El chisme

Opinión
/ 18 abril 2024

Una de las obras que dirigí en las ocasiones en que fui director invitado de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León fue la polka “Tritsch-Tratsch, de Johann Strauss, hijo. Es una linda pieza llena de travesura y gracejo, y por eso hay que dirigirla así: con alegría y gracia. En alemán la expresión “tritsch tratsch” equivale a nuestro “bla bla bla”, o al “yakitty-yak” de los norteamericanos. Tiene, sin embargo, una connotación precisa: alude al parloteo de las mujeres cuando cuentan un chisme.

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La pequeña obra de Strauss es descriptiva. En ella las percusiones desempeñan un papel muy importante. Suena una fusta que restalla como las lenguas de las cotilleras. Se oye el sonoro sonar de un bombo: representa el fragor del chisme al correr por la ciudad. En determinado momento −exactísimo momento que el director debe señalar con absoluta precisión− todos los músicos de la orquesta prorrumpen en un “¡Ah!” de admiración, como si en ese instante se hubiesen enterado de un sabroso chisme. Deliciosa es en verdad la polka escrita por el mismo compositor que escribió “El Danubio azul”.

Al presentar al público esa pieza, antes de dirigirla, expresé mi convicción de que los señores somos más chismosos que las damas. Para ellas −dije− el chisme es un hobbie; para nosotros es una conspiración. El chisme de la mujer hace roncha; el del hombre hace llaga. Conozco una historieta que ilustra esto. El cliente del peluquero le dijo con pesarosa voz: “Me sucedió una desgracia, máistro. Estaba en la oficina, y sentí un fuerte jaquecón. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro”. “¡Qué barbaridad, señor! −exclamó consternado el fígaro−. Siento mucho su desgracia”. “Oiga, máistro −se puso serio el cliente−. No me interprete mal. Estaba en la oficina, y sentí un fuerte jaquecón. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro. Con otro jaquecón”. El peluquero rio la ocurrencia de su cliente y se propuso hacerle la misma broma al próximo parroquiano. Cuando llegó el siguiente le hizo el relato: “Me sucedió una desgracia, señor. Estaba en la peluquería, y sentí un jaquecón muy fuerte. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro”. Le dijo condolido el cliente: “Ya todos estábamos enterados de eso, máistro, pero no tuvimos corazón para decírselo”.

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Norman Rockwell, una especie de Jesús Helguera de los Estados Unidos, pintó una ilustración para la portada de “The Saturday Evening Post”. En ella aparecen rostros de mujeres que se van contando un chisme en forma sucesiva. El chisme da la vuelta y acaba por llegar a la misma que lo comenzó. Y es que, como decía una señora:

-A mí no me gusta repetir un chisme, pero ¿qué otra cosa se puede hacer con él?

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