El eslabón defectuoso
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En su primer gran destape de cloaca, la Marina está protagonizando el que se presume como el más grande y cuantioso escándalo de corrupción en la historia de México
A la par de su caída en desgracia, la Secretaría de Marina inició una intensa campaña publicitaria en la que exalta el honor y orgullo de servir a la fuerza naval de nuestro país.
Aunque le meten todas las ganitas y solemnidad del mundo, dado su actual contexto, la campaña no podría ser más irrisoria. Salvo quizás –se me ocurre– si cambiaran el lema de la institución y rematasen con: “Secretaría de Marina. En el mar la vida es más sabrosa”.
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El otrora orgullo del Estado Mexicano se encuentra en su punto más bajo; literalmente tocó fondo, lo mismo que el también muy venerado Ejército Nacional que, aunque tiene más años coqueteando con el descrédito, explica de fondo lo ocurrido con su institución hermana. (El Ejército se la ha pasado alternando desde hace décadas entre una intervención heroica y una acción deshonrosa, una hazaña y un bochorno, una proeza y un desfiguro...).
Periodistas y opinadores no se cansan de repetir hasta convertir en lugar común eso de que se ha corrompido la institución más limpia, ejemplar y mejor acreditada de México: La Marina.
¿Será cierto lo que dice el discurso oficial? ¿Que sean apenas unas cuantas manzanas podridas de una ejemplar cosecha? ¿Será cierto que la formación y el perfil de los marinos, la cadena de mandos así como los filtros de confianza y mecanismos de autorregulación de la Semar hacían de ésta un organismo prácticamente inmune a la corrupción y que apenas se vino a manchar un poco luego de una trayectoria impoluta de doscientos años?
¡Desde luego que no! Si hasta ternurita me provoca cada vez que veo que alguien de verdad lo cree así.
¿Por qué entonces la Marina parecía incorruptible? Pues porque estaba precisamente allá, en la mar, haciendo sus cosas de marineros, como practicar nudos, señales con banderas y canciones de piratas (supongo). Quiero decir, que no se le habían delegado, hasta entonces, responsabilidades administrativas.
Pero llegó un viejito visionario, con sus ideas decimonónicas y se preguntó:
—¿Y qué tal que les damos el control de los puertos y las aduanas?
—Pero, señor...
—Y que participen también en lo del Corredor Interoceánico...
—Es que usted dijo que...
—¡Y que se encarguen además del desmadre del Aeropuerto de la Ciudad de México!
—¡Pero eso qué tiene que ver!
—Y no los quiero de flojos, desde mañana también, ¡a luchar contra el crimen organizado! Que esos abrazos no se van a repartir solos.
—¡Oiga, pero es que usted prometió no militarizar!
—¡Cállate! El AMLO candidato era un cobarde... Saluda a tu nuevo Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas: El Caco-mandante López.
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Ni siquiera podemos afirmar que el Peje haya pecado de original; su novedoso plan de poner a las Fuerzas Armadas a hacer todas las tareas en las que fracasó la autoridad civil para verlas fracasar también (pero con estilo y a paso redoblado), es la continuidad de una estrategia que se remonta a Salinas y perpetuaron Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto. Estrategia misma que AMLO candidato repudiaba y criticaba en consonancia con lo recomendado por organismos internacionales: que las fuerzas castrenses no están capacitadas para asumir roles de seguridad civil y menos tareas administrativas.
Pero si la intromisión de las fuerzas armadas en la vida pública había sido hasta entonces timorata y “como no queriendo”, el viejo López se encueró por completo y, al grito de “¡pa’ qué nos andamos con pudores!”, le endosó prácticamente todo a un Ejército que ya había dado sobradas muestras de autoritarismo, opacidad, corrupción y colusión con el crimen organizado: Total... ¿Qué podía salir mal?
“¡Psst, psst!”, se escuchó una tímida voz: “¿Y para nosotros no hay nada?”. Era la Marina, que hasta entonces había permanecido relativamente al margen de las actividades lucrativas. Pero tan pronto la pusieron al frente de la operación aduanera y portuaria dejó a sus homólogos pen-de-jos: “¡Írala, quién te viera! ¡Tsss... tan chiquita y tan golosa!”.
No exagero. En su primer gran destape de cloaca, la Marina está protagonizando el que se presume como el más grande y cuantioso escándalo de corrupción en la historia de México.
Para afirmar lo anterior, diversos medios y analistas hacen la comparación entre los 7 mil millones de pesos que se estiman del desfalco de la Estafa Maestra de EPN y los 15 mil millones del escándalo Segalmex, del sexenio anterior contra los 170 mil millones producto de esta red de tráfico de combustible, armas (y los que resulten) así como de la nueva actividad estelar: el huachicol fiscal.
Que López Obrador no tuviera conocimiento de esta red es –en opinión del mismo López Obrador– sencillamente inverosímil, como es inverosímil que sean sólo un par de capitanes los implicados en esta operación ilícita y nomás.
Si es materialmente imposible mover el coche de la casa sin que todos, hasta el perro, se enteren... ¿Se puede usted imaginar la cantidad de firmas, inspecciones, sellos, permisos, operadores, manos, ojos y criterios que intervienen en el zarpado, navegación, atracado, carga y descarga de un buque descomunal?
No hay manera de que no estén involucrados centenares (quizás miles) de personas y, por ende, no es plausible que esta actividad no haya sido detectada por la inteligencia militar y que todo esto no hubiera sido reportado en tiempo y forma al Comandante Supremo.
Quizás sí tengamos que otorgarle el mérito a AMLO por haber logrado corromper a la institución que había mantenido el historial más blanco de México (fuese como fuese y por las razones que fueran). ¿Y cómo lo logró? Pues sacándola de su área de responsabilidad nativa para ponerla en el tocadero, en donde están las peores tentaciones, con absoluta discrecionalidad e impunidad para realizar funciones que, evidentemente, no le corresponden.
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Aunque no descartemos que haya sido su intención desde un inicio (no olvidemos que el huachicol fiscal no sólo alimenta fortunas particulares, sino que financia también campañas políticas. En todo caso ya es ridículo cuestionarnos si AMLO sabía o no de una operación ilegal de esta envergadura. Es más pertinente preguntarnos el porqué de este repentino ataque de “honestidad”; es decir, por orden de quién se frenó la operación e inició el desmantelamiento de esta red; quién ordenó el “silenciamiento” de testigos y la filtración de la carpeta a los medios:
¿Es Claudia, actuando por iniciativa propia, para deshacerse de una vez de la pegajosa sombra del Caudillo? ¿Fue Harfuch por rencillas con el clan López Beltrán? ¿Fue Gertz buscando la inmortalidad? ¿O es la correa de mando accionada desde el país vecino?
Y en todo caso... ¿Bastará la endeble coartada de López para mantenerlo una vez más a salvo de la Justicia? Todo esto lo intentaremos dilucidar en las semanas por venir. Mientras tanto, recordemos que no hay institución incorruptible de origen. Por más honorable que parezca, una institución es tan falible como quienes la integran. O si prefiere: Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.
Pero cuando el eslabón defectuoso es el líder, el que se suponía mejor reforzado.... ¡caray!