El debate en el INE: concurso de hipocresías
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El largo debate al cual se entregaron ayer los conspicuos representantes de nuestra clase política no es más que un episodio más del concurso de hipocresías al cual se han dedicado desde siempre
Ayer se registró un episodio más del melodrama al cual se entregan de forma recurrente quienes integran la clase política de nuestro país: una discusión de más de siete horas en la denominada “herradura de la democracia”, es decir, la mesa del Consejo General del INE, en la cual la regla más frecuente es atestiguar diálogos de sordos.
El de ayer tuvo como temática la asignación de los asientos de representación proporcional -“pluris”, como se conocen en el argot popular- en las cámaras de Diputados y Senadores del Congreso de la Unión. Un auténtico rally de hipocresías; un concurso de cinismos.
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Quienes hoy ocupan el papel de oposición se quejaron amargamente de la “injusticia” representada por el hecho de no obtener un porcentaje de curules idéntico al de votos depositados a su favor en las urnas el pasado 2 de junio. Nadie se hizo cargo, en los encendidos discursos pronunciados, de sus propios pecados del pasado.
Quienes hoy ocupan la posición de poder -pero antes fueron oposición- defendieron con denuedo la idea de “la ley es la ley” y reprocharon a sus contrapartes el haber sido los artífices de las reglas de las cuales hoy se duelen. Nadie fue capaz de reconocer cómo, de estar en el lado opuesto de la mesa, defenderían el argumento contrario.
Ninguno de los dos bandos ocupa la esquina de la virtud. En ambos casos el signo distintivo es el abuso del poder, la posición acomodaticia, el espíritu del agandalle. Los representantes de uno y otro equipo, sin embargo, buscan convencernos de la necesidad de apoyarles, de cómo la prevalencia de la posición contraria implica el advenimiento del apocalipsis.
Se trata apenas del juego clásico de los políticos mediocres a quienes hemos padecido históricamente y a quienes, por lo visto, seguiremos padeciendo. Carentes de ética, ayunos de ideas, faltos de convicción democrática, los integrantes de nuestra clase política protagonizaron ayer un episodio más de la novela de bajo presupuesto a cuya exhibición nos han convocado de forma recurrente a lo largo de ya demasiadas décadas.
Nadie parece capaz de poner el énfasis en lo importante; nadie exhibe los arrestos para convocar al cobro de conciencia; ninguno de ellos posee la honestidad intelectual para hacerse cargo del desgaste del modelo con el cual han jugado en las últimas tres décadas.
Hoy asistimos al cierre de un círculo improbable: todos los actores relevantes del circo político han accedido al privilegio de ocupar la cima del poder y todos han demostrado -con creces- su incapacidad para convertir a las instituciones públicas en instrumento para mejorar la realidad. Pese a ello, todos siguen instalados en el pedestal de superioridad moral desde el cual pretenden convencernos de la conveniencia de preferirles.
Las mayorías de hoy son exactamente iguales a las de ayer. Son portadoras de los mismos vicios; les mueven los mismos apetitos; les aquejan las mismas taras. El nombre del partido es irrelevante cuando los individuos detrás de las siglas actúan a partir del mismo software.
No estamos, por cierto, atestiguando “el fin de la democracia”. Para estar en esa situación habría sido necesario presenciar el nacimiento de ella. No: estamos ante un capítulo más de la narrativa mediocre de los políticos mediocres a quienes hemos permitido manejar el país.
¿Cuánto capítulos más lograrán escribir? Eso depende exclusivamente de nosotros. Si seguimos comprándoles los espejitos con los cuales vienen a seducirnos cotidianamente, el estado de cosas será eterno. Si, por el contrario, decidimos ponernos exigentes, las cosas podrían comenzar a cambiar hoy mismo.
Por lo pronto, el futuro inmediato es bastante simple: Morena y sus lacayos de ocasión cuentan hoy con los votos suficientes para modificar la Constitución en la Cámara de Diputados... ¿y en la de Senadores? Pues nada más les hace fluya extorsionar a tres... y no les será difícil encontrarlos.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx