Resulta inevitable no verse abrumado por la cantidad de indicadores económicos que nos bombardean semanalmente los medios, el gobierno y organismos especializados. Un flujo constante de cifras e interpretaciones -algunas veces no del todo certeras- suelen posicionarse en el imaginario colectivo ante la necesidad de contar con una interpretación de lo que sucede.
El último lote de información económica parece brindarnos elementos para asumir que la economía va cerrando bien el año, con una fortaleza mejor a la prevista por muchos. Ya en el olvido quedaron aquellos vaticinios de una recesión en la segunda mitad del año.
La semana pasada el INEGI reportó los resultados a octubre de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), donde se arrojó una tasa de desocupación del 2.7% de la PEA. Con ello este indicador se ubica en el mínimo histórico desde que se tienen registros de la ENOE. Desde luego, no tardó mucho la Secretaría de Hacienda para salir a presumir este logro.
Estos resultados que se han venido dando en las últimas lecturas en lo que respecta a la inversión fija bruta, consumo privado y PIB, han sido mejores a lo esperado, o en el peor de los casos, confirman una tendencia franca de recuperación. Lo anterior apoyado en buena medida por los máximos históricos observados en las remesas.
No obstante, cuando entramos al detalle de las cifras o incorporamos otros indicadores, el panorama optimista, empieza a adquirir otro tono. En otras palabras, el cristal con el que se mira cambia la perspectiva de las cosas.
En el tema del mercado laboral, si bien es cierto que tenemos la tasa de desocupación mas baja desde que se implementa la actual metodología, un análisis un poco más minucioso nos muestra otra interpretación. Resulta que la tasa de participación, es decir, el porcentaje de la población en edad para trabajar que forma parte de la PEA, disminuyó tanto en su comparación respecto al mes previo como contra octubre del año pasado. El problema aquí radica en que la reducción en la tasa de desocupación se debió no tanto por la creación de más empleos, sino porque las personas se desanimaron a buscar empleo, y por ende ya no se contabilizan como desocupadas.
Si a lo anterior le agregamos que la medición más amplia de la informalidad aumentó 1.1 puntos porcentuales respecto a septiembre y la subocupación aumento marginalmente respecto hace un año, entonces el cuento ya es otro.
Por otra parte, un dato para poner atención es el saldo superavitario por 2 mil 628 millones de dólares en la cuenta corriente de la balanza de pagos al tercer trimestre dado a conocer por Banco de México. Aunque resulta muy difícil remover de las creencias populares el mito de que todo superávit es bueno y todo déficit resulta en algo negativo, solo basta con recordar que gran parte de los superávits en cuenta corriente aparecen en épocas de contracción, o de debilidad económica en el mejor de los casos.
Nada es verdad, nada es mentira ... todo depende del cristal con que se mira.