en Honduras recibe el diablo. Casi todas las palabras comenzadas en eñe son americanismos; apenas si hay algunas de raíz o prosapia castellanas: ñoño, ñonez, ñoñería, ñudo, ñaque, y unas cuantas más. Otras palabras con eñe se conservan, también de abolengo peninsular: “ñiquiñaque”, sujeto o cosa despreciable; “ñoclo”, panecito del tamaño de una nuez hecho de harina, manteca, azúcar, huevos, vino y anís.
Con Bill Gates o sin él la letra eñe sirve mucho. Recordemos el viejo cuento de Pepito, infante diestro en picardías. La profesora les pidió a los niños que dijeran palabras comenzadas con tal o cual letra. En cada una Pepito les decía en voz baja a sus compañeritos palabras de dudoso gusto para que las repitieran.
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La maestra:
-A ver, Juanito: di una palabra comenzada con ce.
-¡Culo, culo! −le sugería Pepito al niño, por lo bajo.
-A ver, Rosilita: di una palabra que comience con pe.
-¡Di “pendejo”, Rosilita; di “pendejo”! –le soplaba el desfachatado infante.
Cuando le llegó el turno a Pepito la maestra pensó en una letra difícil, para hacerlo quedar mal.
-A ver, Pepito: di una palabra comenzada en eñe.
Vaciló el precoz chiquillo. ¿Cómo iba él a saber que existen las palabras “ñandú”, “ñandapay”, “ñame”, y las ya dichas “ñoño”, “ñiquiñaque”, etcétera? Pero salió del apuro el gran Pepito recordando un modismo que en México usamos. Hizo una conocida seña indicativa del acto de follar y dijo en voz de triunfo:
-¡Ñácatelas!