El autoritario y la FIL
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara es, por mucho, el evento literario más grande de habla hispana y probablemente el espacio cultural más importante en nuestro país. Sin embargo, de cara a su 37ª edición, este encuentro ha sido descalificado por el presidente López Obrador, en línea con sus expresiones en el pasado, tachándolo de ser un “cónclave de derecha” con “tendencia conservadora”.
En realidad, creo que detrás del odio, rencor y de la reiterada descalificación presidencial contra la FIL se encuentran, entre otras razones, dos en particular.
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La primera razón, me parece, radica en las diferencias políticas que siempre tuvo con el fundador y presidente de la FIL, el reciente y lamentablemente fallecido Raúl Padilla, quien además de su labor cultural tuvo una intensa vida política en la Universidad de Guadalajara y en el estado de Jalisco. Son públicos los desacuerdos y distintos puntos de vista que López Obrador y Padilla sostuvieron en su momento, tanto cuando coincidieron en el PRD, como después, cuando el presidente de la Feria defendió ese espacio frente a las descalificaciones que continuadamente el primero hacía en contra de ésta. A estas alturas es ampliamente conocido el carácter rencoroso y vengativo de López Obrador —aunque se empeñe en sostener lo contrario—, así que el denuesto recurrente a la FIL debe entenderse como algo que es el producto natural de sus filias y fobias personales.
Por otro lado, la que, desde mi punto de vista, constituye la principal razón detrás de esas descalificaciones es mucho más preocupante y delicada. Me refiero al hecho de que la Feria y lo que ésta supone entra en colisión directa con la mentalidad autoritaria del presidente.
La FIL, en efecto, es un auténtico espacio de libertad y tolerancia en donde convergen e interactúan de manera respetuosa todos los puntos de vida de manera oral y escrita, pues en ella no sólo se exhiben, presentan, discuten y venden libros —prácticamente todos los libros en español, de escritores de izquierdas, de derechas, o sin alguna ideología o postura política—, sino que es también un importante foro de análisis y debate. La FIL es, en ese sentido, un detonador de la cultura y de la discusión plural e incluyente que convierte, durante poco más de una semana al año, a la capital de Jalisco en el centro indiscutible del debate intelectual sobre los más diversos tópicos, incluyendo el de la política y el estado de la democracia.
Al autócrata, que por definición cree en el pensamiento único y asume visiones monolíticas del mundo, cualquier atisbo de pluralidad y de diferencia es repudiable. Un hombre dogmático como el Presidente, que reniega del pluralismo y que, como buen autoritario, no tolera puntos de vista distintos a los suyos, que busca subordinados —a quienes dirigir— o enemigos —a quienes combatir— y no interlocutores, un espacio como la FIL, en donde conviven, discuten y se recrean de manera respetuosa las diferentes posturas ideológicas y políticas le resulta repugnante.
Además, el libro es la expresión más elaborada del pensamiento crítico y al autoritario los únicos libros que le gustan son los propios —todos los grandes autócratas de la historia han escrito libros en los que plasman su verdad (que pretenden sea La Verdad, así, con mayúsculas)—, los que los retratan, o los que reproducen sus ideas y sus dogmas. Y en la FIL encontramos esos libros, pero también, afortunadamente, muchos otros, como los que señalan los errores, las regresiones y los riesgos que, para la democracia, encarnan las posturas del actual gobierno.
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La FIL, además, ha sido una muy importante tribuna en la que en los años pasados se han advertido los vientos de regresión autoritaria y en el que se han defendido a las autonomías y a los órganos de control del poder como pilar de toda democracia constitucional. En la FIL se defendió al INE frente a la embestida autoritaria en los últimos años y hoy se defiende a la Suprema Corte.
Por eso al autoritario la FIL le incomoda y, precisamente por eso, a espacios como la Feria no sólo hay que reivindicarlos como sitios en los que cabemos todos, sino también defenderlos.