El ascenso de la extrema derecha: Entre la normalización y la resistencia

Opinión
/ 12 febrero 2025

Es momento de que los liderazgos democráticos entiendan que no se trata sólo de resistir a la extrema derecha, sino de ofrecer una alternativa robusta, cercana y efectiva

En los últimos años, hemos sido testigos de un notable ascenso de movimientos y partidos de extrema derecha tanto en Europa como en Estados Unidos. Este fenómeno, que parecía relegado a los márgenes políticos, ha ganado protagonismo y suscita debates sobre sus implicaciones para las democracias occidentales.

En Europa, la consolidación de partidos como Alternativa para Alemania (AfD) y Reagrupamiento Nacional en Francia refleja un cambio en el panorama político. Recientemente, más de 250 mil personas se manifestaron en Múnich contra la extrema derecha, una respuesta directa a la colaboración entre la Unión Cristianodemócrata (CDU) y AfD para limitar la entrada de inmigrantes en Alemania.

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Este tipo de alianzas, antes impensables, indican una normalización de la extrema derecha en la política europea. Líderes como Marine Le Pen en Francia y Giorgia Meloni en Italia han suavizado su retórica para atraer a un electorado más amplio, sin abandonar sus posturas nacionalistas y euroescépticas. Meloni, por ejemplo, ha buscado distanciarse de figuras controvertidas como Donald Trump para ganar respetabilidad, aunque comparte con él muchos principios ideológicos.

En Estados Unidos, la influencia de la extrema derecha también es palpable. El regreso de Donald Trump al poder ha revitalizado movimientos conservadores que buscan redefinir la cultura y la política del país. El control de plataformas como X (anteriormente Twitter) por parte de Elon Musk ha proporcionado un altavoz para voces conservadoras, ampliando su alcance e influencia.

Este auge no se limita a estrategias políticas; también se manifiesta en la cultura popular. Fenómenos como los “maridos Huberman” en Estados Unidos, hombres que adoptan rutinas de optimización personal promovidas por figuras como el neurocientífico Andrew Huberman, reflejan una búsqueda de identidad y propósito que, a menudo, se alinea con ideales conservadores y de derecha.

Las razones detrás de este resurgimiento son multifacéticas. Factores económicos, como la desindustrialización y la precariedad laboral, han generado descontento en amplios sectores de la población. Este malestar es capitalizado por partidos de extrema derecha que ofrecen soluciones simplistas y apelan al nacionalismo. Además, la percepción de una pérdida de identidad cultural frente a la globalización y la inmigración alimenta narrativas xenófobas y proteccionistas.

Sin embargo, este ascenso no ha estado exento de resistencia. Las masivas manifestaciones en Alemania y otros países europeos evidencian una sociedad civil dispuesta a defender los valores democráticos y la diversidad. Organizaciones y ciudadanos se movilizan para contrarrestar el avance de la extrema derecha, enfatizando la importancia de la inclusión y el respeto a los derechos humanos.

En este contexto, surge la pregunta: ¿es la extrema derecha una amenaza para las democracias occidentales o una nueva realidad política con la que debemos convivir? Mientras algunos argumentan que su inclusión en el sistema político puede moderar sus posturas, otros advierten sobre los riesgos de legitimar discursos que socavan los principios democráticos.

La historia nos enseña que los ciclos políticos son recurrentes. En la Europa de entreguerras, el auge del fascismo fue la respuesta a crisis económicas y sociales, al igual que hoy, la extrema derecha capitaliza el descontento de sectores que se sienten desplazados por la globalización y el cambio cultural. Pero si algo hemos aprendido del pasado es que los extremos, cuando alcanzan el poder sin contrapesos, pueden erosionar las democracias desde dentro. No obstante, también hemos visto que la política es un organismo vivo y que las ideologías, por más radicales que parezcan en un momento dado, se transforman cuando se ven obligadas a gobernar en un sistema de equilibrios y responsabilidades compartidas.

Entonces, ¿estamos ante un punto de no retorno? La democracia ha demostrado su capacidad de adaptación. No es la primera vez que fuerzas radicales emergen con fuerza y terminan siendo contenidas, absorbidas o diluidas por la propia dinámica institucional. La gran interrogante es si las democracias actuales tienen la solidez necesaria para resistir esta ola y, más aún, si serán capaces de renovarse para responder a los miedos y preocupaciones que han propiciado el auge de la extrema derecha.

La clave no está sólo en la confrontación, sino en la construcción de un relato convincente que vuelva a conectar con aquellos sectores que hoy encuentran en el nacionalismo extremo y el proteccionismo una respuesta a sus incertidumbres. La política es más que ideología; es percepción de futuro, es la capacidad de generar esperanza en un porvenir donde la estabilidad no se logre a costa de la exclusión, sino mediante la participación de todos.

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Las democracias occidentales enfrentan un desafío: renovarse o resignarse. La historia nos muestra que los momentos de crisis pueden ser también oportunidades para redefinir los cimientos de la convivencia. Si algo ha quedado claro en las manifestaciones recientes en Alemania y otras partes del mundo, es que la ciudadanía sigue dispuesta a movilizarse por sus valores. Pero la movilización sin acción institucional no es suficiente. Es momento de que los liderazgos democráticos entiendan que no se trata sólo de resistir a la extrema derecha, sino de ofrecer una alternativa robusta, cercana y efectiva.

En este sentido, la pregunta no es si la extrema derecha es una amenaza o una realidad ineludible. La pregunta real es: ¿seremos capaces de construir democracias que respondan a las demandas del presente sin traicionar sus principios fundamentales? Si la historia nos ha enseñado algo es que el futuro no está escrito, pero sí construido por quienes tienen el coraje de imaginarlo y hacerlo posible.

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