El Canto de las Cigarras, la paciencia del desierto
El amor ciega, y la culpa aún más. Esta es una de las ideas fundamentales desde las cuales se desarrolla el cortometraje “El canto de las cigarras”, con el que el realizador coahuilense, Oscar Moreno Terrazas Troyo, estrenó en el cine en 2021 una idea que lo acompañó por mucho tiempo.
No puedo evitar relacionar los primeros pasos de esta producción con mis experiencias en la pandemia, pues recuerdo cómo a unos días de iniciada la contingencia, director y productores convocaron a medios locales para dar a conocer que estaban en busca de apoyo y patrocinadores, con miras a comenzar las grabaciones en mayo del 2020, en el ejido Estación Marte.
A la fecha cualquier plazo mayor a un mes me parece eterno, hasta que se cumple, por eso no dejó de sorprenderme en su momento conocer que, luego de casi un año de trabajo, estaba listo y en marzo del 21 —también doce meses después de aquella rueda de prensa y del inicio de la contingencia— pude verlo por primera vez en una sala de cine, en la Emilio “Indio” Fernández, como parte de las proyecciones de los Proyectos Cinematográficos en Corto, programa de la Secretaría de Cultura que les permitió realizar la post-producción en los Estudios Churubusco de la Ciudad de México.
Ahí pude ver por fin esa historia que solo conocía en papel, a través del guión teatral que escribió Troyo para el libro “Dramaturgia en La Besana de Saltillo” del 2017, y en el cual se basó.
Así como el desierto mismo no te va a revelar nada sin paciencia, de manera similar, y a pesar de la brevedad, “El canto de las cigarras” se toma desde el primer segundo el tiempo para establecer su atmósfera y sus objetivos.
Entre la música y la fotografía —esta última realizada por Mino Rimada, quien también colaboró como productor a través de su compañía Alcayata Filmas— el filme nos muestra un desierto particularmente inquietante. El sol y la aridez son lo de menos cuando lo que sucede con sus habitantes solo augura angustia.
La pala de Carmelo (Juan Antonio Villarreal), un hombre de la tercera edad que vive en un pequeño rancho en medio de la nada, no cava para crear vida, sino para enterrar los restos de esta. Su hijo (Óscar Torres), el verdugo, le lleva con regularidad tanto despensas como las consecuencias de su violencia, en forma de cadáveres, para que las oculte entre la arena.
El anciano, quien en otro tiempo abandonó a hijo y madre, ahora se rehusa a ver la realidad de los actos crueles de su “pequeño”, mientras que desde la tumba el espíritu de su mujer (Ariana Lucía Romero) le insiste en que continúe amándolo y protegiéndolo como si aún fuera la inocente criatura que dejó sola tantos años atrás.
A pesar del contexto, “El canto de las cigarras” no es una historia más sobre el narcotráfico. La nómina a la que el joven pertenezca es irrelevante ante una propuesta cinematográfica donde la ceguera emocional es la protagonista.
Fotografía, música y actuaciones, que destacan por sí solas, son a final de cuentas subordinadas al conflicto, sirven para mostrarnos la culpa de un hombre que no va a dejar solo a su hijo una vez más, pero que tampoco puede con la carga de los asesinatos que ha ayudado a tapar, ni con la confusión que genera su amor por su mujer que ya no está, ni por el hijo, que, aunque lo niegue, perdió en el pasado.
Este cortometraje se encuentra actualmente en su recorrido por festivales. Ya fue semifinalista en el London Indie Short Festival en noviembre pasado, fue parte del Lift-Off Global Network First-Time Filmmaker Sessions y en diciembre fue parte de la Selección Oficial de la Muestra Intergaláctica de Cortometrajes, con la esperanza de que, incluso desde el desierto, pueda cosechar muchos más frutos.