El emotivismo práctico y el neoconservadurismo norteamericano
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Los neoconservadores están a favor de las alianzas estratégicas; Trump ha despreciado a la OTAN, a Japón y a Europa
Los escritores neoconservadores defienden el anticomunismo, el excepcionalismo estadounidense –como fuerza moral del mundo–, el apoyo al libre mercado y la defensa de los valores tradicionales impulsados por los padres fundadores. Destacan Irving Kristol, fundador de la revista “The Public Interest”; Norman Podhoretz, editor de la revista “Commentary”, órgano clave del movimiento neoconservador, y Jeane Kirkpatrick, autora de “Dictatorships and Double Standards” (1979), quien tuvo un enorme impacto en los años ochenta del siglo pasado, argumentando que Estados Unidos debía apoyar dictaduras pro-occidentales si ayudaban a frenar al comunismo, entre otros.
Estos autores han buscado colocar en el ánimo del norteamericano convencional la identidad de superioridad por medio de la economía de guerra y la lucha contra el terrorismo. Nunca, como con el neoconservadurismo, se había acentuado tanto el tema del pensamiento intervencionista y el pensamiento bélico. Lo que Vietnam fue para la primera generación, Irak lo representa para la segunda. Terminó la Guerra Fría, concluyó Vietnam y ahora el terrorismo islámico; Rusia y China serán la nueva preocupación del neoconservadurismo.
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En los tres casos, con discursos carentes de argumentación y justificación. Es importante recordar que, ante la sociedad norteamericana, los intelectuales neoconservadores siempre tienen alguien a quien combatir. Desde 2017 hasta la fecha, el neoconservadurismo, como corriente, ha estado en una posición ambigua y marginal dentro del Partido Republicano, debido al dominio del trumpismo. En este momento, los intelectuales de tercera generación –que se han mencionado al inicio– siguen pensando que Estados Unidos debe liderar activamente el mundo y promover la democracia, incluso mediante intervenciones militares agresivas.
Contrario a ellos, Trump es nacionalista y aislacionista, evidentemente esto choca con la idea del neoconservadurismo que coloca a Estados Unidos como fuerza moral global. Un tema más es la inmigración como símbolo moral: Trump es etnonacionalista y agresivo con las personas migrantes. Los neoconservadores creen en ciertos valores, mientras Trump se guía por el interés y el oportunismo.
Las diferencias están muy marcadas, por ejemplo, los neoconservadores están a favor de las alianzas estratégicas; Trump ha despreciado a la OTAN, a Japón y a Europa. Los neoconservadores provienen de círculos académicos; Trump desprecia a los intelectuales, los expertos y a la diplomacia.
Como ya se dieron cuenta, nos encontramos ante un emotivismo práctico, efectivamente, no argumentativo, que en concreto es una teoría ética donde se observa cómo las personas expresan juicios morales; más como manifestaciones emocionales o actitudes que como afirmaciones objetivas de hechos. Aquí los juicios morales, las decisiones, los sentimientos y las posturas dependen más de las emociones y de las actitudes del hablante.
El emotivismo presenta discrepancias morales (si pudiéramos llamarles morales). No hay lugar para la objetividad y ordinariamente, por no decir siempre, acaba soportado en falsedades, mentiras a través de lo que hoy se ha convertido una práctica cotidiana, las fake news y la desinformación. Hace conexión con grupos particulares, no es plural, en este caso los grupos de supremacía blanca. Es contrario a la ética del discurso, donde –en palabras de Habermas, Apel y Adela Cortina– toda persona es un interlocutor válido. Y, finalmente, no se atiende a principios universales.
Con todo lo dicho, ¿el emotivismo práctico describe la personalidad del presidente Trump? Por supuesto, así como la de otros tantos líderes que no le abonan a lo público, a lo multicultural, a lo plural y a la democracia cordial, donde los valores éticos, las relaciones humanas, la solidaridad y la educación ciudadana son fundamentales en una sociedad democrática, como lo afirma Adela Cortina (2012) cuando dice que una democracia no puede sostenerse únicamente sobre procedimientos formales ni sobre el ejercicio periódico del voto, sino que además requiere de una ciudadanía educada en valores como la solidaridad, la justicia y la responsabilidad compartida.
En este momento, hay una buena cantidad de neoconservadores que se alejaron del republicanismo, pero hay que dejar claro que ni todos los republicanos son neoconservadores ni todos los neoconservadores son republicanos. La llegada del trumpismo ha puesto contra la pared la ideología que, como decían Francis Fukuyama y Daniel Bell en Estados Unidos y en otras latitudes, hemos llegado al fin de las ideologías, y de esto hay muchas pistas.
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El surgimiento y desarrollo del neoconservadurismo norteamericano frente al emotivismo práctico del trumpismo, como corriente ideológica, no le ha quedado más que coexistir; y lejos de buscar el bienestar colectivo, insisten en mantener privilegios elitistas mediante un discurso basado en el miedo, la exclusión y el nacionalismo exacerbado. Esta derecha radical se sustenta en una narrativa que reinterpreta el republicanismo tradicional con tintes autoritarios, racistas y militaristas, que utiliza la manipulación emocional para legitimar políticas intervencionistas y excluyentes.
Los acontecimientos que hoy se viven en Europa del Este (Ucrania y Rusia), en Medio Oriente (Israel y Palestina) y en este momento en Venezuela, dan cuenta de cómo esta forma de pensamiento sigue vigente, haciendo no solamente un mundo y una sociedad fragmentada y dividida, sino polarizada y excluyente, que es justo lo que busca la administración actual en los Estados Unidos; en concreto, la llamada teoría del caos, que tantos beneficios en lo empresarial le ha dado al actual presidente y que en el panorama internacional espera le dé los mismos réditos. Así las cosas.