El centro, eje de la vida citadina, y sus hoteles en Saltillo / 3

Opinión
/ 9 marzo 2025

El Hotel Arizpe guarda muchas historias de viajeros famosos. Uno de ellos, el célebre pintor neoyorquino Edward Hopper

Por su propia función de hospedería, los muros de los hoteles guardan las historias de aquellos a quienes alojan, tanto como las de sus dueños, unas veces desgarradoras y otras veces de inmensa alegría y gozo. En la imposibilidad de narrarlas todas, contaré algunas que en su momento se oyeron repetidas veces.

Construido en los primeros años del siglo 20, el Hotel de Coahuila fue motivo de orgullo para los saltillenses. Hospedó famosos viajeros, políticos, hombres de negocios y artistas. La demolición de su edificio, ejemplo de prosperidad y desarrollo, con la consiguiente venta de sus fachadas de cantera en la década de los sesenta, sigue siendo un agravio para los saltillenses. En el invierno de 1920, el famosísimo tenor Enrico Caruso viajaba a la Ciudad de México para ofrecer una serie de conciertos. A causa del mal clima, el tren se vio en la necesidad de detener su marcha en Saltillo al caer la noche y el famoso cantante se hospedó en el Hotel Coahuila. Apenas entró al vestíbulo, pudo oír una hermosa voz femenina que entonaba una clásica pieza musical. Supo entonces que aquella delicada voz pertenecía a doña Panchita Serrano, esposa de don Pedro Quintanilla, empresario regiomontano que había venido a administrar el hotel y vivía en un amplio departamento en el último piso del edificio, en tanto don Zeferino Domínguez levantaba su casa en terrenos de Lourdes al sur de la ciudad. Caruso quiso conocer a la dama y ambos cantaron al unísono algunas melodías al son de la música que tocaba al piano el maestro don Jesús Flores García.

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El Hotel Arizpe guarda muchas historias de viajeros famosos. Uno de ellos, el célebre pintor neoyorquino Edward Hopper, máximo representante del movimiento llamado Realismo Americano de la plástica estadounidense. En el verano de 1946, durante su segunda estancia en Saltillo, Hopper se hospedó en una habitación del Hotel Arizpe. De esta época se conocen cinco acuarelas pintadas desde la azotea del edificio, todas en colecciones particulares y museos estadounidenses de arte. La que tituló “El Palacio” es un inconfundible paisaje urbano de la época: fragmentos de las azoteas al oriente del hotel hasta donde la perspectiva lo permite y lo que asoma de las fachadas en la acera de enfrente, entre las que destaca el segundo piso del negocio “El Sarape”, con su anuncio colgante, ventanas y balcones; en primer plano destaca la parte superior de la característica fachada en esquina del Cine Palacio, entre trozos de las montañas de la cordillera que al poniente resguarda la ciudad, rematadas con un cielo definitivamente saltillense.

Hoteles en el centro ha habido muchos. El Hotel Bermea, en la esquina de Emilio Carranza y Aldama, inició en los años cuarenta con el nombre de Casa Lozano, para convertirse unas tres décadas después en feudo de la Sección V del SNTE y establecer sus oficinas en los cuartos originalmente distribuidos en diferentes edificios. Como hotel fue muy socorrido en su momento por su cercanía con la Escuela Normal y dentro del gremio se conocen anécdotas relacionadas.

Del ya mencionado Hotel México en Aldama y Acuña, que bien sirvió de alojamiento a los revolucionarios, se contaba que algunos militares dejaban sus bolsas de viaje encargadas y pagada su habitación para cumplir comisiones en otras poblaciones. En plena etapa revolucionaria nadie tenía la vida comprada y mucho menos un militar en funciones. Las bolsas de los que no volvieron se fueron acumulando y, una vez abiertas, se encontraron con distintas sorpresas en el interior, las más de las veces monedas, centenarios y oro puro.

Otros hoteles céntricos han sido el Bristol y lo que fue el Poza Rica, en la calle de Allende. El propietario de este último, don Cirilo Recio, vivía con su familia en el último piso del edificio, hoy abandonado después de ser vendido por sus descendientes. El Hotel Azteca, ubicado en Aldama después de Acuña, funcionaba en el segundo piso de un edificio, mientras la familia del propietario, don Jesús Aguirre Fuentes, ocupaba la planta baja con un negocio de dulcería. Ese local del primer piso reuniría años después, a los intelectuales de Saltillo en torno de sendas tazas de café servidas en alguna mesa del restorán Élite, atendido diligentemente por su dueño, don Jesús Martínez.

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