Dos de Muertos y una de vivos
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La celebración de los Fieles Difuntos no debe ser ocasión triste, sino de jubilosa alegría en la esperanza
–¿Conque hay que dejar todo esto?
Tales fueron las últimas palabras del cardenal Mazarino, primer ministro de Luis XIII, rey de Francia. Paseó la mirada por su aposento, lleno de preciosos muebles; vio en las ventanas las cortinas de brocado; sobre las mesas y consolas tesoros de rica orfebrería; por los rincones estatuas de alabastro y mármol.
Miró en torno de sí a sus familiares y validos, que lo amaban (o decían amarlo), y recordó seguramente los goces cortesanos: aquellos opíparos banquetes, los bailes palaciegos, el deleitoso trato de las mujeres –¡ah, las mujeres!–, su placentera quinta en Luxemburgo... Evocó el enorme poder que había ejercido, poder sobre los hombres y las cosas, omnímodo poder que no se detenía, sino ante el del monarca. Todo eso recordó, y dijo con pesarosa voz aquello:
–¿Conque hay que dejar todo esto?
Hay que dejarlo todo, sí. Sucede que todo es de la muerte, y nosotros también. Ella tiene mis escrituras. Llega de pronto y dice: “Vengo por lo mío”. Y vámonos. Del rayo te salvarás, pero de la raya nunca. “El hombre nacido de mujer vive muy poco tiempo”. Palabra de Job.
San Odilón, abate de Cluny, inventó el Día de los Fieles Difuntos. El primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. “Santos” se llaman los que ya están en el Cielo. El 2 de noviembre, en cambio, recordamos a quienes no están en el Cielo todavía, pero p’allá van. Hablo de las benditas ánimas del Purgatorio. Ellas, según las enseñanzas del catolicismo, son dueñas de un precioso don, que es la esperanza. Como quien dice, ya chingaron.
¿Y los que están en el infierno? Yo, con perdón sea dicho, dudo de la existencia del infierno. Al menos no creo que sea eterno. ¿Con eternal tormento pueden ser castigadas las culpas que los hombres cometemos en esta vita brevis? “Misericordia quiero, y no sacrificio”. Pienso que la bondad de Dios es infinita, y que al final todos –o casi todos– vamos a estar juntos en un gozoso coro universal. Y nadie piense que al decir eso soy hereje. En una librería de Roma me compré el “Nuovo Dizionario di Liturgia” del padre Achille Triacca, teólogo italiano. No es sospechoso este volumen: pertenece a las Ediciones Paulinas, y tiene el Nihil obstat. En él encontré un texto muy esperanzador:
“...Algunas oraciones bizantinas de la vigilia de Pentecostés parecen pedir la salvación de los condenados, lo cual ha inducido a algunos teólogos contemporáneos a dudar de la eternidad del infierno... La iglesia orante no se resigna al fatal destino de la pena eterna, y pide a la misericordia del Señor la salvación de todos...”.
Así, la celebración de los Fieles Difuntos no debe ser ocasión triste, sino de jubilosa alegría en la esperanza. Recordamos hoy a quienes van ya en camino para el Cielo, Dios mediante. Así lo expresa una plegaria: “Que todos tus hijos nos reunamos en la heredad del Reino, y allí te glorifiquemos con toda la creación”. Amén.