Analfabeta digital: La transformación educativa como desafío de la era tecnológica
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Así como leer y escribir es considerado un derecho fundamental, poseer los conocimientos correspondientes a la era digital debería ser un derecho equivalente
Así como un analfabeta tradicional es alguien que carece de la capacidad de poder leer y escribir, un analfabeta digital es alguien que carece de la capacidad de poder utilizar, de un modo inteligente y efectivo, el cúmulo de tecnologías digitales que determinan cada vez más nuestra realidad.
En este sentido, prácticamente todos somos en alguna medida analfabetas digitales. Las razones detrás de este déficit son diversas, involucran tanto el tipo de tecnología digital del que hablemos como las condiciones educativas y sociales particulares en las que nos encontremos. Exploremos con más cuidado algunas de estas razones, sugiriendo estrategias para tratar de disminuir nuestro analfabetismo digital.
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Una primera razón que explica nuestro analfabetismo digital es simplemente la naturaleza enormemente dinámica y compleja del tipo de tecnología asociada con este fenómeno. Bajo la categoría de tecnología digital caen un gran número de tecnologías que están creciendo en calidad y cantidad de una manera vertiginosa.
Hace solamente unos años imaginar el internet, el correo electrónico, las plataformas sociales digitales, por no hablar de los “chatbots” inteligentes o de las criptomonedas, hubiese sido algo más cercano a la ciencia ficción que a la realidad. Hoy en día, estas y otras tecnologías son parte de nuestra realidad cotidiana.
No debería sorprendernos entonces que esto genere un hueco inevitable en el conocimiento sobre cómo utilizar adecuadamente estas tecnologías. De hecho, nunca en la historia de la humanidad ha sido tan grande la ignorancia de los usuarios respecto a aquello que usan. Si antes podíamos aspirar a cerrar un poco la brecha de ignorancia con el mecánico y el panadero aprendiendo algo de motores o de levadura, hoy resulta mucho más difícil para el usuario promedio desentrañar los secretos de los chips o de las redes neuronales.
Una segunda razón asociada con el analfabetismo digital nos toca mucho más de cerca en la medida en que pertenecemos a una sociedad que históricamente ha sido dependiente de otras en los avances tecnológicos. Es difícil exagerar el lastre psicológico que esta dependencia genera sobre todo cuando sabemos que, prácticamente, nunca se trata de productos creados por nosotros los que están asociados con estas transformaciones tecnológicas, sino que es el resultado de lo que pasa en los verdaderos centros hegemónicos científicos y tecnológicos del planeta.
Más aún, una sociedad que sigue enorgulleciéndose de generar trabajos esencialmente manufactureros, ensamblando lo que otros piden o calculando la cantidad de divisas que envían anualmente los también típicamente trabajadores manuales, está en muy malas condiciones para entender lo que está pasando en la esfera digital y en condiciones aún peores para ser líderes en lugar de seguidores en esta transformación.
Otra razón más de por qué hemos sido incapaces de atacar esta ignorancia digital ha sido la falta de un liderazgo ilustrado en nuestras comunidades. Como una extensión natural de los puntos anteriores, es claro que, frente a revoluciones como la tecnologización que ahora vivimos, nuestros líderes, tanto en la esfera pública como en la privada, suelen ser los menos preparados para entender estos cambios. Después de todo, es comprensible que su actitud sea la de hacer lo que se pueda con lo que se tiene, en lugar de arriesgarse a impulsar una transformación vista como llena de incertidumbres.
Solamente así se entiende que, en lugar de ver a la información como la divisa más valiosa, o a la infraestructura digital como la más apremiante, o a la adopción de tecnologías digitales como el desafío más serio al que nos enfrentamos, se siga apostando por cosas como la producción petrolera o a la maquila como áreas prioritarias. Baste considerar el lugar que ahora ocupan las empresas petroleras mundiales frente a las digitales y la cada vez más acelerada robotización inteligente, para ver lo ilusorio y desencaminado de muchas prioridades estratégicas actuales.
Por estas razones parecería que estamos condenados al analfabetismo digital y, con ello, a pagar el enorme precio futuro que este déficit costará a nuestra sociedad. Sin embargo, dada la complejidad y el dinamismo asociados con esta transformación tecnológica, las cosas podrían ser muy distintas.
