El Aniv. de la Rev.: Puro ‘cosplay’ y tablas gimnásticas
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Mañana celebramos ese mito genial llamado la Revolución Mexicana, o “Revolufia” para los descendientes de aquella camada de insurrectos.
Para los de la Generación X, el “Aniv. de la Rev.” es fecha de parcial asueto, pues el sistema educativo nos obliga a conmemorar la fecha con un desfile... ¡deportivo! (¿Como por...?).
Es más difícil establecer la correlación entre las tablas gimnásticas y una lucha armada de corte social-agrario-política, que la existente entre el intercambio de regalos de la oficina y el nacimiento del presunto Redentor de la Humanidad.
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Aun así, queda mucho por explicar del movimiento revolucionario en sí mismo: ¿Quién peleó? ¿Contra quién? ¿Quién ganó? ¿Quién perdió? Pero sobre todo, si de verdad triunfó la causa correcta, ¿cómo es que las injusticias que originaron dicho levantamiento prevalecen más de un siglo después como la norma y no como la excepción?
Y más importante aún: ¿Cómo es que una revolución se transformó en institución y apéndice del régimen resultante?
Cuando los niños mexicanos somos demasiado pequeños como para poder obligarnos a hacer rutinas acrobáticas, pero estamos todavía lo bastante simpaticones para que la maestra se dé gusto jugando a las barbies, pero con enanos de un metro de estatura, se nos inicia contra nuestra voluntad en el mundo del “cosplay”.
Así la teacher hace su diorama a escala 1:2 con campesinos y soldaderas “armades” con carabinas 30/30 de palo de escoba. Y, al igual que en la pastorela navideña, también el 20 de Noviembre se cometen los mismos pecados de discriminación por pigmentación: Los mejores papeles, obvio, están reservados para los güeritos, a saber: Carranza, Villa y don Panchito Madero para el niño delicado que no da trazas de acercarse a la pubertad.
El niño con la mirada más intensa, ese que parece que de grande será asesino serial, encarnará forzosamente a Zapata; y el más feo a Victoriano Huerta (que sin villanos no hay relato). El resto, el infeliciaje, serán Adelitas y Juanes, genérica carne de cañón muy apropiada para representar a una colectividad masiva conocida como “La Bola”, nunca mejor dicho.
Debe ser muy estresante para el profesorado vigilar que no se desprendan las prótesis de vello facial, que no se deshagan las trenzas, que los “props” tengan cierta verosimilitud, que los ataviados de manta conserven por unas dos horas ese blanco impecable (que sólo Ace lo hace), porque una vez superado el festival revolucionario pareciera que ya cumplieron a cabal plenitud de instruir a sus párvulos sobre el episodio más sangriento y convulsivo de nuestra Historia, al menos del pasado siglo.
Culpo directamente al sistema educativo de tratar al alumnado de idiotas, escamoteándole una narrativa más profunda y compleja del fenómeno en cuestión, y de dejarlo con una versión hipersimplificada y poco clara con la que llega −llegamos− a la vida adulta.
No tengo ninguna duda de que la niñez promedio podría sin dificultad tener una aproximación mucho más madura sobre este tema, con muchos más detalles y aristas de los que a veces creemos que pueden manejar los infantes. Nomás trate de seguirle la pista al “lore” de Dragon Ball o de cualquier otra caricatura japonesa y se dará cuenta de que la Revolución se las vendría persignando y con la zurda.
Estoy convencido además de que iniciar a los menores en la discusión de esta guerra civil, más que en un adoctrinamiento sobre un “capítulo sagrado de nuestra gloriosa memoria patria” sería mucho más provechoso para nuestra formación y madurez política.
Disfrazar a los niños está lindo para el kinder, pero la primaria y educación media deberían fomentar de verdad un debate desapasionado sobre las causas, efectos, circunstancias, actores y decisiones que jugaron un papel en ese sangriento telenovelón/reality show al que tantos puentes le debemos.
Vea cómo somos hoy una sociedad-caja de resonancia que no hace sino repetir dogmas, credos, mantras y frases solemnes, pero que es incapaz de discernir cuáles son los principios e ideales de derecha o de izquierda, o qué convierte a un Estado en un régimen liberal o uno represivo totalitario.
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Los ciudadanos se hacen viejos apoyando colores, candidatos y siglas sin jamás cuestionarse si estos realmente defienden las ideas en las que creen o si sólo profesan dichas ideas nomás porque las enarbola el partido al que ya le otorgaron completa potestad sobre cualquier decisión que haya que tomar.
El episodio revolucionario sería idea, no para celebrar, sino para poder polemizar desde una edad muy temprana sobre la complejidad de nuestra sociedad, las luchas que la mueven, el peso de las acciones de sus gobernantes, las alternativas que nos presentan los actores políticos y las tensiones que puede llevar a la ruptura del contrato social.
En fin, que podría ayudarnos a tomar mucho mejores decisiones, lo que explica precisamente por qué el sistema educativo prefiere disfrazarnos y hacernos desfilar haciendo inútiles tablas gimnásticas.