El ángulo oscuro del padre Lázaro
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El título no se refiere a ese amado discípulo de Jesucristo que fue Lázaro de Betania, el hermano de Marta y María, familia cuyo hogar visitaba el Salvador en el camino de Jericó a Jerusalén encontrando refugio, paz y armonía, lejos de los airados fariseos que buscaban motivos para matarle, este buen Lázaro es aquel en quien se hizo realidad uno de los milagros más grandes de Cristo que fue resucitarlo después de la muerte, según lo refiere San Juan, el único evangelista que relata el milagro
de Lázaro.
Desgraciadamente este artículo hace hincapié a otro Lázaro, el cura de Monclova que es un muerto viviente porque este pastor de almas nada tiene que ver con el milagro de la vida que le tocó recibir a su tocayo Lázaro de Betania, porque tristemente este otro Lázaro habla de matar mujeres, un asunto que nos hace pensar que este cura no está vivo sino que está tocado de muerte y urge que sus hermanas manden a un mensajero al Cristo diciendo: “Señor, he aquí el que amas muerto está”.
Y cómo no va a estar “muerto” el padre Lázaro Hernández cuando su ministerio camina por las tinieblas del mundo convocando al feminicidio. Porque su alma no es un manantial de agua viva, sino lo contrario, hace apología de la muerte al convocarnos a matar a todas las mujeres que abortan, como dice la ley mosaica del “ojo por ojo y diente por diente”, pasarlas a cuchillo, retribuirlas con la ley del talión, que al cabo ellas ya mataron en este festival de muerte.
Y esto debe ser motivo de tristeza. Basta con leer el capítulo 11 de San Juan para conocer el caso del amigo amado de Jesús, Lázaro de Betania, el cual, junto al sufrimiento de sus hermanas por su muerte, es motivo del versículo más corto del Nuevo Testamento que en verdad nos conmueve por su profundo significado de conmiseración: “Y Jesús lloró”
(Juan 11:35).
Dice Ellen G. White en su “The Desire of Ages”, que Cristo no lloró por la muerte de Lázaro pues, de antemano, sabía que lo sacaría de la tumba tras resucitarlo, sino que se conmovió porque muchos de los judíos que lloraban en el funeral de Betania muy pronto maquinarían la muerte del propio
Salvador, que era la resurrección
y la vida.
Y junto a esos judíos que menciona San Juan se encontraban los sacerdotes y rabinos que buscaban la ocasión para matar a Jesús, un deseo de muerte opuesto al quinto mandamiento de “No matarás” (Éxodo 20:13) que, curiosamente, es el versículo más corto de la Biblia, como el verso más corto del Nuevo Testamento, “Y Jesús lloró” (versión Reina-Valera).
Y aquí vamos a hacer una analogía, pues no es necesario ser un teólogo para hacerla: si Jesús lloró al ver que los sacerdotes de su religión judía tenían deseos homicidas en su duro corazón es obvio pensar que también el Cristo llora al escuchar la voz de muerte de su sacerdote Lázaro en Monclova.
Nos queda el anhelo de que el amor de Jesucristo toque en un revival el corazón de este pastor descarriado. “Desatadle y dejadle ir”, dirá el Cristo en su momento. Asimismo parafraseamos al padre Hernández la “Rima VII” de Bécquer: “Este padre en el ángulo oscuro / duerme muy en el fondo del alma / Y una voz, como Lázaro, espera / Que le diga: ¡Levántate y anda!”. Amén.