Educar en derechos humanos: Ni propaganda, ni adoctrinamiento

Opinión
/ 12 enero 2025

Tanto la propaganda como el adoctrinamiento tienen como objetivo cambiar las conciencias de las personas de un modo que cancela el uso de la razón

Los procesos comunicativos involucrados en la enseñanza y difusión de los derechos humanos enfrentan un desafío de primer orden. Al menos en apariencia, es difícil separarlos de procesos comunicativos asociados con la propaganda y el adoctrinamiento. En ambos casos se utilizan representaciones con contenidos normativos con pretensiones a menudo universales. La propaganda y el adoctrinamiento buscan también cambiar las creencias de las personas con el fin de que actúen de cierta manera específica. Más aún, las estrategias de convencimiento involucradas en ambos casos apelan a las emociones como vehículo de este esfuerzo motivacional. Y, por si esto fuera poco, muchas de estas estrategias se arropan bajo el manto de ser esfuerzos educativos, cuyo fin es el mejoramiento de la población expuesta a su contenido.

Frente a estas semejanzas, una pregunta inevitable es la siguiente: ¿Existen diferencias fundamentales que separen a los procesos comunicativos involucrados en la enseñanza de los derechos humanos de aquellos asociados con ejercicios propagandísticos o de adoctrinamiento?

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La respuesta más plausible a esta pregunta consiste en enfatizar el contenido de la enseñanza de los derechos humanos. La idea es resaltar el hecho evidente de que en el caso de estos derechos se trata de principios éticos claramente distintos a los que encontramos en la propaganda y el adoctrinamiento. Sin embargo, esta respuesta sólo resulta parcialmente convincente. A lo largo de la historia han existido muchos casos en los cuales procesos propagandísticos y de adoctrinamiento han sido utilizados para difundir valores que, desde la perspectiva de sus promotores, poseen la misma universalidad e importancia que la otorgada a los derechos humanos. Más aún, cuando tales ejercicios propagandísticos y de adoctrinamiento tienen éxito, la población acaba convencida de que sus valores son evidentes, intuitivos y no negociables.

Peor aún, se han utilizado consideraciones parecidas para negar la existencia misma de los derechos humanos. Según esto, la enseñanza y difusión de estos derechos no son otra cosa que el intento, por parte de una cultura hegemónica, de imponer a otras culturas sus propios valores bajo la apariencia engañosa de su supuesta universalidad. Por ende, continúa esta crítica, no es que su enseñanza y difusión se parezcan a la propaganda y al adoctrinamiento, sino que la realidad es que estas prácticas constituyen ejemplos paradigmáticos de manipulación de conciencias.

Frente a estas consideraciones, lo típico es redoblar el esfuerzo por dejar en claro que el contenido mismo de la enseñanza de los derechos humanos garantiza que no se trata de ejercicios propagandísticos o de adoctrinamiento. Tal estrategia incluye: subrayar el carácter intuitivo y universal de estos valores, ofrecer ejemplos concretos en los cuales su observancia y transgresión es evidente, y señalar su consagración en marcos legales nacionales e internacionales. Todo ello debería ser suficiente para despejar la duda de que su enseñanza pudiese ser un ejercicio de orden propagandístico o de adoctrinamiento.

No obstante, esta estrategia por admirable y necesaria que sea, responde sólo parcialmente la pregunta que nos hicimos. Para muchas personas son sus propios valores los que se consideran verdaderamente universales, incluso si en ocasiones son incompatibles con los derechos humanos. Para otras, aun reconociendo que sus valores son particulares a su comunidad, será precisamente esto lo que les otorgará primacía por encima de cualquier valor externo. Finalmente, hay quienes verán precisamente en los marcos legales que consagran los derechos humanos, avalados por instituciones internacionales creadas por los ganadores de la última guerra mundial, razones suficientes para poner en entredicho tales derechos y ver su enseñanza como casos de propaganda y adoctrinamiento.