La clave comienza con una transformación educativa y con el efectivo liderazgo de quienes tienen en sus manos las decisiones relacionadas con lo que debería ser una cruzada contra el analfabetismo digital. Y al menos aquí en México contamos con un precedente que da lugar al optimismo emparentando este desafío con el esfuerzo realizado en otras épocas frente al analfabetismo tradicional.
Es verdad que, para vergüenza nuestra y de acuerdo con la UNESCO, en nuestro país tenemos todavía alrededor de cuatro millones y medio de personas que no saben leer ni escribir, algo imperdonable y reflejo de la mala política educativa que se ha imperado en las últimas décadas. Sin embargo, México también ha visto etapas transformadoras en las cuales, bajo la guía de líderes educativos como José Vasconcelos o Jaime Torres Bodet, se demostró cómo con un liderazgo ilustrado y estratégico fue posible atacar a un 80 por ciento y casi un 50 por ciento de analfabetismo de la población, respectivamente. Todavía vemos con orgullo estos momentos clave en la transformación del país, algo que inmediatamente podríamos reconocer como fuente de inspiración para el desafío digital que ahora enfrentamos.
Por supuesto, la analogía entre estos dos tipos de analfabetismo tiene sus límites. La naturaleza del desafío alfabetizador digital y las circunstancias actuales son diferentes en aspectos muy importantes con respecto a las del siglo pasado. Sin embargo, es útil considerar tanto las divergencias como los parecidos entre estos dos tipos de analfabetismo para poder identificar las mejores estrategias para combatir su versión digital.
Mientras que el analfabetismo tradicional es relativamente fácil de cuantificar, no podemos decir lo mismo respecto a su equivalente digital. En ambos casos existen diferentes niveles de conocimientos. Sin embargo, en el caso digital, los contornos que indican cuándo alguien sabe lo que debe saber para evitar la categorización como analfabeto digital son más flexibles. En ciertos casos, saber navegar de una manera adecuada por el internet, aprovechando su extraordinaria riqueza informativa, o usar con corrección plataformas sociales digitales, podrían ser suficientes para poseer un nivel mínimo de alfabetización digital.
En otros casos, lo correspondiente sería saber utilizar adecuadamente herramientas digitales como bases de datos o procesadores de palabras, mientras que, en casos todavía más especializados, hablaríamos de la capacidad de generar código o poder entrenar redes neuronales.
De tal forma que el criterio de quién es analfabeta digital, respecto al tipo y nivel de tecnología correspondiente, es un tanto relativo, lo que no quiere decir que sea inexistente. De una manera análoga al modo en que distinguimos poder leer y escribir a un nivel básico y hacerlo a un nivel profesional, podemos distinguir los distintos niveles de sofisticación o especialización en el caso digital.
Si la alfabetización tradicional da mucho más peso a la capacidad de leer y escribir que a lo que se lea o escriba, el caso de la alfabetización digital exige un esfuerzo mucho más profundo en cuanto al contenido digital, su generación y su uso. Esto se debe al poder exponencialmente mayor que entraña ser capaces de utilizar una tecnología mucho más poderosa que la escritura, sobre todo con el desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica, en donde el uso responsable de estas tecnologías resulta crucial.
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Lo cual implica que, como parte fundamental de la alfabetización digital, debemos incluir el entrenamiento en áreas como el pensamiento crítico y la ética. En el primer caso, hablamos de la capacidad de los usuarios para establecer criterios evidenciables y racionales antes de aceptar intercambios informacionales de un modo ingenuo o dogmático, evitando así problemas como la desinformación o la manipulación. En el segundo caso, se trata de incorporar en los usuarios y en los generadores de información las actitudes éticas necesarias para prevenir los riesgos asociados de aquellos que operan sin el compás moral necesario al usar estas tecnologías.
Más allá de estos desafíos específicos, el alfabetismo digital es una capacidad básica para triunfar en prácticamente todas las dimensiones de la vida comunitaria e individual. Es evidente que a todos, en términos puramente estratégicos, nos conviene participar en esta transformación educativa. Sin embargo, dado el carácter profundamente transformador de las tecnologías digitales, dejar de ser analfabetas en esta área implica también una de las formas más básicas de empoderarnos como individuos, integrándonos como ciudadanos funcionales en una realidad que exige poseer estos conocimientos y habilidades. Por consiguiente, así como poder leer y escribir es considerado un derecho fundamental de las personas, poseer los conocimientos correspondientes al alfabetismo digital debería ser tratado como un derecho equivalente.
jhagsh@rit.edu