El cabello de mi chamaco... ¿Se lo tengo que cortar?

Opinión
/ 30 agosto 2022
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Entrevisté en cierta ocasión a Carmen Montejo (gloria del teatro y de la llamada Época de Oro del cine nacional). Me confesó una de sus grandes frustraciones: Haber sido muy delgada cuando las mujeres voluptuosas, frondosas y curvilíneas dominaban el “mainstream” y luego haber ganado tallas (‘acuerpose’ doña Carmen) cuando el “ideal” femenino se afinó hacia una complexión más atlética.

A mí me pasó algo similar o así lo percibo: Tenía una tupidísima melena cuando no tenía el privilegio de dejármela crecer a placer y voluntad (primero por la disciplina escolar, luego tampoco era bien visto en los empleos godínez). Y cuando por fin estuve en libertad para dejarme crecer una cabellera portentosa, ésta se había retirado para no volver, gracias a una alopecia androgenética de la que tampoco puedo renegar. ¡Viva la testosterona! (Peor sería tener voz de pito).

De allí que pueda existir un sesgo en mi opinión sobre la recomendación emitida por ese inútil órgano llamado CONAPRED (Consejo Nacional para Quitarle al Pueblo lo Discriminado) en el sentido de que, en apoyo al libre desarrollo de la personalidad de los niños y niñas, adolescentes y ‘adolescentas’, no se le negará el acceso a los planteles a ningún educando (¿‘educande’?), en razón de cómo lleve su cabellera. Sea larga o sea corta, punketa o coqueta, casual o elegante, o pintada con los colores de Movimiento Ciudadano, nadie podrá (en teoría) negarle el derecho a sus constitucionales horas clase.

El cabello es en efecto una expresión muy personal que en nada interfiere con el proceso de aprendizaje de los chiquillos. Creo que hasta este punto el razonamiento es incontestable: El cabello sólo es una fibra de queratina que, aunque crece por arriba y hacia afuera de la bóveda que aloja nuestros pensamientos, no tiene ninguna relación con éstos, por lo que parece poco probable que juegue un papel relevante en el desempeño escolar, como no sea estarle jalando las trencitas a la compañerita que le gusta a uno cuando se es demasiado joven y estúpido para demostrarle afecto de una manera coherente.

La recomendación sin embargo fue tomada como excusa para que nuevamente progres y conservadores fijasen sus respectivas posturas.

Y mi primer impulso sería desde luego pronunciarme porque cada quien se peine o despeine como mejor le acomode y que el largo de la mata lo determine su más libre albedrío y no autoridad alguna.

Pero, pero, pero... Padres de familia, sean honestos, ustedes no mandan a la escuela a su ‘criaturo’ porque intuyen haber parido al siguiente Stephen Hawking. Si se levantan para despacharlo a la escuela a primera hora es porque: 1.- Es por ley obligatorio. 2.- Usted necesita que se lo entretengan algunas horas mientras se ocupa en, digamos, ganarse la vida. 3.- Tiene la esperanza de que se lo devuelvan medio disciplinado, dado que usted lo va perdiendo día con día y se le sale del huacal pese a que ya intentó de todo (“de todo” significa facilitarle un Ipad o teléfono inteligente para que no le dé lata).

A mí me parece magnífico que los padres de avanzada aboguen por el sagrado derecho de sus ‘chamaques’ a buscar su propia personalidad/identidad. Pero si tal es su preocupación (que su mocoso explore su individualidad) significa entonces que están cubiertos perfectamente todos los otros aspectos prioritarios involucrados en su desarrollo, tanto vitales como accesorios. Básicamente usted ya cubrió los cuatro primeros pisos de la Pirámide de Maslow: desde una alimentación balanceada y un estado de salud óptimo, hasta un sentido del respeto hacia sí mismo y hacia los demás a prueba de fallas, lo que quiere decir que su retoño jamás, bajo ninguna circunstancia y de ninguna manera, le faltará el respeto a sus compañeros, a sus mentores, a la comunidad, a la propiedad pública, al entorno y a la naturaleza.

Si usted puede presumir que su hijo es la obra de una crianza y una educación familiar poco menos que perfectas, entonces creo que sí, es su total prerrogativa enviar a Brayan Cavill o a Beyoncé Guadalupe con el look que mejor exprese su respectiva personalidad y sentir. Mire que sus engendritos deben ser tales prodigios que mejor sería que ellos le dieran clases a la plantilla docente.

Pero si, como me temo, no es así, haga entonces el favor de confiar un poco en el esfuerzo de los educadores y autoridades escolares que si bien, sabemos que no son infalibles y que están cargados de muchos vicios gremiales y personales, son los únicos que están dispuestos a lidiar con sus monstruitos de las 8 a las 13 horas, de lunes a viernes.

Y si le piden que mande a su Titino o a su Güereja con el cabello corto, recogido, sin tintes y sobre todo LIMPIO, ¡hágales caso!

Usted pensará que es muy emancipador darles a los niños margen para la libre expresión de su personalidad y probablemente así sea, pero al mismo tiempo, con ello, está menoscabando la autoridad de quienes tienen que imponerle disciplina a un grupo de 40 o más engendros, además de la realización de una serie de actividades (a veces enfadosas) y diversas pautas de comportamiento que han de ser por necesidad rigurosas porque si uno solo de los alumnos se pone sabroso, el control del resto está en riesgo.

Sí, qué bueno que usted es un padre vanguardista y progre, que le permite a sus hijos expresarse. Pero usted aguanta al suyo porque es su obligación, porque está enamorado de él y porque es uno solo: ¡El suyo!

Y sí, todos crecimos escuchando y coreando la canción de “The Wall” de Pink Floyd (“...hey, teacher, baila con sabor!”).

Pero en tanto no tengamos mejores opciones para integrar a su versión casera de Chuky y de Anabelle a la sociedad y, sobre todo, mientras usted no demuestre que lo puede hacer mejor que el sistema educativo, ¡cállese y córtele el cabello a esos escuincles! Mire que hay que prevenir la proliferación de piojos y además no le va a provocar ningún trauma irreversible a su niño de cristal, muy al contrario, le obligará a buscar su individualidad y a forjar su personalidad en valores mucho más profundos e intelectuales que el simple “look” o algo tan superficial como las greñas.

¡Cortarle el cabello no significa cortarle las alas! ¡Tampoco mam* usted!

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Columna: Nación Petatiux

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