Donald Trump: Estados Unidos vota por el caudillo
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El triunfo de Donald Trump y el Partido Republicano en las elecciones del 5 de noviembre supone un parteaguas en la historia moderna de Estados Unidos. Trump rompió todos los precedentes. Contra la tradición de transición pacífica y civilizada, se negó a reconocer su derrota en el 2020 y se asumió como líder absoluto de la oposición, desde donde ejerció una presidencia en las sombras, muy parecido a lo que hiciera en su momento Andrés Manuel López Obrador con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
También como López Obrador, Trump fustigó al hombre que lo derrotó, estableciendo una narrativa que combinó con astucia y efectividad el reclamo, el agravio y el ánimo de retribución.
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Con la excepción de las últimas semanas, en las que perdió disciplina de mensaje, Trump nunca quitó el dedo en la llaga de los dos temas más dolorosos para el gobierno de Joe Biden: la economía y la migración. Trump mintió, exageró y culpó a Biden de lo que merecía ser culpado y de lo que no también. Al final, dio igual.
Contó con la ingenuidad o colaboración de los medios de comunicación, que normalizaron sus desplantes antidemocráticos y sus rabietas autoritarias como si fueran parte del discurso político aceptable. Otros optaron por claudicar de antemano, previendo el ánimo de venganza con el que Trump advirtió que gobernaría. Trump también aprovechó el pujante ecosistema de medios alternativos alineados con el movimiento conservador estadounidense.
El electorado le respondió con un mandato casi absoluto.
El Donald Trump del 2024 llegará al poder sin riendas. Podrá poner en práctica sus vendettas personales y la agenda que le plazca. Podrá contar con el Congreso cuando lo necesite: es probable que los republicanos tengan carro completo. Podrá contar con la Suprema Corte cuando la requiera: el movimiento conservador ya tiene una mayoría de seis magistrados contra tres del ala liberal, y Trump seguramente podrá nombrar el reemplazo de dos magistrados afines después del posible retiro de Samuel Alito y Clarence Thomas, que tendrán la sensatez que no tuvo en su momento Ruth Bader Ginsburg.
Cuando no necesite de la aquiescencia de los otros poderes, Trump hará... lo que se le antoje. A diferencia de su primer mandato, ha anunciado que se rodeará de personal que le sea fiel. No habrá disenso en la nueva Casa Blanca. Lo que habrá serán radicales. Stephen Miller, quizá la figura más rabiosamente antiinmigrante de la historia moderna de Estados Unidos, tendrá libertad para activar la maquinaria de deportación que ya ha anunciado. Los nombramientos en el FBI, el Departamento de Justicia y la secretaría de Defensa seguramente tendrán el mismo perfil radical. Abogados de la intervención disruptiva –y no pienso en su mejor versión– como Elon Musk y Peter Thiel seguramente estarán en la mezcla de la toma de decisiones.
¿Cumplirá Trump lo prometido?
Después de un triunfo como el que obtuvo y con ánimo abierto de retribución... ¿por qué no? En materia migratoria, por ejemplo, podría conformarse al principio con implementar un programa de deportaciones que culminaría en redadas para detener a decenas de miles, creando el clima disuasivo de terror que Miller y otros abogados de la restricción migratoria siempre han querido. Pero también podría ir mucho más allá. El vicepresidente electo JD Vance ha insistido en que los millones de inmigrantes indocumentados en el país deprimen los sueldos, acaparan empleos e inflan los precios de las viviendas. En el mejor de los casos, estas posiciones típicamente nativistas son polémicas o simplemente falsas, pero a Vance le importa poco. La solución, dice, es la deportación de millones. No es un escenario descabellado.
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Al final, Donald Trump culminó su truco de magia populista. Convenció a los electores de que él y solo él tiene la solución para los problemas existentes y para muchos otros que no existen, pero que Trump vendió a la perfección. Ofreció retribución, disrupción y venganza. Pan y circo político. Logró desplazar del poder al proyecto del presidente que lo venció democráticamente (tras el triunfo de Trump, nadie habla de fraude) y ahora se dedicará a poner en práctica una agenda radical.
Las elecciones tienen consecuencias. Una mayoría del electorado estadounidense tendrá lo que ha buscado. Veremos qué país emerge de la sombra del caudillo.