Doña María Elena Larrea de Rivero, testimonio de su vida
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“Soy María Elena Larrea Peón y nací en Mérida, Yucatán, el 18 de noviembre de 1926”, nos dice en la introducción de su biografía la señora Larrea de Rivero, a quien conocimos junto a su esposo, el ingeniero Francisco Rivero Schnaider en una casa grande en Parras, frente a la fábrica “La Estrella”, donde el señor Rivero era director general. Esa casa enorme era propiedad de don Rafael Hernández, primo del presidente don Francisco I. Madero y la rentó para la familia Rivero Larrea. Nada qué ver con la “Quinta San Jacinto”, la mansión sobre el Paseo Montejo de la Blanca Mérida donde nació doña María Elena, palacio que pudimos conocer con sus famosas estatuas en la película “Peregrina” y que mucho se lamentó la señora Larrea de que lo hayan demolido para construir en su terreno “un común y corriente, más corriente que común, Holiday Inn, el Hotel Hyatt y el Consulado Americano”.
Nada extraordinario para el abuelo don Augusto Luis Peón y Peón, un magnate conservador que en su tiempo no estuvo de acuerdo con Juárez –nos lo cuenta sin ambages doña María Elena- y fue exiliado por 22 años a su palacio de Estambul, a las orillas del Bósforo, de donde regresó a Yucatán e incrementó su fortuna de haciendas, ingenios, ganaderías, flotas pesqueras y ferrocarriles, patrimonio que luego pasó a su hija Nelly Peón Bolio, la madre de María Elena, jovencita sencilla que siendo estudiante en Nueva York buscó trabajo en una boutique sorprendiendo al gerente: “Con ese atuendo de Helen Harper, hablando inglés, francés y español y viviendo frente al Hotel Plaza, en la Quinta avenida ¿por qué quieres trabajar tras el mostrador atendiendo a clientas vanidosas y necias?”, y ella le contestó tajante: “Es que quiero ganar mi propio dinero”. Una actitud superior que marcó su venturoso destino muy diferente al de sus amigas de colegio las Livanos, las consentidas del Plaza donde ellas vivían y cuyo destino fue muy triste y desolador.
Y esa es la arquitectura del alma de doña María Elena Larrea, un alma que supo encontrar la verdadera felicidad en el altruismo, verdadera riqueza espiritual, y no en los bienes materiales que “la polilla y el orín corrompen” como ella nos recuerda que dijo el Redentor del mundo, en el bendito Sermón de la Montaña.
Y con ese candor y ternura de las almas buenas es que doña María Elena nos cuenta sin falsas reservas algunos detalles de su niñez. Su madre doña Nelly y su papá don Antonio pertenecían a la alta sociedad de esa época en Cuba, Europa y México, con una intensa vida social siempre en el club, fiestas y casinos, “nunca estaban en casa o estaban dormidos cuando yo iba al colegio y al volver ya se habían ido al club. A veces recuerdo a mi papá jugar conmigo. A mi mamá nunca”.
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Luego el drama en la tierna edad de su niñez: “Cuando tenía 9 años mis papás se divorciaron. Luego, a los dos años mi mamá se casó con un empresario y senador de Cuba, el abogado Salvador Guedes, que fue un verdadero, respetuoso y cariñoso padre para mí”. Y la frescura de su testimonio, sin falsas pretensiones, conmueve y convence: “Y pese a ser hija del primer divorcio en Cuba, un escandalazo, pude salir adelante e hice todo lo conveniente para ser feliz en la vida”. (Continuará).
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