Es aquí cuando conviene resaltar algo que por evidente tendemos a olvidar o a dar por supuesto en el contexto de la educación, sin ver que es un elemento crucial para responder la pregunta que nos hacemos. Se trata precisamente del carácter educativo que presupone la enseñanza y la difusión de los derechos humanos. Consideremos dos puntos que explican por qué la naturaleza misma de la educación puede ayudar de esta manera.

En primer lugar, la educación está anclada no solamente en la verdad, sino en los métodos probados que tenemos para encontrarla, como son la observación, la experimentación y el cúmulo de evidencia empírica que típicamente asociamos con las ciencias. La educación de los derechos humanos justifica precisamente su título porque satisface estas condiciones. A pesar de que en el caso de valores y normas morales el papel de estos métodos sea más sutil e indirecto que en casos paralelos correspondientes a las ciencias, toda afirmación sobre estos derechos se apoya en última instancia en hechos públicos, observables y accesibles a la experiencia. A esto se agrega el enorme esfuerzo teórico de pensadores que a lo largo de varios siglos han ofrecido justificaciones también públicas del porqué estos valores existen y son universales. Tales razones están al alcance de quien quiera examinarlas y quizá cuestionarlas, como ha sucedido en un gran número de ocasiones, algo que ha llevado a una mejor comprensión de estos derechos.

En segundo lugar, la educación de los derechos humanos es una tarea intrínsecamente dinámica y abierta al cambio, tanto en su contenido como en las estrategias utilizadas para su implementación. Efectivamente, la aspiración universal de estos derechos se traduce en una enseñanza que los identifica como aplicables a todos y en todas las circunstancias. Más aún, el que se les considere inherentes a la condición de persona, garantiza su aspiración a la universalidad. Sin embargo, esto no quiere decir que se detenga el examen crítico de las razones para identificar a estos derechos, hacerlos compatibles entre sí y, si fuese necesario, tener que modificarlos.

Uno de los debates más activos en la teoría de los derechos humanos es precisamente el relacionado con la pregunta sobre ¿cuáles de ellos debemos reconocer como auténticamente universales? En algunos casos, la solidez argumentativa y la evidencia que los identifica como tales es tan contundente que cuesta trabajo concebir su modificación. Pero, al menos en principio, y por evidentes que estos derechos nos parezcan, esto podría suceder si las razones para ello resultan convincentes. En este sentido, no existe nada dogmático en su reconocimiento y en el esfuerzo de enseñarlos.

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Nada es entonces más lejano a los ejercicios propagandísticos y doctrinarios que estos dos atributos de la educación de los derechos humanos. Recordemos que tanto la propaganda como el adoctrinamiento tienen como objetivo cambiar las conciencias de las personas de un modo que cancela el uso de la razón, de la experiencia y del consenso público guiado por expertos dispuestos a someter sus razones a la crítica. Más aún, el objetivo de estas prácticas comunicativas inmorales es que las ideas y los valores que se usan para convencer a su audiencia sean inamovibles. De esta inamovilidad dogmática depende en gran parte el éxito de estos dos procesos insensibles, no solamente a la verdad, sino a los mecanismos que tenemos para justificar aquello que se considera verdadero.

Esto ofrece también una respuesta a la idea de que la educación de los derechos humanos es una expresión del dominio de culturas hegemónicas sobre otras más frágiles y vulnerables. Si es correcto proponer que tales derechos son el resultado exitoso de siglos de búsqueda de principios fundamentales que identifican hechos verdaderos, negar su existencia o reducirla a un esfuerzo de dominación es equivalente a someterse al imperio de la falsedad y la mentira. Lo trágico es que este ofuscamiento relativista ha llevado al sufrimiento concreto de un gran número de seres humanos cuya dignidad y derechos fundamentales han sido agraviados.

No confundamos entonces una verdadera educación con esfuerzos propagandísticos y doctrinarios, en realidad tan lejanos a ella, y mucho menos lo hagamos en el contexto de los derechos humanos, donde el precio de esta confusión puede ser tan alto.

jhagsh@rit.edu

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